No hace mucho, en el tanatorio dónde asisto a las familias oí cómo un joven preguntaba a otro sobre la hora de la Misa. Me satisfizo que una de las ceremonias fuera con Misa y pensaba saludar al sacerdote celebrante. Pero resultó que no era con Misa, ni tan solo era un responso, cosa que hubiera sido normal ya que a toda celebración religiosa, sea o no Eucaristía, el vulgo la suele llamar Misa.
Era una ceremonia laica, no religiosa. Los jóvenes lo sabían puesto que siguieron conversando sobre la forma del acto y hablaban de la señora que iba a conducir la ceremonia del entierro.
La Misa para éstos jóvenes y para muchos otros es un rito sin más. Quizás hemos conservado demasiado tiempo este vocablo, de dudoso sentido para referirse al sacrificio eucarístico, máxime cuando no hablamos ya en latín y escuchaban los fieles el “Ite misa est” al acabar la sagrada liturgia.
Mal lo tenemos los católicos para exigir la nomenclatura correcta de nuestras cosas. Con dificultades llega al gran público la palabra “Eucaristía”, aunque algo suena. Mucho más familiar es la “Comunión” asociada a la recepción del sacramento por primera vez, pero extraño cuando se refiere a la celebración dominical ordinaria. La “Fracción del pan” sería lo suyo recogiendo la nomenclatura del libro de los Hechos.
Ciertamente lo tenemos difícil, ya que los tópicos referentes a la Iglesia están fijados en el imaginario colectivo. Recuerdo que estando en periodo de formación, en el seminario, visitaba a mi familia de vez en cuando. Y los vecinos siempre me preguntaban que si estaba de permiso por mucho que yo les explicara que venía cuando era posible, pero que no necesitaba ningún permiso para visitar a mis padres. Entiendo que lo equiparaban al servicio militar de entonces.
De entre la misma comunidad surgen también comentarios referidos a la Eucaristía: “muy bonita”, “me ha gustado mucho”, expresiones que seguramente recogen la belleza de la liturgia incluida la vivencia de la fe, pero que corren el peligro de reducir el sacramento a algo emotivo y estético.
Observo, por otro lado, como la ideología de género se va imponiendo en el lenguaje y ya no es extraño sentir las variantes gramaticales, que fuerzan el lenguaje haciendo caer en la cuenta al oyente de que los giros lingüísticos no son neutros respecto al género. Nos acostumbramos a decir, por ejemplo “ hermanos y hermanas, podéis ir en paz”.
Queramos o no el lenguaje genera el concepto.
Sin entrar a discutir el tema, quizás sea el momento de usar un vocabulario más adecuado a la realidad teológica, sacramental o eclesial que define con más precisión nuestras cosas. El criterio de facilitar la comprensión, renunciando a las palabras difíciles o teniendo presente la poca formación del oyente, nos puede llevar a la banalización de los conceptos y a la simplificación, de tal manera que se entienda lo que se dice, pero que no se corresponda con lo que se dice.
Me remito al ejemplo con el que empezaba esta reflexión. Aquellos jóvenes hablaban sobre la hora de la Misa, se entendían entre ellos respecto a la hora de la ceremonia fúnebre, pero en realidad, no se iba a celebrar ninguna Eucaristía, pues el acto de despedida no era religioso, sino laico.
El lenguaje nos brinda la oportunidad de evangelizar, es decir, de acercar la realidad divina al otro que presupone que sabe de qué se trata. Si nuestro lenguaje, al ser preciso, al usar palabras extrañas para el oyente, genera en el otro interrogantes o desconocimiento, no facilitamos la comprensión según sus esquemas, pero estamos abriendo una ventana a la curiosidad.
Muchos de los no creyentes que han pasado por las catequesis de nuestras parroquias quizás no sabrían explicar muchas palabras clave de la fe cristiana: Acción de gracias, bienaventuranza, carisma, comunión, Espíritu, Eucaristía, expiación, gloria, gracia, ídolos, iglesia, justificación, kénosis, Kerigma, mártir, misericordia, misión, misterio, Paráclito, Parusía, promesas, reconciliación, redención, reino, resurrección, soteriológico, sacrificio, Siervo, transfiguración…
Más que perder la fe, quizás no entraron en ella. No sé si los jóvenes que han inspirado este artículo hicieron catequesis. Es de suponer que la palabra Misa la tienen incorporada a su vocabulario, pero a la Eucaristía no llegaron.