Se trata de un texto breve, sencillo, conciso. Benedicto XVI agradece a Dios, a sus padres y hermanos, a sus profesores y alumnos. Como de pasada, hace un dramático llamado, que podríamos calificar de profético: “Manténganse firmes en la fe”; llamado que dirige en primer lugar a sus compatriotas, pero inmediatamente después a toda la Iglesia. Después condensa el contenido de su magisterio en una breve sentencia: “Jesucristo es verdaderamente el camino, la verdad y la vida, y la Iglesia, con todas sus insuficiencias, es verdaderamente su cuerpo”. Pienso que en esta sentencia lapidaria podemos resumir la entraña de su enseñanza, al igual que en su lema, primero episcopal y más tarde papal: “cooperador de la verdad”.
En estas breves líneas, a manera de rápida instantánea, podemos resumir su herencia, su legado y su ejemplo. Llamado urgente, que goza de una trepidante actualidad, por ejemplo, si pensamos en el camino sinodal alemán, que amenaza fuertemente con ser el primer cisma de la Iglesia en el tercer milenio de su historia.
Benedicto XVI ha entendido su vida como un servicio: “cooperador de la verdad”, siendo consciente de que esa verdad es Cristo, y que se encuentra dentro de la Iglesia. La fuerza de su fe, sencilla y profunda a un mismo tiempo, resulta impactante. ¿Por qué? Porque le tocó enfrentarse, cara a cara, con el lado más oscuro de la Iglesia, con la crisis de fe más profunda desde la reforma protestante: la crisis de la pederastia clerical, que enfrió la fe de millones de creyentes. Le tocó hacer el “trabajo sucio” de echar luz a esa dolorosa realidad, y comenzar el doloroso proceso de curación y purificación.
Le tocó, también de forma dramática, hacer frente a la acusación de negligencia en el manejo de esos casos durante su tiempo como arzobispo de Múnich. Muere cuando está en marcha un proceso en el cual, él esperaba poder probar su inocencia al respecto. Pero, tristemente, la sombra de la duda se cierne sobre su vida. Esta mancha podría empañar su legado, y por eso es de la máxima importancia que se esclarezca, con perspectiva histórica, su inocencia al respecto. De esa forma se eliminaría todo asomo de duda, que pueda empañar el auténtico monumento del pensamiento, que representa toda su prolífica obra, y que puede considerarse como su mejor herencia espiritual.
Sería una pena que, por lo mencionado en el párrafo precedente, no fuera elevado, a su tiempo, en los altares. Sería también, me animo a decirlo, una terrible injusticia, pues si alguien ha hecho algo para erradicar ese triste cáncer de la Iglesia, ha sido él. Sería una injusta ironía de la historia acusar de negligencia para combatir la pedofilia a quien puso los cimientos para eliminarla de raíz dentro de la Iglesia
En Benedicto XVI se realizó, vivamente, lo que predicaba con clarividencia San Josemaría. En efecto, como este santo rezaba, es preciso tener “piedad de niños y doctrina de teólogos”. Benedicto XVI encarna a la perfección esta imagen, este proyecto, este modelo de humanidad creyente. Si siempre lo vivió así, más aún durante la etapa final de su vida, recluido en un monasterio dentro del Vaticano, dedicado a la oración. El Papa Francisco reconoció públicamente, en repetidas ocasiones, la importancia de su testimonio orante, como columna y sostén de la Iglesia.
El precioso tesoro de su magisterio teológico se complementa también con el de su fidelidad en la oración. La riqueza de su teología viene así ungida por la humildad y valentía de su renuncia histórica, y la sencilla forma de vida que adoptó en la etapa final de su existencia. Muchos quisieron utilizar su figura para justificar una división en el seno de la Iglesia, pero él siempre estuvo en la sombra, apoyando decididamente el magisterio de Francisco, quién sabía que podía contar con el respaldo de su oración, y con su testimonio de obediencia dócil y humilde a un tiempo.
¡Que Benedicto XVI, “cooperador de la verdad” nos ayude a buscarla con pasión y humildad en nuestra vida y nos consiga del Cielo el ardiente deseo de servir a la Iglesia que lo caracterizó!