Este 26 de agosto, se celebra – en nuestra patria – el día del abuelo. Los homenajes universales ponen en valor la figura y el rol de un actor social. El abuelo, papapa, nono… de estos tiempos tiene mejor salud y condiciones físicas que el de antaño. Los padres de sus nietos accedieron a la paternidad pasados los treinta años; mientras – en su época – los futuros contrayentes se esposaban pronto y se coronaban padres alrededor de los 25 años. Otra particularidad es que los padres de los nietos cumplen horarios, metas y cargas laborales exigentes, por lo que se ha dibujado una nueva tarea “abuelística”, la de padres sustitutos. En consecuencia, tenemos abuelos sanos y fuertes, que se relacionan con padres desconfiados, aprehensivos con la salud y el bienestar de sus hijos. En general, se les siente soberanamente pre-ocupados. En este caso, pre no es solo un prefijo, anuncia un estado de tensión o de estrés por no cumplir o atender las necesidades de sus hijos; por tanto, trasladan, descargan esas tareas – en muchos casos también, la responsabilidad – en los abuelos. Es cierto que, por horas, pero con la garantía de que el amor a sus hijos es incondicional y gratuito.
Por su parte, la figura de aquel abuelo – a tiempo completo – que ya concluyó con su educación filial, quiere vibrar con el crecimiento y la continuidad de la familia. Con la maternidad o paternidad de sus hijos como experiencia deslumbrante y reveladora. Con ser testigo de excepción – sin presión ni agitaciones educativas- de las gracias, travesuras, madurez motora, gustos, etc., en suma, presenciar y asombrarse de cómo un capullo (su nieto) a medida que se va abriendo, deja ver su singularidad como persona. ¿Tiene el abuelo, de este siglo, la tranquilidad, reposo y silencio para reír y jugar con su nieto, sin tener que reportar a sus hijos? ¿Cuenta con los espacios y tiempo para trasmitir la memoria de la familia, el acervo cultural, la historia de su país y el respeto y agradecimiento a las generaciones que nos antecedieron? Tengo mis dudas, porque la desmedida carrera del éxito y de lo útil ha impreso la prisa en la atención a los niños y ancianos.
La tercera dimensión del abuelo tiene que ver con una condición esencial anterior a la de ser abuelo, que nunca la pierde, me refiero a su paternidad o maternidad. El traqueteo de los años deja muescas en el rostro y huellas en el cuerpo. El campo de acción se reduce porque la salud coquetea con su “ya no regreso”. Precisamente, con este talante incierto de la salud, decae el protagonismo de la figura del abuelo. Es la hora de activar el cuarto mandamiento: Honrar padre y madre. En su ocaso, la vida otorga la posibilidad de experimentar el cuidado como una expresión del amor. Ante la incapacidad de ser autónomo en el habitar una casa, la heteronomía viene en su auxilio. La debilidad, la finitud y la carencia del hombre solo se atiende cubriéndolas con una manta de ternura y delicadeza en el hogar y por los propios hijos. ¡Feliz día, abuelo!