Cuando alguien se introduce en una cultura nueva es habitual que se enfrente a lo que se denomina “shock cultural”, un proceso por el cual tiende a fijarse en las diferencias con su entorno habitual y a extraer conclusiones extremas, tanto a favor como en contra; o le apasionan algunas de las cosas que ve, o le resultan ridículas.
Hace algunos meses regresó a España mi mejor amigo tras haber estado viviendo en México durante tres años. La menor de sus hijas, mi ahijada, estaba sumida en pleno shock cultural cuando vino a vernos a casa. El ascensor (allí se le llama elevador) le parecía ridículamente pequeño. Mi casa, de 115 metros cuadrados, era para ella como una casa de muñecas, recorría todo con los ojos muy abiertos intentando dar sentido a su curiosidad.
Su espontaneidad le permitía hacer un comentario con cada nuevo descubrimiento. Al cabo del rato, mientras jugaba con mi hija pequeña, mantuvieron esta pequeña conversación:
“¿Por qué vivís en una casa tan pequeña?”
A lo que mi hija, con la naturalidad que solo una niña puede responder dijo: “Somos poco ricos.”
Toda una lección.
Si alguien me hubiera dicho antes de ese día que soy rico yo hubiera llegado a la conclusión de que obviamente no estaba al tanto de mi situación económica, sin embargo mi hija dio en el clavo.
Siempre he defendido la idea de que si en la mesa del desayuno hay más de dos alimentos: leche (preferiblemente vegetal) y galletas o cereales, tenemos más de lo necesario para vivir, vivimos en la opulencia, pero es raro que lo apreciemos.
Dejémonos de frases bonitas:
La belleza no es interior, otra cosa es que sea importante en una relación personal.
NO es más rico el que menos necesita, sino el que más tiene, pero es fácil que su codicia le impida disfrutar de su riqueza.
Lo bueno cuanto más dure mejor.
No pretendo hacer demagogia de la frase de mi hija, sencillamente creo que nos coloca bastante bien en nuestro sitio.
Somos poco ricos, porque si tenemos más de tres alimentos para desayunar, podemos permitirnos el lujo de una actividad extraescolar para cada hijo, y tenemos todos los recibos pagados – luz, agua, teléfono (móvil e internet) e incluso seguro de salud – somos ricos aunque para el día 20 de cada mes la cuenta del banco esté con números negativos. Cada mes.
Por algún extraño motivo, sin embargo, está bien visto quejarse de dinero. Decir que vivimos “al límite”. Conozco poca gente en mi entorno, todos “poco ricos”, que cuando les preguntas “¿cómo te van las cosas?”, no aproveche para expresar una queja, habitualmente económica.
Por el contrario si alguien nos dijera “me va fenomenal, tengo todo lo necesario”, es fácil que le miráramos con recelo.
En mi trabajo atiendo a algunas familias ricas, a muchas “poco ricas” y a varias que cuentan con menos de lo necesario para vivir con los mínimos que nuestra sociedad ha establecido como estándar. Son éstas últimas las únicas de las que nunca he oído una queja (respecto a su situación), y las que trasmiten mayor esperanza, probablemente porque es de lo que más tienen.
Qué necesario se hace vivir conscientes de que tenemos lo que necesitamos y con más frecuencia de lo que creemos, tenemos más. No sé en qué momento se nos inoculó la idea de que “mereces más” y es curioso, porque es falso, pero además nos lleva a una cuasi perenne insatisfacción. Eso que algunos llaman “sana ambición”, que no estaría nada mal si nos dejara disfrutar de lo que tenemos.
A menudo esa “sana ambición”, nos lleva a hacer los sacrificios más absurdos. Cuando a alguien le han subido de categoría en su trabajo es frecuente oír que “tiene que dedicarle muchas más horas” y simultáneamente que “la subida salarial es pequeña”. Resultado: vas a ver mucho menos a tu familia y vas a seguir siendo “poco rico”.
Lo cierto es que mi casa es suficientemente grande, más que suficiente diría yo, en el ascensor de casa cabemos todos y en la mesa del desayuno hay más de tres alimentos. Eso es lo que tenemos, pero a la pregunta inocente de una niña “¿Por qué vivís en una casa tan pequeña?” mi hija respondió con una descripción: “Somos”.
Esa es la clave. Saber quién eres, no intentar aparentar ser más y serlo lo mejor posible.