La franciscana muerte de Benedicto XVI

La muerte y la vida no se improvisan. Gracias papa Benedicto

Funeral de Benedicto XVI, 5 enero 2023 © Vatican Media

El sacerdote y psicoterapeuta Alfons Gea ofrece este artículo sobre la reciente muerte de Benedicto XVI, que califica como “franciscana”: “La muerte y la vida no se improvisan. Gracias papa Benedicto”.

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Al margen de sus escritos y Teología, el papa Benedicto XVI ha impartido doctrina con su vida y más concretamente con el final de su vida. Para todo humano, el final supone el momento de la revelación de su interior, cuando caen todos los resortes que han hecho de decorado de la propia vida.

Sorprendería a la opinión pública, por ejemplo, que confesos ateos han pedido los sacramentos a la hora de la muerte. No es el caso de nuestro papa, aunque sí podemos decir que la paz, la ternura e incluso la alegría con que ha encarado los últimos años, a pesar de todo el dolor que debió soportar, contrastan con el rigor del prefecto para la Doctrina de la Fe que conocimos siendo el cardenal Ratzinger.

Quisiera valerme de la carta que escribió el que fuera papa emérito al Corriere de la Sera, en febrero de 2018, de la cual se desprenden grandes lecciones de vida para afrontar la muerte.

Sorprende la humildad y sencillez franciscana, así como la fe profunda y alegre con la que se manifiesta a los lectores. Por su brevedad y hondura a la vez la reproducimos íntegra:

“Querido Señor Franco,

me conmovió que los muchos lectores de Su diario quieran saber cómo paso este último periodo de mi vida. Puedo decir que mientras mis fuerzas van disminuyendo, interiormente estoy en peregrinación hacia la ‘Casa’ del Señor. Es una gran gracia para mi estar rodeado en este último tramo de camino, a veces un poco fatigante, de un amor y una bondad tales que no habría podido imaginar. En este sentido, considero también las preocupaciones de Sus lectores como compañía para el trayecto. Por ello no puedo más que agradecer, asegurando por mi parte a todos ustedes mi oración.

Saludos cordiales”


Benedicto vive el final en armonía con la humanidad y el creador. Resuenan en sus palabras el Cántico de las criaturas de san Francisco de Asís, escrito por el poverello después de haber pasado una mala noche casi ciego, apenas dos años antes de su muerte: “Alabado seas, mi Señor, por nuestra hermana muerte corporal, de la cual ningún hombre viviente puede escapar…”.

La vida del papa ha sido un despojarse de sí mismo sirviendo a la iglesia hasta el final. Los historiadores darán cuenta.

Nos dice en la carta que su camino no se detiene, se hace más profundo, hacia el interior, como una peregrinación a la meta final, la Vida.

Las palabras de Benedicto XVI en la carta hablando con claridad y sencillez de su próxima muerte – aunque tuvo que esperar cuatro años más- contrastan con los finales a los que podemos estar acostumbrados los que nos hemos dedicado a la pastoral de la salud: finales anestesiados, o bien desesperados, o simplemente silenciados.

Cuántas veces nos han llamado para la extremaunción y nos han dicho “sobre todo que no se entere”. E incluso se expone como un gran logro que el enfermo no se enteró de nada. Cuando no es cierto. Por un lado, el enfermo, informado por el estado físico de su propio cuerpo, suele hablar de su final con el personal médico, cuidadores o agente de pastoral, pero no con la familia a la que protege de la noticia.  Por otro lado, la familia, hablan entre ellos y con los profesionales de la muerte próxima. Enfermo y familia tienen necesidad de hablar del tema más importante de su vida, pero se pierden esta etapa por miedo. Es lo que llamamos el pacto de silencio.

Es curioso que cuando en la era digital salen todos los temas humanos y todo se divulga, la muerte siga siendo un tabú. Aquí más que la vergüenza es la ineptitud y falta de herramientas para encarar este momento. En este sentido la carta del papa al periódico italiano supone una perla, tanto para la Iglesia, para la pastoral de la Salud como para la humanidad en general.

Toda la carta destila un aroma de agradecimiento, con aires de la “perfecta alegría” de las florecillas del santo de Asís. ¡Que luz tan clara para los finales de vida a los que estamos acostumbrados!

Demasiados ancianos viven con tristeza y amargura su final, con reproches y exigencias ante los demás. La depresión, mal mayor, en nuestra era tiene mucho que ver con la madurez de vida ante la muerte. El papa, con las facultades físicas menguadas, sobre todo la vista, decía en su carta que se encontraba fatigado, pero que se encuentra rodeado de amor y de bondad. Se deja acompañar, agradece.

La muerte y la vida no se improvisan. Gracias papa Benedicto.