Mongolia y Francisco

“Un pequeño pueblo, con una gran cultura, en una vasta tierra, esto es Mongolia”

Una de las ideas madres del pontificado de Francisco es “ir a las periferias existenciales.” No nos queda sino reconocer que el Papa predica con el ejemplo, va por delante en este rubro y en otros tantos, que le dan una fisonomía particular a su pontificado. Con este preámbulo se entiende por qué un sucesor de Pedro va a Mongolia, enorme país (1,564,116 km cuadrados), muy distante de Roma (el vuelo fue de 8,278 km), donde apenas se cuenta con 1470 católicos.

“Un pequeño pueblo, con una gran cultura, en una vasta tierra, esto es Mongolia.” Dijo el Francisco a los periodistas durante el viaje que lo llevó a Ulán Bator, capital del país. Lo de “pequeño pueblo” se refiere a que Mongolia es el país con menor densidad de población en el mundo (sólo tiene 3.3 millones de habitantes), aunque en el siglo XIII se convirtió en el “imperio terrestre continuo más grande de la historia”, desde Genghis Khan a Kublai Khan.

La Iglesia Católica fue “readmitida” en Mongolia apenas en 1992 -hace 31 años- cuando cayó el sistema comunista bajo el cual se regía anteriormente el país. A partir de ese momento un puñado de valientes misioneros han comenzado la labor evangelizadora desde cero. Por eso se trata de una de las iglesias más jóvenes del planeta, uno de los últimos lugares a donde ha llegado la semilla del Evangelio. Toda Mongolia depende de una sola circunscripción eclesiástica, la Prefectura Apostólica de Ulán Bator, al frente de la cual está el Cardenal Giorgio Marengo, el purpurado más joven del mundo, con apenas 49 años de edad.


Este dato es interesante. Digamos que para Francisco Mongolia era importante desde hace tiempo. Apenas en el 2020 -en plena pandemia- fue consagrado obispo Giorgio Marengo y puesto a la cabeza de la Prefectura Apostólica. Sólo dos años después -a sus 48 años- fue creado cardenal por el Papa. Es un gesto característico de Francisco el concederles relevancia eclesial a las iglesias de la periferia del planeta, un modo de hacerlo es nombrando cardenal -la más alta distinción honorífica de la Iglesia, que lleva consigo la misión de estar unido al Papa, ayudarle en el gobierno de la Iglesia y tener preocupación por la Iglesia universal- a quien las preside. Marengo es, en efecto, el primer cardenal de Mongolia, una iglesia que cuenta solo con 9 parroquias y 29 sacerdotes, dos de ellos autóctonos, el primero fue ordenado en 2016, el segundo en 2021.

En expresión de Marengo, se trata de “susurrar el evangelio” a la cultura mongola. Y así, poco a poco, impregnarla del mensaje de Cristo, que siempre es atrayente y fecundo. Francisco no va solo, va acompañado por la oración de innumerables católicos y personas de buena voluntad a lo largo del planeta. La fuerza de la oración, y los reflectores de la comunidad internacional, que gracias al Papa ahora apuntan hacia Mongolia, constituirán, sin duda, un importante catalizador de la evangelización en ese rincón ignorado del mundo. El desvelo y sacrificio del Papa -no olvidemos sus 86 años y los males físicos que ha afrontado este año- por Mongolia, nos recuerdan las palabras de Jesús en el evangelio: “los últimos serán los primeros” (Mateo 20, 26). El Papa está donde hace falta, donde es necesario, en el lugar “menos importante del globo”, pero donde la Iglesia necesita del impulso evangelizador.

Al mismo tiempo, Francisco va a saborear la frescura de una iglesia joven, ajena a polémicas estériles, a complejos intelectuales e históricos. Una Iglesia donde todo es nuevo, no hay casi nada hecho, está todo por hacer. Ese es el atractivo de la Iglesia mongola y, en ese sentido, tiene mucho que enseñarnos a la Iglesia universal, preocupada tantas veces por diluir el genuino mensaje evangélico en aras de contemporizar con el espíritu de los tiempos. La Iglesia mongola en cambio nos muestra cómo el evangelio puede encarnarse y mostrarse fecundo en cualquiera de las culturas, por más diferentes que sean respecto al cansino modelo occidental, mostrando así la fuerza y el atractivo del evangelio íntegro, sin disoluciones de compromiso. En este sentido, Francisco y con él la Iglesia universal, va a Mongolia para aprender, para recordar el “A, B, C”, la identidad apostólica y misionera de los discípulos auténticos de Jesucristo.