El Papa Francisco ha recibido hoy, 7 de junio de 2020, a los sacerdotes de la comunidad de San Luis de los Franceses en Roma y les animó a conocer sus debilidades: “Los curas ‘superhombres’ acaban mal, todos ellos. El sacerdote frágil, que conoce sus debilidades y habla de ellas con el Señor, ese irá bien”.
En su discurso, el Santo Padre ha destacado cómo en una sociedad como la actual “marcada por el individualismo, la autoafirmación y la indiferencia, vosotros lleváis a cabo la experiencia de vivir juntos con sus retos diarios”. Situada en el corazón de Roma, “vuestra casa, con su testimonio de vida, puede comunicar a las personas que la frecuentan los valores evangélicos de una fraternidad variopinta y solidaria, especialmente cuando alguien atraviesa un momento difícil”. En efecto, continúa, “vuestra vida fraterna y vuestros diversos compromisos son capaces de hacer sentir la fidelidad del amor de Dios y su cercanía. Un signo, una señal”.
Reconocer la fragilidad
En este año dedicado a san José, Francisco les animó “a redescubrir el rostro de este hombre de fe, de este padre tierno, modelo de fidelidad y de abandono confiado en el proyecto de Dios” que nos enseña que Dios “puede actuar incluso a través de nuestros miedos, de nuestras fragilidades, de nuestra debilidad”. En este sentido, el Papa remarcó que “no debemos dejar de lado la fragilidad”, pues “es un lugar teológico”.
“Mi fragilidad, la de cada uno de nosotros, es un lugar teológico de encuentro con el Señor. Los curas ‘superhombres’ acaban mal, todos ellos. El sacerdote frágil, que conoce sus debilidades y habla de ellas con el Señor, ese irá bien. Con José, estamos llamados a volver a la experiencia de los actos sencillos de acogida, de la ternura, del don de sí mismo”, añadió.
Asimismo, el Pontífice resaltó que en la vida comunitaria, “siempre existe la tentación de crear pequeños grupos cerrados, de aislarse, de criticar y hablar mal de los demás, de creerse superiores, más inteligentes” y que el chismorreo “es una costumbre de los grupos cerrados, también una costumbre de los curas que se vuelven solterones: van, hablan, chismorrean: esto no ayuda”. Esto constituye una amenaza para todos, de manera que, indicó, “hay que dejar esta costumbre y mirar y pensar en la misericordia de Dios” y anheló “que siempre os acojáis unos a otros como un regalo”. En una fraternidad “vivida en la verdad, en la sinceridad de las relaciones y en una vida de oración podemos formar una comunidad en la que se respira el aire de la alegría y de la ternura”, remarcó.
Pastores con “olor a oveja”
Del mismo modo, el Obispo de Roma reiteró su deseo de que los presbíteros sean pastores con “olor a oveja”. Esto es, “personas capaces de vivir, de reír y llorar con vuestra gente, en una palabra, de comunicarse con ella (…), ya que sostiene que “no se puede reflexionar sobre el sacerdote fuera del pueblo santo de Dios”.
“Si pensáis en un sacerdocio aislado del pueblo de Dios, eso no es un sacerdocio católico, no; ni siquiera cristiano”, prosigue, “despojaos de vosotros mismos, de vuestras ideas preconcebidas, de vuestros sueños de grandeza, de vuestra autoafirmación, para poner a Dios y a las personas en el centro de vuestras preocupaciones cotidianas”, apuntó.
El Sucesor de Pedro también invitó a sus hermanos sacerdotes “a tener siempre grandes horizontes, a soñar, a soñar con una Iglesia totalmente al servicio, con un mundo más fraterno y solidario” y a cultivar la gratitud: “Gratitud al Señor por lo que sois los unos para los otros. Con vuestras limitaciones, vuestras fragilidades, vuestras tribulaciones, siempre hay una mirada amorosa que se posa sobre vosotros y os da confianza”.
A continuación, sigue el texto completo del discurso del Pontífice.
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Discurso del Santo Padre
Queridos hermanos,
Me alegra mucho recibiros como comunidad sacerdotal de San Luis de los Franceses. Agradezco al rector, monseñor Laurent Bréguet, sus amables palabras.
