Hacia finales de octubre y muy inicios de noviembre leí el ensayo de Álvaro Pombo La ficción suprema. Un asalto a la idea de Dios (Rosamerón, 2022). En esta ocasión, las fechas de mi lectura son importantes: 1 de noviembre, Solemnidad de Todos los Santos; 2 de noviembre, Conmemoración de los fieles difuntos. Una etapa, además, de duelo por la muerte de mi mamá a finales de mayo. Es decir, unos meses con la oración a flor de piel y con el convencimiento de que el “Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob, no es Dios de muertos, sino de vivos” (Lc. 20, 37-38). Meses que, junto al de noviembre, muchos rezamos por nuestros familiares y amigos fallecidos pidiendo al Dios de los vivos que los tenga en su gloria eterna.
Con este background de fondo, me encuentro con el libro de Pombo que habla de su experiencia religiosa, argumentando que Dios es la ficción suprema. Lo hace con su habitual maestría de poeta, narrador, ensayista. Incursiona en los campos de la poesía, la filosofía, la teología llevando las aguas a su molino. Con su estilo de “narrador entrecortado” considera que la experiencia religiosa es una vivencia subjetiva, cuyo contenido u objeto es lo de menos. La misma teología sería una ficción, muchas veces magnífica ficción, pero nada más que ficción. Su conclusión, siguiendo a Wallace Stevens, es que “Dios sería en este contexto la ficción suprema. Algo admirable, pero, en cierto modo, tan necesario o tan innecesario para nuestra vida como la invención de Don Quijote”. Dios reducido, en el mejor de los casos, a una idea necesaria al estilo de Ludwig Feuerbach (1804-1872), base del ateísmo de Karl Marx, quien le dará el golpe final a la frágil idea necesaria de Feuerbach.
Desde luego, con el background al que hice referencia y para quien vive de fe (“Creo, Señor, pero ayuda a mi incredulidad”, Mc. 9, 24) este planteamiento me su supo a pompa de jabón. Es decir, solo a un Dios verdadero se le adora, se le alaba, se le pide perdón, se le pide cosas. No hace falta demasiada ciencia para distinguir al Dios tres veces santo del caballero de la triste figura. Sin embargo, Pombo no se queda satisfecho con su indagación y termina su ensayo con este dubitativo párrafo: “¿es Dios la ficción suprema? La respuesta es: sí. Dios es la ficción suprema. ¿Es, entonces, Dios un objeto puro, un ser irreal? Toda la cultura occidental contemporánea nos inclina a responder afirmativamente a esta pregunta. Quedan, sin embargo, huecos sin rellenar, lados sin ver, unas cuantas cuestiones sin responder con toda precisión, si se responde afirmativamente. Cabe, en consecuencia, declarar que Dios, que es la ficción suprema, no es, sin más, solo eso. La última pregunta, entonces, se formulará así: ¿qué más es, entonces, Dios?”.
Ya es una exageración desmedida afirmar que “toda la cultura occidental afirma que Dios es un ser irreal”. No solo son muchos los pensadores de todas épocas que afirman la realidad de Dios, sino que son millones los fieles que le rezamos al Dios vivo con el corazón contrito confiados en su infinita misericordia. Quizá, ante esta realidad, Pombo termina admitiendo que Dios no es solo la ficción suprema, es más; ahí se queda. A lo cual agrego, ciertamente Dios es Sabiduría y Amor, es nuestro Padre. Contemplamos la realidad que nos rodea y ellas nos muestra la geometría de la Creación. La narrativa humana, con sus idas y vueltas, sus luces y sus sombras nos desvelan la mano providente de Dios.
Para el fiel Dios no es una idea, es una Persona. Un Dios, además, que se hace carne, de tal manera que se convierte en un Dios con nosotros y cuyo Nacimiento celebramos año a año. Un Dios Niño, al alcance de todos y nos dice: baja, baja de tu nube y llénate de la alegría de los pastores -limpios de corazón- a quienes los Ángeles anunciaron la buena nueva de la Salvación.