El sacerdote y psicoterapeuta Alfons Gea ofrece a los lectores de Exaudi este artículo en el que reflexiona sobre «La identidad negada» .
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La Declaración Fiducia supplicans está levantando un revuelo, cómo si se tratara de una gran reforma en la Iglesia. Ni soy experto en la materia, ni pretendo comentar el documento. Personalmente me parece de una exquisitez pastoral enorme, además redactado de manera sencilla y clara.
Afortunadamente la iglesia no es un grupo monolítico, como si una secta con su líder fuera. La pluralidad y la discrepancia hacen posible la libertad de los hijos de Dios. Y ya es sabido que cada papa despierta simpatías o fobias según el momento social o las maneras de pensar de los fieles. Tampoco pienso extenderme en este aspecto. Fiducia supplicans está sirviendo de catalizador de los descontentos con el papado de Francisco. A poco que nos fijemos de donde vienen las protestas veremos detrás de las mismas, una determinada concepción de lo que es la Iglesia. La simple clasificación de cardenales u obispos que se han pronunciado al respecto nos da un mapa delas tendencias que reinan en el orbe católico.
El tema de la “Declaración Fiducia Supplicans” está en la órbita del sexto mandamiento, aquel que si no existiera caerían en picado las confesiones. Los otros nueve mandamientos pasan de soslayo ante la conciencia de la mayoría de los penitentes. Es cierto que la sexualidad es vehículo de expresión de deseos, frustraciones, gozos, filias, fobias, amor, autoestima, relación social y más dimensiones de la persona que pasan por la gestión de una lívido que cuesta de canalizar adecuadamente.
Pero el documento habla constantemente de las personas afectadas por una determinada situación, las cuales piden una bendición. Deja bien claro que ni se bendice la unión, ni es nada semejante a un sacramento.
Hace un tiempo vinieron a la parroquia una pareja de mujeres, una de ellas venía a cambiar el nombre en la inscripción bautismal, tras haber hecho el cambio de género civilmente. Me pidieron además que si podían entrar a la iglesia a rezar. Se sentían tan desplazadas que me pidieron permiso para rezar y poner una vela. Las acompañé y estuvimos orando.
Ahora, cuando nos vemos por la calle nos saludamos amablemente. En ningún momento reforcé su opción de cambio de sexo, ni su unión de pareja, más bien me sigo mostrando perplejo, pero en absoluto hay una condena. Como tantas situaciones en la vida que no entendemos, se puede no aprobar, pero sí acompañar desde el aprecio. En estos casos, me ilumina, la escena de la pecadora a punto de linchar, cómo Jesús nos interpela con la primera piedra y como antes de la recomendación a la mujer de que no peque más, ha habido una no condena clarísima:
“’Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Nadie te ha condenado?’. Ella le respondió: “Nadie, Señor”. “Yo tampoco te condeno -le dijo Jesús-“ (Jn. 8, 1-11).
El Documento ayuda a explicitar por parte de la Iglesia la no condena a la persona, aspecto que no siempre está claro. Son muchas las personas que se sienten condenadas por la Iglesia, entre otras a las que el documento hace relación, las parejas en situación irregular y las parejas del mismo sexo. Un divorcio, por ejemplo, no es nada agradable, como para sumarle la exclusión de la comunidad. Muchas personas se han sentido excluidas en la iglesia desde su ruptura matrimonial.
A lo largo de mi trabajo en el duelo me ha tocado acompañar a padres que han perdido a sus hijos, en muerte por autolesión. No pocos han sido los que se han sentido presionados por vivir una sexualidad diferente, y a menudo en la clandestinidad. Se descubría tras la muerte una doble vida, unas presiones sociales, entre las cuales podía estar la Iglesia, y un dolor demasiado grande que les llevó a la muerte. No se puede volver atrás, pero sí cambiar lo que provoca condena.
La no condena de Jesús, ante una conducta pecadora, no siempre ha quedado clara.
Son demasiadas las personas que viven su situación familiar o de pareja de forma irregular, que en muchos aspectos no han elegido ni circunstancias, ni inclinaciones sexuales. Dichas situaciones pueden provocar un dolor, del que necesitan ser liberadas.
El primer paso es el acercamiento desde la no condena. La bendición que piden es un acercamiento desde el corazón. Y Fiducia Supplicans ayuda.
Las protestas, por la forma en que se expresan, con una cierta visceralidad ante un tema menor y tan bien matizado en el Documento, que en ningún momento contradice la doctrina, parecen una reacción de autoafirmación ante el tema de la sexualidad. Como si hubiera la necesidad de condenar algo que no se acepta en uno mismo.
El dicho español “dime de lo que alardeas y te diré de lo que adoleces” nos sitúa en los mecanismos de defensa freudianos en los que negamos nuestra propia realidad condenando al otro. Está demostrado que las conductas más homófobas, persecutorias hacia la homosexualidad vienen de homosexuales que no aceptan su sexualidad (de la Universidad de Rochester y de la Universidad de Essex, Inglaterra, y de la Universidad de California en Santa Bárbara, en 2012).
El profesor de la Universidad de Essex y director de ese estudio, Netta Weinstein, explicó así la relación entre homofobia y homosexualidad: “Los individuos que se definen como heterosexuales pero que en los test psicológicos demuestran una fuerte atracción hacia el mismo sexo, pueden sentirse amenazados por los gays y las lesbianas porque los homosexuales le recuerdan a algunas tendencias personales que tienen, pero que tratan de evitar”.
Jesús en el Evangelio citado, empieza invitando a los presentes a mirarse a sí mismos, antes de condenar – “el que esté libre de pecado…” ¿Por qué nadie tiró la primera piedra? No solo porque se sintieron ellos también como pecadores, sino, vehementes con su pecado fueron vehementes con la mujer. Tampoco Jesús les persiguió para condenarlos.
Una sociedad más sana no es aquella que condena más y una Iglesia más santa no es aquella que excluye más, sino la que ama. El amor no es transigir con el pecado, sino acariciar al que sufre, dar dignidad a pesar del pecado y una bendición es lo más digno que podemos ofrecer.