En una sociedad marcada por el individualismo, la autoafirmación y la indiferencia, vosotros lleváis a cabo la experiencia de vivir juntos con sus retos diarios. Situada en el corazón de Roma, vuestra casa, con su testimonio de vida, puede comunicar a las personas que la frecuentan los valores evangélicos de una fraternidad variopinta y solidaria, especialmente cuando alguien atraviesa un momento difícil. En efecto, vuestra vida fraterna y vuestros diversos compromisos son capaces de hacer sentir la fidelidad del amor de Dios y su cercanía. Un signo, una señal.
En este año dedicado a San José, os invito a redescubrir el rostro de este hombre de fe, de este padre tierni, modelo de fidelidad y de abandono confiado en el proyecto de Dios. “También a través de la angustia de José pasa la voluntad de Dios, su historia, su proyecto. Así, José nos enseña que tener fe en Dios incluye además creer que Él puede actuar incluso a través de nuestros miedos, de nuestras fragilidades, de nuestra debilidad”. (Carta apostólica Patris Corde, 2). No debemos dejar de lado la fragilidad: es un lugar teológico. Mi fragilidad, la de cada uno de nosotros, es un lugar teológico de encuentro con el Señor. Los curas “superhombres” acaban mal, todos ellos. El sacerdote frágil, que conoce sus debilidades y habla de ellas con el Señor, ese irá bien. Con José, estamos llamados a volver a la experiencia de los actos sencillos de acogida, de la ternura, del don de sí mismo.
En la vida comunitaria, siempre existe la tentación de crear pequeños grupos cerrados, de aislarse, de criticar y hablar mal de los demás, de creerse superiores, más inteligentes. El chismorreo es una costumbre de los grupos cerrados, también una costumbre de los curas que se vuelven solterones: van, hablan, chismorrean: esto no ayuda. Y esto nos amenaza a todos y no es bueno. Hay que dejar esta costumbre y mirar y pensar en la misericordia de Dios. Que siempre os acojáis unos a otros como un regalo. En una fraternidad vivida en la verdad, en la sinceridad de las relaciones y en una vida de oración podemos formar una comunidad en la que se respira el aire de la alegría y de la ternura.
Os animo a vivir los preciosos momentos de intercambio y oración comunitaria con una participación activa y alegre. También los momentos de gratuidad, del encuentro gratuito. El sacerdote es un hombre que, a la luz del Evangelio, difunde el sabor de Dios a su alrededor y transmite esperanza a los corazones inquietos: así tiene que ser. Los estudios que realizáis en las distintas universidades romanas os preparan para vuestras futuras tareas como pastores, y os permiten apreciar mejor la realidad en la que estáis llamados a anunciar el Evangelio de la alegría. Sin embargo, vosotros no entráis en el terreno para aplicar las teorías sin tener en cuenta el entorno en el que os encontráis, ni a las personas que se os encomiendan. Os deseo que seáis “pastores con “olor a oveja”“. (Homilía, 28 de marzo de 2013), personas capaces de vivir, de reír y llorar con vuestra gente, en una palabra, de comunicarse con ella. A mi me preocupa cuando se hacen reflexiones y pensamientos sobre el sacerdocio, como si fuera algo que se hace en un laboratorio: este sacerdote, aquel otro… No se puede reflexionar sobre el sacerdote fuera del pueblo santo de Dios. El sacerdocio ministerial es una consecuencia del sacerdocio bautismal del santo pueblo fiel de Dios. Esto no debe olvidarse. Si pensáis en un sacerdocio aislado del pueblo de Dios, eso no es un sacerdocio católico, no; ni siquiera cristiano. Despojaos de vosotros mismos, de vuestras ideas preconcebidas, de vuestros sueños de grandeza, de vuestra autoafirmación, para poner a Dios y a las personas en el centro de vuestras preocupaciones cotidianas. Para poner al pueblo santo y fiel de Dios en el centro hay que ser pastor. “No, yo quisiera ser solamente un intelectual, no un pastor”: pues pide la reducción al estado laico, te sentará mejor, y sé un intelectual. Pero si eres un sacerdote, sé un pastor. Serás un pastor, en muchas formas, pero siempre en medio del pueblo de Dios. Lo que Pablo recordaba a su amado discípulo: “Acuérdate de tu madre, de tu abuela, del pueblo, de los que te enseñaron”. El Señor le dice a David: “Te he elegido de entre el rebaño”, de ahí.
