Quien ostenta el poder, ya como estadista o como jefe en la alta dirección de las organizaciones, no la tiene fácil cuando ha de tomar decisiones de las que se siguen consecuencias de alto impacto para el futuro de la sociedad o sus stakeholders. Decidir con determinación y, a la vez, con temor y temblor supone una madurez de carácter poco habitual en el común de los mortales. El libro de Robert D. Kaplan, La mentalidad trágica: sobre el miedo, el destino y la pesada carga del poder (RBA, 2023), es una reflexión sobre el vértigo que supone la toma de decisiones en la cúspide del poder. La propuesta de Kaplan se nutre de su experiencia como reportero de los conflictos bélicos de las últimas décadas, de tal modo que el libro sintetiza horas de campo y horas de escritorio tratando de comprender esta dimensión de la existencia humana.
Para Kaplan, “no hay ninguna metodología politológica que se pueda comparar con la perspicacia de los griegos, de Shakespeare y de los grandes novelistas. Y las ideas más poderosas y profundas nacidas de esa perspicacia se originaron todas en el crisol de la tragedia, donde se encuentra la clave para comprender un mundo en agitación en el que se libra una lucha implacable contra el caos dionisiaco”. De este caos, con sus tiranías, desórdenes e injusticas, nos hablan Sófocles, Esquilo, Eurípides, Shakespeare, Dostoyevski, Conrad, Solzhenitsyn, Camus. El manejo que Kaplan hace de esta vertiente trágica de la literatura está muy bien conseguido, abriendo espacios para la meditación detenida.
La experiencia personal y profesional, al cabo de los años, tiene de logros y de fracasos. Es una bendición que, al final de la carrera biográfica, algo de sabiduría nos alumbre de tal manera que la humildad se abra paso para reconocer que ni lo sabemos todo, ni lo podemos todo. “Mis propias humillaciones morales -anota Kaplan- son saber que un libro que escribí tuvo el efecto—involuntario por mi parte— de demorar la reacción de un presidente estadounidense a los asesinatos en masa que se estaban produciendo en los Balcanes, y que contribuí a promover una guerra en Irak que terminó provocando cientos de miles de muertes. Las dos, sumadas, llevan décadas pesando en mi conciencia, con devastadores efectos incluso en según qué momentos, y son también las que me han movido a escribir este libro”.
Las tiranías son odiosas, las injusticias son lacerantes, lo sabemos y las sufrimos. Pero no basta con derribar las tiranías, si a la vez, no sabemos dar solución a lo que sigue para evitar el surgimiento de la anarquía. Dice Kaplan, “las jerarquías pueden ser injustas y opresivas, desde luego. Pero su desmantelamiento conlleva también la responsabilidad de erigir otras nuevas y más justas, pues la cuestión del orden siempre es la fundamental. En muchas tragedias griegas, el argumento gira en torno a la destrucción del orden por culpa de algún acto concreto que desencadena la locura y el desorden… hasta que el orden se restablece al final. Si esta ha sido la pauta a lo largo de la historia humana, ¿por qué no iba a seguir siéndolo?”. Albert Camus lo tenía muy claro: “el rebelde que pone en cuestión a un Estado tiránico debe contar con un orden de gobierno alternativo en mente que llevar a la práctica, porque, si no, también su rebelión pierde legitimidad”. Para solucionar un problema no basta con dinamitar la estación del meridiano de Greennwich, como lo señaló Conrad en su novela El agente secreto.
En el mundo de la toma de decisiones cruciales, “ser constantemente racionalistas es no ser realistas. El vino, viene a decirnos Eurípides, es tan necesario como la más árida reflexión”. No es la cabeza del agente quien toma las decisiones, es toda la persona con sus sesgos, apetencias, ilusiones, ambiciones. Escritorio y campo de acción curten al decisor. Por eso, Kapla recomienda que una cierta sensibilidad trágica es conveniente para darse cuenta del impacto que puede acarrear una decisión en el futuro inmediato y mediato del entorno social. Una mezcla de clarividencia, condimentada con humildad y temor para no caer en la hybris (exceso) de pensar que somos dioses del Olimpo: saber que por encima de nosotros hay un algo superior y un cielo que nos abarca nos da moderación y recato.