De Graham Greene (1904-1991) me resultaba familiar la película El tercer hombre (1949), cuyo guion escribió. En alguna nota periodística encontré la referencia a su novela El final del affaire (1951), suficiente para animarme a leerla (Libros del Asteroide, 2019). El primer tercio de la novela narra el affaire entre Maurice Bendrix y Sarah Miles, casada con Henry Miles, un importante funcionario público inglés. El romance lo termina Sarah. Dos años después de la ruptura, al leer el diario de Sarah, Maurice se entera por qué ella terminó con la relación. Aquí es cuando la historia cobra un giro profundo, apareciendo la densidad vital del personaje femenino.
El affaire transcurre en los últimos años de la Segunda Guerra Mundial. En una de esas tardes de encuentro, estalla una bomba en el departamento de Bendrix. Sarah hace una promesa a Dios: si lo salva, promete terminar con la relación. Y en efecto, aunque el daño causado por la explosión es grande, Bendrix salva de morir. Ninguno de los personajes es creyente, Sarah, tampoco; pero en el trance de peligro que atravesaron, ella siente el impulso de rezar de rodillas pidiendo por la vida de su amante: “lo amo y haré lo que sea con tal que le permitas vivir. Dije muy despacio: lo dejaré para siempre si permites que viva y le des una oportunidad (…). Y entonces él apareció por la puerta, y estaba vivo, y pensé: ahora empieza la agonía de tener que vivir sin él” (p. 150). Con el corazón desgarrado, dice: “cuando te pido dolor, me das paz. Dásela también a él. Dale mi paz, ya que él la necesita mucho más que yo” (p. 142).
Sarah quiere cumplir su promesa, le cuesta. Asiste a unas charlas de un racionalista para convencerse de que Dios no existe, que no hay vida más allá de ésta; por tanto, lo propio es vivir el hoy, ahora y punto. Sin embargo, en lugar de extinguir su fe, ésta se fortaleza. Decide hacerse católica y empieza a recibir catequesis. Descubre el amor de Dios, la compasión, el dolor: “podrías habernos matado de felicidad, pero prefieres que lleguemos a Ti a través del dolor” (p. 190). La dimensión moral de la existencia humana se le hace patente con mayor claridad invitándola a procurar obrar el bien y evitar el mal.
Por contraste a la conversión vital de Sarah, recordaba la novela Los hermanos Karamazov de Dostoievski, uno de cuyos temas recurrentes es la densidad ética de la conducta humana. En la línea del “hago lo que me venga en gana”, Iván Karamazov afirma: “si Dios no existe, todo está permitido”. Si no hay Dios, ni inmortalidad del alma, entonces, todo está permitido, adiós a las promesas y a la fidelidad, ancha es Castilla. Sarah, en cambio, al dejar que su conciencia aflore, plantea la vida con un signo distinto: si Dios existe, entonces no todo está permitido. Las consecuencias de este aserto empapan todas las dimensiones de la andadura humana. Cobran relevancia los mandamientos de la ley de Dios, la importancia de cumplir con la palabra, el respeto de la dignidad del prójimo, la promoción de los bienes humanos, la libre aceptación de la condición creatural de la persona.
Sarah muere prematuramente. Bendrix no acaba de hacerse a la idea y percibe que Dios, también lo ronda. “Porque si este Dios existe, pensaba y si incluso tú -con tu lujuria y tus adulterios y tus tímidas mentiras que solías contarme- pudiste cambiar tanto, todos podríamos volvernos santos solo con dar el mismo salto que diste tú (…). Y eso es algo que Él puede pedirnos a todos, que demos el salto, solo que yo no lo daré” (p. 298).
Quién sabe, Bendrix. La fe es un don, un regalo. Dios sigue tocando la puerta del corazón de cada ser humano. Tiene la paciencia, el amor y la fidelidad que a nosotros nos falta. Nos creó libres y no deja de tendernos la mano para dar el salto una y otra vez a lo largo de la vida.