Queridos hermanos sacerdotes, os invito a tener siempre grandes horizontes, a soñar, a soñar con una Iglesia totalmente al servicio, con un mundo más fraterno y solidario. Y para ello, como protagonistas, tenéis una contribución que ofrecer. No tengáis miedo de atreveros, de arriesgaros, de seguir adelante, porque todo lo podéis hacer con Cristo, que os conforta (cf. Flp 4,13). Con Él, podéis ser apóstoles de la alegría, cultivando en vosotros la gratitud de estar al servicio de vuestros hermanos y de la Iglesia. Y la alegría se acompaña con el sentido del humor. Un sacerdote que no tiene sentido del humor no gusta, algo falla. Imitad a esos grandes sacerdotes que se ríen de los demás, de sí mismos y también de su propia sombra: el sentido del humor es una de las características de la santidad, como señalé en la Exhortación Apostólica sobre la santidad, Gaudete et Exultate. Y cultivad en vosotros la gratitud de estar al servicio de vuestros hermanos y de la Iglesia. Como sacerdotes, habéis sido “ungidos con óleo de alegría para ungir con óleo de alegría” (Homilía, 17 de abril de 2014). Y sólo permaneciendo arraigados en Cristo podréis experimentar una alegría que os empuje a conquistar corazones. La alegría sacerdotal es la fuente de vuestra acción como misioneros de vuestro tiempo.
Por último, os invito a cultivar la gratitud. Gratitud al Señor por lo que sois los unos para los otros. Con vuestras limitaciones, vuestras fragilidades, vuestras tribulaciones, siempre hay una mirada amorosa que se posa sobre vosotros y os da confianza. El agradecimiento “es siempre ‘un arma poderosa’”(Carta a los sacerdotes en el 160 aniversario de la muerte de San Juan María Vianney, 4 de agosto de 2019), que nos permite mantener encendida la llama de la esperanza en los momentos de desánimo, de soledad y prueba.
Os encomiendo a cada uno de vosotros, a vuestros familiares, al personal de vuestra casa, así como a los miembros de la parroquia de San Luis de los Franceses, a la intercesión de la Virgen María y a la protección de San Luis. Os bendigo de corazón, y os pido por favor que no os olvidéis de rezar por mí porque lo necesito. Este trabajo no es fácil. Y en los libros de espiritualidad hay un capítulo -en algunos libros, pero pensemos en San Alfonso María de’ Liguori y en muchos otros- un capítulo sobre un tema y luego un ejemplo, y algunos dicen: “Donde se prueba lo dicho con un ejemplo”, y ponen un ejemplo de vida. Hoy, antes de que vosotros entrarais, el padre Landousies me ha dicho que a finales de junio dejará este cargo aquí, en la Curia: ha sido mi traductor de francés durante mucho tiempo. Pero me gustaría hacer un resumen de su persona. Es un ejemplo. He encontrado en él el testimonio de un sacerdote feliz, de un sacerdote coherente, un sacerdote que ha sido capaz de convivir con mártires ya beatificados -que los conocía uno a uno- y también de convivir con una enfermedad de la que no se sabía qué era, con la misma paz, con el mismo testimonio. Y aprovecho públicamente, también ante L’Osservatore Romano, delante de todos, para agradecerle su testimonio, que me ha hecho bien muchas veces. Su forma de ser me ha hecho bien. Se marchará, pero irá a ejercer su ministerio a Marsella, y hará tanto bien con esta capacidad que tiene que acoger a todos; pero deja aquí el buen aroma de Cristo, el buen aroma de un sacerdote, de un buen sacerdote. Así que ante vosotros digo gracias, gracias por todo lo que has hecho.
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