06 marzo, 2025

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Javier García de Jalón: Una vida que dejó huella

Un maestro de vida y esperanza

Javier García de Jalón: Una vida que dejó huella

El legado de un buen maestro no se mide solo por los conocimientos que transmite, sino por la huella que deja en sus alumnos. Javier García de Jalón, reconocido ingeniero y profesor universitario (Universidad Complutense de Madrid y Tecnun, Universidad de Navarra), no solo enseñó sobre su especialidad, sino que convirtió su vida en una lección de fe, gratitud y resiliencia.

Su reciente fallecimiento no solo ha sido motivo de tristeza para quienes le conocieron, sino también de profundo agradecimiento. Su ejemplo trascendió las aulas, recordándonos que la grandeza no se encuentra en los títulos ni en los premios, sino en la manera en que enfrentamos la vida y compartimos con los demás.

Siempre con gratitud en el corazón

«Cuando alguien se va, parece que todo se tiñe de tristeza. Pero hay personas que han hecho tanto bien, que en lugar de lágrimas, nos dejan una sonrisa de gratitud».

Esta idea acompañó a Javier a lo largo de su vida. Sus logros profesionales eran notables, con premios y reconocimientos internacionales, pero él nunca los usó como motivo de vanidad. En cambio, prefería celebrarlos con pequeños gestos de cercanía, como repartir dulces entre sus alumnos.

Sabía que lo verdaderamente importante no estaba en los galardones, sino en la dedicación y el respeto hacia quienes aprendían de él.

Una enfermedad asumida con valentía

El diagnóstico de Esclerosis Lateral Amiotrófica (ELA) fue un golpe inesperado.

«Nunca imaginé enfrentarme a algo así. A veces pensaba en la posibilidad de un infarto, un cáncer… pero jamás en la ELA», admitió en una ocasión.

A pesar de la dureza de la enfermedad, nunca dudó de que su vida tenía un propósito. Para él, Dios era el «Guionista» de su historia, y confiaba en que todo tenía un sentido, incluso en los momentos más difíciles.

Lejos de encerrarse en la desesperanza, convirtió su situación en una oportunidad para concienciar a sus alumnos y a la sociedad sobre la importancia de valorar la vida en todas sus etapas. En su última clase, el aula estaba llena hasta el último rincón. Los estudiantes se sentaban en el suelo y en los pupitres, ansiosos por escuchar su mensaje.

Les recordó una reflexión que consideraba esencial:

«El sufrimiento es una llamada de atención en un mundo que muchas veces está demasiado distraído para escuchar».

Defensor de la vida y la dignidad

Javier veía con preocupación cómo en algunos sectores de la sociedad se promovía la eutanasia como solución ante el sufrimiento. Creía firmemente que el verdadero problema no era el dolor físico—que puede aliviarse con cuidados paliativos—sino la soledad y la falta de apoyo para quienes enfrentan enfermedades graves.

«Nadie que se sienta realmente amado desea poner fin a su vida. Lo que necesitamos no es la eutanasia, sino una mayor inversión en asistencia, en acompañamiento y en recursos que nos permitan vivir con dignidad hasta el final», afirmaba con convicción.

Consideraba que antes de aprobar leyes que acortan la vida, había cuestiones más urgentes que resolver, como la mejora de los sistemas de apoyo a las personas dependientes y sus familias.

Una lección que trasciende el aula

A pesar de la dureza de su enfermedad, nunca dejó que la tristeza dominara su vida. Creía que cada día era un regalo, y que la felicidad era contagiosa:

«Si aprendes a aceptar tu vida con gratitud, quienes están a tu alrededor también encontrarán motivos para sonreír. Todo tiene un propósito, incluso aquello que no entendemos».

Por eso, su despedida no es solo un adiós, sino un recordatorio de todo lo que nos dejó. Más allá de sus lecciones de ingeniería, nos enseñó que la fe, la gratitud y el amor pueden convertir cualquier circunstancia en una oportunidad para crecer y ayudar a los demás.

Su legado sigue vivo en cada persona que tuvo el privilegio de conocerlo y aprender de su ejemplo.