A todo el mundo católico nos sorprendió la intención de oración del Papa para este mes de noviembre: él mismo. La intención de la “Red Mundial de Oración del Papa” es el Papa mismo, y se ha dado a conocer, como sucede habitualmente, a través del simpático “video del Papa”. En su mensaje, Francisco explica que no por ser Papa deja de ser humano, y da a entender que cae sobre sus hombros un enorme peso que él no puede llevar en solitario. Necesita, por el contrario, del apoyo de la oración del pueblo fiel, que le da fuerzas y le ayuda a discernir en cada momento qué es lo que Dios quiere.
Al ver, asombrado, el breve pero emotivo video, me sorprendieron particularmente dos cosas de su mensaje. La primera es que pide “ser juzgado con benevolencia”. Que lo miremos con benevolencia. En realidad, no es nuestro papel juzgar a nadie, menos al Papa, Vicario de Cristo en la Tierra. Pero pide que lo miremos benévolamente o, dicho de otra forma, que le otorguemos habitualmente el beneficio de la duda. El Papa, en principio, quiere lo mejor para la Iglesia y para el mundo, y goza de una especial asistencia del Espíritu Santo, confiemos en él. Es verdad que es un hombre como nosotros, y por eso mendiga la oración de pueblo fiel, que en realidad tiene el gozoso deber de rezar por sus pastores, especialmente por el Papa, sea quien sea, hoy es Francisco.
El segundo detalle, que no deja de translucir una pisca de humor, lo constituye el final de su mensaje, cuando lacónicamente dice: “recen por mí. A favor”. Me traía a la memoria una anécdota de la fe sencilla, pero a veces poco ilustrada del pueblo: en una ocasión, en los Andes peruanos, una sencilla indita fue con el cura del pueblo a pedir “una misa de daño” contra otra persona. Es decir, hay que rezar por el Papa, pero no para que se muera pronto, sino para que guíe la Iglesia bajo el impulso del Espíritu Santo, y para que, haciéndolo, Dios lo haga santo.
Las dos peticiones: la benevolencia y rezar a favor del Papa, traslucen una idea de fondo que es basilar en la fe: la unidad o, como dirían los teólogos, “la eclesiología de comunión”. Es decir, muchas veces lo más importante es estar unidos; la unidad prima tantas veces sobre la eficacia, o incluso la razón. En la Iglesia sucede como en los matrimonios: lo importante no es quien tenga la razón, sino estar unidos. Y el Papa es el vínculo visible de la unidad; es decir, sin el Papa, no somos nada, espiritualmente hablando, aunque, hipotéticamente, “tengamos la razón”.
Se comprende entonces cómo la fuerza de la Iglesia es la oración, así como el carácter sobrenatural de la misma. Nos unen vínculos sobrenaturales muy fuertes, la comunión de los santos, que proclamamos cada domingo al rezar el Credo en Misa. Frente a los críticos de Francisco -que no son pocos- en esta actitud se trasluce su marcado sentido sobrenatural y su profunda humildad. Así, de la misma forma que nosotros sin el Papa, no somos nada, católicamente hablando; de igual manera, el Papa, no puede nada sin la fuerza espiritual que le aporta el “santo pueblo de Dios”, como le gusta llamar a la Iglesia. Su petición trae a mi memoria, inevitablemente, un gesto semejante de un santo de nuestro tiempo, san Josemaría Escrivá. Con mucha frecuencia solía terminar las reuniones con públicos más o menos numerosos, pidiendo la limosna de la oración, con una expresión semejante a la de Francisco: “rezad por mí. Para que sea bueno y fiel”. Francisco, al igual que san Josemaría, se encuentran entonces en la misma “longitud de onda” sobrenatural. Es una forma concreta de refutar a los que acusan a Francisco de convertir la Iglesia en una ONG, olvidando su carácter sobrenatural.
Para los fieles cristianos resulta un componente indispensable de nuestra unión con Dios la oración por el que hace cabeza, por el Papa. Cristo, María, el Papa, son los grandes amores del cristiano; no sólo se trata de rezar, sino también de querer, más incluso, de amar. Además, como se deja entrever por lo urgente del mensaje de Francisco, es una necesidad. La fuerza de la Iglesia, al fin y al cabo, no es otra que la fuerza de la oración. Por eso, a pesar de que pudiéramos pensar que hay otras cosas más urgentes por las cuales rezar, y que muy bien podrían ser la intención del Papa para este noviembre, como la paz en Tierra Santa o en Ucrania, Francisco ha preferido que rezáramos por él, para catequizarnos en nuestros deberes de piedad filial, y para que la oración de Francisco, por esas y otras causas urgentes, como el problema de la migración o la crisis ecológica, tengan la fuerza de la oración de toda la Iglesia en unión a su pastor.