Quedan lejanos aquellos días en que se suponía, erróneamente, que la ciencia era enemiga de la religión. En efecto, tal idea no se trata sino un prejuicio filosófico propio de la Ilustración, ampliamente superado. La ciencia moderna, así como las universidades, nacieron al calor de la religión católica. Es verdad que en ocasiones ha existido algún conflicto marginal -como es el caso Galileo-, pero se trata de la excepción, no de la regla. Ahora, en cambio, el pontificado ha dado un paso más: así como antaño fue mecenas de lo mejor de la producción artística de la historia universal, ahora se ha convertido, quizá, en el principal difusor en la opinión pública, en el gran divulgador de la ciencia. Francisco, con su Exhortación Apostólica Laudate Deum, ha puesto sobre la mesa del debate público la necesidad de tomarse en serio el calentamiento global y el cambio climático, difundiendo de esa forma, entre los creyentes de a pie y personas de buena voluntad, los resultados más sólidos de la ciencia reciente sobre dicho tópico. Digamos que, lo que Carl Sagan fue para la imagen pública de la ciencia en los años 80 del siglo XX, lo es ahora Francisco en la segunda década del siglo XXI.
La Exhortación Apostólica de Francisco es bastante breve, apenas 73 puntos, breves todos ellos. La mayor parte de las referencias están tomadas de su propia encíclica precedente, Laudato si´, de pocas declaraciones de algunas Conferencias Episcopales, y de una multitud de estudios científicos sobre el cambio climático. En algunos sectores del catolicismo ha despertado cierto desconcierto: “zapatero a tus zapatos”, ¿qué “vela en el entierro” tiene Francisco como persona o el papado como institución en la ecología? ¿Cuál es la misión de la Iglesia?, ¿salvar almas o salvar al mundo? Para ello, hacen notar, por ejemplo, cómo en el texto no aparece ni una vez la palabra “Evangelio” o “Virgen María”; “Jesús” sólo aparece 5 veces, “Dios” 11, mientras la palabra “clima” se menciona 33 ocasiones, con abundantes notas a pie de página.
Personalmente pienso que hay que darle el beneficio de la duda al Papa, y acoger con religioso respeto su magisterio -se trata de un texto magisterial-, como debe hacer un buen católico. La crítica no está exenta de cierta malicia, es decir, sería correcta si todo el magisterio del Papa se dedicara exclusivamente a tratar la cuestión del clima. Pero, claramente, no es así. Hay que entender el texto de Francisco tanto en su contexto histórico, como dentro del conjunto de su magisterio. Es verdad que se trata del primer Papa en dedicar dos documentos y gran parte de un tercero (“Querida Amazonia”) al tema medioambiental. Es cierto que, junto con el cambio climático, otro tema fundamental de su pontificado son los migrantes. Ambos temas candentes, actuales, pero de los cuales no se percibe, a primera vista, su relación directa con la predicación del evangelio, la administración de los sacramentos y la salvación de las almas, temas bacilares y fundantes de la Iglesia. Sin embargo, atendiendo a la misión profética de la Iglesia en el mundo, por ejemplo, como la expresa la Constitución Apostólica Gaudium et Spes, del Concilio Vaticano II y, a la lectura sin prejuicios de los mismos textos de Francisco, entendemos que parte de la misión que la Iglesia da a los laicos de “ordenar el mundo según Dios”, incluye interesarse por los problemas más acuciantes de la sociedad actual, entre los cuales se encuentra, sin duda alguna, el cambio climático.
Es cierto que Francisco le da una relevancia inusitada a ciertos temas, que resultan novedosos en la narrativa eclesial, pero con eso le da una presencia nueva a la Iglesia en el debate contemporáneo. Le otorga una nueva legitimidad y un gran prestigio entre las naciones. Ayuda a comprender que, si bien la misión de la Iglesia es la salvación de las almas, ello no implica desentenderse del mundo, sino todo lo contrario. Es verdad que Francisco como tal -Jorge Mario Bergoglio-, no es especialista en el tema. Pero sabe asesorarse de las personas indicadas para presentar un texto coherente, que no desdice en lo referente a sus afirmaciones de carácter técnico. En este caso, además, lo hace con una clara dimensión profética, de denuncia directa, no conocida en los textos magisteriales recientes. En concreto, el texto tiene una doble finalidad: mostrar cómo Laudato si´ no ha tenido la acogida esperada en el concierto de las naciones y aprovechar la COP 28 de Dubai para corregir el rumbo.
En el camino, y como de pasada, muestra cómo la raíz del problema no está en la sobrepoblación, sino en un género de vida dispendioso y consumista. La causa del problema no está en que hay muchos pobres -como insistentemente intentan hacernos creer-, sino en que los ricos no son capaces de tomar un género de vida sobrio y templado por solidaridad con el planeta. Y lo hace con datos duros: la mitad de los pobres del mundo está en África y ellos contaminan muy poco. Mientras que Estados Unidos contamina cerca de siete veces más respecto a la media de los países pobres. Por eso el problema no es sólo ni principalmente técnico, sino moral. Y eso casi nadie lo dice, solo Francisco.