Es indudable que uno de los más grandes males del tiempo presente es el relativismo. El relativista, afirma: no hay verdad.
La verdad es la conformidad del entendimiento con la realidad. O, equivalentemente, la adecuación del entendimiento a la realidad. Digo verdad cuando digo que Dios existe. Digo falsedad cuando afirmo que no existe el mundo. Es verdad que el hombre es un ser racional. Es falso que el hombre es un animal irracional.
Así como la vista es para ver, y los oídos para oír, Dios ha organizado el entendimiento humano de manera finalística, según una finalidad, de manera que en nosotros hay una orientación, certera y dinámica, hacia el conocimiento de la verdad. Esto forma parte de la misericordiosa providencia divina para con el hombre. Es un fruto de la bondad y del amor de Dios para con el ser humano. El entendimiento es para la verdad. Así, vemos que hay tantas verdades muy necesarias para la existencia humana que son patrimonio común de todo el género humano. El sentido común logra dar con la verdad de algo, aún en el caso de que no sepa porque aquello es verdad. En ocasiones el sentido común llega a conocer verdades que un engranaje meramente de razón nunca conseguiría conocer.
Basta el sentido común para rechazar el relativismo. Quién tiene sentido común sabe que hay muchas verdades: sabe que él existe; que lo que es, es; que A=A, que 2+2=4, que ha de hacer el bien y ha de evitar el mal, etc.
En el fondo, todos sabemos que, al agregar a dos unidades otras dos, resultan cuatro, y no cinco. Sabemos que ello no es cuestión de opiniones, de modos de pensar, sino que necesariamente ha de ser así. Es la realidad misma la que es así.
La razón conoce clarísimamente que no puede ser que algo sea y no sea. O, mejor formulado, que no puede ser que, al mismo tiempo, y bajo el mismo aspecto, algo sea y no sea. No puede ser que tenga un euro en la mano, y no lo tenga. No puede ser que un examen lo haya aprobado y suspendido. No puede ser que una manzana no sea manzana.
Dudar de todo es imposible, pues, quién duda, no puede dudar de que está dudando. En una ocasión un filósofo afirmó dudar de todo. Sin embargo, viendo que se le acercaba un perro rabioso, huyó. Dudaba, pues, menos, de lo que creía dudar. Dudar de todo es imposible.
Quien llegara a dudar de algo, no podría dudar de que está dudando, y, por lo tanto, sabría que está dudando. Pero, si sabe que duda, sabe que está teniendo actividad mental, que está pensando. Si sabe que está pensando, sabe que existe. En fin, bastaría, por ejemplo, que uno dudara, para que pudiera llegar a saber tantas cosas.
Me es inmediatamente presente que, ahora, en este mismo momento, estoy pensando. Esta presencia inmediata en mi conciencia de un acto psíquico mío la aprehendo de manera indudable. Es super-evidente que 2+2=4. Así y todo, si ahora pienso que 2+2=4, me resulta aún más patente que ahora estoy pensando que no que 2+2=4.
Si al oír un ruido, me ha parecido oír el estallido de una bomba, me habré equivocado en el contenido de este ruido, pero no me habré equivocado en que me ha parecido oír un ruido.
Acto seguido abrevio la afirmación “no hay verdad” por la letra A. El relativismo consiste en afirmar “no hay ninguna verdad”. El relativismo, pues, afirma que es verdad que “no hay ninguna verdad”. Luego, afirma que A es verdad. Hay, pues, alguna verdad, ya que A es verdad. Pero, el contenido de A es que “no hay ninguna verdad”. Luego, hay “alguna” verdad y “no hay ninguna” verdad. Pero, “alguno” es contradictorio con “ninguno”. Lo contradictorio se autodestruye. Lo contradictorio es falso. Luego, el relativismo es falso. Luego, hay alguna verdad.
Por lo tanto, no es verdad que sólo haya opiniones y no haya ninguna verdad. La realidad es que sí que hay verdad.
Es algo exigido por la misma realidad de las cosas que de (a=b y b=c) se deduce (a=c). Es una exigencia natural que, lo que es deber, se debe hacer. Que nunca hay motivo para pecar, para ofender a Dios, no es una opinión, sino una exigencia absoluta de la realidad.
El entendimiento que ha logrado madurar es conocedor de muchísimas verdades, cuenta con gran número de certezas.
Las almas sencillas son las más grandes. Los más grandes entendimientos son sencillos. El mayor entendimiento es el de Dios, después el de los ángeles y, finalmente, el de los hombres. Los mayores entendimientos humanos son los que se parecen más al entendimiento divino. Esto es, los mayores entendimientos humanos son los más sencillos, y no los que tanto se problematizan del conocimiento de la verdad de las cosas. El mejor pensamiento humano es un pensamiento muy humano, nunca inhumano. Es el pensamiento humano que se mueve en el clima de la poesía del amoroso y sapientísimo diseño de Dios sobre el hombre. En el plan divino está haber hecho el entendimiento humano para conocer la verdad, que es el bien del entendimiento, y, la voluntad, para conocer el bien, que es el bien de la voluntad. Así, el camino humano es un camino de verdad y de bien, gracias al entendimiento y a la voluntad. Es un camino que ha de ser un camino excelente.
La gracia no destruye la naturaleza, sino que la sana y perfecciona. La gracia y las virtudes elevan el entendimiento humano. Así, personas muy virtuosas, o muy regaladas de dones de Dios, son capaces de conocer más, mejor, y con mayor facilidad, determinadas verdades.
Dios es el bien absoluto. San Juan nos recuerda que Cristo es la Verdad. En el diálogo de Cristo con Pilatos vemos que hay una verdad. Magister dixit: he venido al mundo para ser testimonio de la verdad (Cristo). Quién es de la verdad escucha la voz de Cristo. La vida del divino Maestro, en cuya imitación está todo el cristianismo, nos muestra la maravillosa sencillez de la vida cristiana. ¡La fragancia de la flor de la sencillez! La sencillez tiene la belleza de la nieve que no ha sido pisada, que resplandece de blancura y de nitidez, que conserva toda su pureza y candidez.
Dios ha hecho que el hombre pudiera conocer la verdad, pudiera amar el bien, y, sobre todo, pudiera amar al bien infinito sobre todas las cosas. En el conocimiento amoroso, y en el conocimiento místico, está la cúspide del conocimiento humano. El amor unifica, simplifica, hace sencillo. El amor está por encima de toda filosofía humana.