Elogio del Silencio

El testimonio del silencio interior para encontrarnos con el Padre, escuchar al Hijo y dejarnos dirigir por el Espíritu Santo

Foto de Kristina Flour en Unsplash

En medio del bullicio de nuestro tiempo, son muchas las personas que sienten la necesidad de liberarse de su ruidoso ajetreo y encontrar la tranquilidad. A otros, en cambio, el silencio les resulta arduo y penoso.

El silencio es más, mucho más que la simple ausencia de sonido. El silencio es el manantial limpio y claro del que brotan sosegadamente las palabras. El silencio culmina en la palabra, como la noche culmina en el día, la oscuridad, en la luz. Palabra y silencio son eternos compañeros. Sin silencio no hay palabra, y sin palabra no hay silencio. La palabra nos comunica con el exterior, con el otro; el silencio, con el interior de cada uno.

El silencio es uno de nuestros principales maestros de la vida. Nos abre las puertas a las profundidades de nuestra propia existencia. El silencio nos permite encontrarnos con el yo más auténtico, más genuino, pero también más misterioso y desconocido, por eso, el silencio es respetuoso, atento, amable, educado.

El silencio facilita la concentración, la atención y nos hace sentir el presente con una gran intensidad. El silencio nos enseña a comprender la naturaleza, nuestro entorno. Nos consuela, nos limpia, nos redime, nos transforma, nos sana, nos energiza. Por eso, el silencio es indispensable para una vida plena y saludable. Los grandes problemas de la vida se resuelven desde el silencio.

La vida más fecunda se esconde detrás del manantial de tu silencio. Si aprendes a cuidarlo, el silencio velará por ti.

Silencio es la palabra justa, la intención recta, la promesa clara, el entusiasmo refrenado. Es concentrarse, seguir la propia órbita, hacer la propia obra, cumplir el propio designio. Es hablar con DIOS antes que con los hombres, para no arrepentirse después de haber hablado.

Silencio es reconocer que los conflictos se resuelven mejor callando que hablando, y que el tiempo influye más en ellos que las palabras. El silencio nos posibilita mirarnos por dentro para luego cambiar por fuera. Hacemos silencio sobre todo para verificar dos cosas: ver la realidad en su profundidad y escuchar lo que más precisamos oír de ella.


Al silencio no se le puede considerar como un contrincante, más bien se le acoge como uno de los mejores amigos, portador de sentido y creador de intimidad. Te puede ayudar a transformar tu existencia cotidiana para bien.

El silencio, cuando es auténtico, se muestra como uno de los mayores bienes a conservar en nuestro caminar diario en busca de lo trascendente.

No va contra nada, ni se opone a nadie; bien al contrario, se nos brinda como un valor inmenso, está llamado a ser asumido por cada uno de nosotros. Mediante la palabra el ser humano supera a los demás seres de la naturaleza, pero con el silencio, es capaz de situarse por encima de sí mismo.

Ante la cultura del ruido y el alboroto estamos llamados a contraponer el testimonio del silencio interior para encontrarnos con el Padre, escuchar al Hijo y dejarnos dirigir por el Espíritu Santo.

Juan Andrés Segura – Colaborador de Enraizados

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