Quizás me esté haciendo viejo, pero llevo años observando y no puedo evitar llegar a la conclusión de que eso que llamamos “una persona normal” es cada vez más mediocre. Naturalmente me incluyo.
Desgraciadamente llegué a la idea con la observación de niños. Hace ya muchos años que comencé a alertar que lo peor que le ha ocurrido en la infancia en los últimos 10 o 15 años es la aparición de canales como Disney Chanel, Nickeledon, Cartoon Network, etc. El acceso a programas “infantiles” 24 horas al día era algo inaudito hasta la aparición de esos canales. La TV está arrasando con la imaginación de los niños. Imaginación es “imagen en acción”, pero si al niño, en lugar de enfrentarle al aburrimiento, a situaciones sin respuesta, a un simple palo y una cuerda, le damos ya hechas las imágenes en acción, su sistema nervioso va a reducir significativamente la capacidad para crearlas por sí mismo.
Qué ingenuo era yo cuando creía que lo peor eran la televisión para niños 24 horas al día. Hoy en día tienen pantalla en el coche, en el parque, en la sala de espera del pediatra y en el restaurante.
Perdón por la autocita, en el pasado escribí un artículo en este mismo blog alarmado por la falta de capacidad de muchos niños para desarrollar un juego que no fuera con un balón o con una pantalla. (“Mi hijo no sabe jugar”).
Posteriormente comencé a observar y a escuchar historias alarmantes sobre la competitividad insana entre niños pequeños. No estoy hablando necesariamente de acoso escolar, sino de niños de 7 u 8 años con conductas discriminatorias por criterios claramente adultos.
Fui a los expertos, pregunté a profesores, y la conclusión unánime es que los niños (en general, huyamos de la casuística) de hoy son más competitivos, menos imaginativos, tienen menos respeto a la autoridad Y a sus compañeros que hace 15 o 20 años.
Lógicamente no podemos culpar de nada de esto a los niños. La infancia refleja cómo es la sociedad de ese momento, por lo que comencé a mirar a los adultos y fue cuando me encontré un nivel de mediocridad apabullante. Vayamos de lo general a lo particular:
Piensen en los políticos que ocupan la primera fila hoy en España, en Europa y en Estados Unidos (hablo de ellos por no tener conocimiento de otros) y compárenlos con los políticos de hace 15 años. Y ahora con los de hace 30 años. ¿Vamos a mejor o a peor?
Piensen en la calidad de los periódicos. Piensen en la calidad del lenguaje y del tipo de noticias que se nos ofrecen como relevantes. Ahora recuerden cómo eran los periódicos de hace 15 y de hace 30 años. ¿Vamos a mejor o a peor?
Se supone que la televisión nos ofrece un buen reflejo de la sociedad. Piensen ahora en el reflejo que nos ofrece hoy en día las series y los programas españoles “La que se avecina”, “Gym Toni”, “Mujeres, hombres y viceversa”, “Cámbiame”, etc. Y ahora piensen en el reflejo que ofrecían las series de hace 15 y 30 años. ¿Cómo vamos?
Acerquémonos a algo más cotidiano. Piense en el servicio que recibe hoy en día cuando va a un establecimiento público, una tienda o un restaurante, por ejemplo. Y piense en el servicio que recibía hace 10 o 20 años. ¿Vamos a mejor o a peor?
Mi conclusión es clara. Vamos a peor. Las personas normales de hoy – y consecuentemente las relaciones que establecemos entre nosotros – tenemos menor calidad vital comparadas con aquellos que tenían nuestra edad hace 15 y 30 años. Cada vez somos más mediocres.
Las causas son muchas, estoy seguro, pero me quiero centrar en aquellas que considero tienen una repercusión directa en los niños.
- Los padres hemos perdido autoridad. Los motivos son muchos: falta de tiempo en casa, el temor mismo a ser autoridad (Freud generó la idea de que los padres traumatizamos a los niños. Puede que fuera cierto en su época. Habría que leer cuál era su diagnóstico si viviera hoy) y, sin duda, la idea de que para tener una relación afectiva más sana con nuestros hijos no debemos imponer nuestro criterio, sino acomodarnos al del niño – poner en el mismo nivel el criterio de un adulto, que tiene capacidad de prever consecuencias, con el criterio de un niño. Lo cierto es que cada vez veo más problemas de autoridad en la consulta, y puedo afirmar que cuando los padres no han conseguido establecerse como referente de autoridad en casa invariablemente la relación afectiva entre padres e hijos es conflictiva.
- La profesionalitis. San Josemaría Escrivá acuñó ese término para referirse a una inflamación exagerada (patológica, de ahí el sufijo “itis”) de la importancia que damos a la profesión. En sus propias palabras: “el apegamiento sin medida al propio trabajo profesional, que llega a mudarse en un fetiche, en un fin, dejando de ser un medio” (Carta, 24 – III – 1931). Reconozco que padezco profesionalitis en grado extremo. He probado a justificarme, pero hacerlo no reduce la inflamación. Es una de las enfermedades más extendidas de la sociedad actual. Está destruyendo familias, matrimonios y, sobre todo, personas. No solo la padecemos profesionales liberales, autónomos que vivimos directamente de cada paciente, cada cliente, o cada servicio que prestamos, sino también ejecutivos, taxistas, médicos, logopedas, maestros, charcuteros o trabajadores de una cadena de producción. Como el mal de muchos consuela a los tontos hay quien se consuela al ver que la profesionalitis es un cáncer que afecta a la generalidad de la sociedad. Hay quien piensa incluso que aquél que se esfuerza denostadamente en mantener la familia por encima del trabajo o bien es un vago o bien un iluso que nunca saldrá de pobre (como si padecer esta enfermedad diera dinero). En España se agrava con el síndrome del horario expandido y el “no salir nunca antes que el jefe”.
- Por supuesto, la omnipresencia de las pantallas. No me estoy refiriendo ahora a los niños, sino a los adultos. Los padres que llegamos a casa, en lugar de siguiendo una zanahoria atada a un palo, como el burro que no deja de caminar, con un teléfono móvil atado a nuestra mano, al que no dejamos de mirar. Si no es para ver que e-mail ha llegado en los últimos dos minutos, es para ver quien ha puesto la tontería más grande en cualquiera de los 56 chats que tenemos en wasap. Reconozcámoslo, somos adictos a la pantalla del móvil (no en vano emite luz azul, que nos hipnotiza).
Una vez más, perdón por la autocita, pero ya escribí un artículo en este blog aludiendo a esta grave situación. (“Matrimonios digitales”).
Estos tres factores – falta de autoridad, profesionalitis y adicción al teléfono móvil – está provocando una grave degradación personal en los adultos y está revirtiendo rápidamente en los niños.
Lógicamente de nada sirve quejarse, señalar al culpable y seguir en las mismas. Es necesario tomar planes de acción para revertir esta situación. Les animo a hacerlo. Desgraciadamente la mediocridad que nos invade impide que la mayor parte de la gente quiera leer algo que excede de las 1.000 palabras, y yo ya llevo 1.216, así que expondré mi propio plan de acción en otro artículo. Ánimo, huyamos de la mediocridad.