Rafael de Mosteyrín, sacerdote y capellán del CDP Torrealba, ofrece este artículo, dedicado a la Conmemoración de los Fieles Difuntos, celebrado hoy 2 de noviembre, invita a reflexionar sobre nuestra vida y a practicar la costumbre de ir a rezar al cementerio.
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Aunque es normal que todos queramos vivir el mayor tiempo posible, somos mortales.
Para los cristianos esto no es un problema, sino un cambio de vida, a una vida para siempre. Creemos esto porque confiamos en el Señor, que nos ha dicho que tiene poder para resucitarnos. Por eso no hay que tener miedo a la muerte. La mayoría de las personas fallecen ya mayores, pero no siempre es así. Es bueno estar preparados siempre para nuestra propia muerte. El mejor modo de prepararse para ir al Cielo es estar en gracia de Dios. Y para eso es conveniente confesarse con frecuencia, que es el modo de estar en paz con Dios.
De vez en cuando, especialmente un día como hoy, es bueno pensar en cómo va nuestra vida, en cuánto queremos a Dios, y si queremos ser santos. Así nos preparamos para recibir la muerte donde Dios quiera, como Dios quiera y cuando Dios quiera. Dios es un Padre bueno, y por eso confiamos en que vendrá en el momento más oportuno. Si habitualmente hemos puesto todo el esfuerzo por seguir a Dios Él nos recibirá, porque es siempre fiel. Un buen cristiano está contento siempre, también a la hora de morir. Y quiere que los que le acompañan le vean también sonriente. Se trata de cambiar de casa, de salir de estas cosas de la tierra, para ir a Dios.
De todos modos es lógico que todos, incluso los más santos, quieran vivir siempre el mayor tiempo posible. Se trata de aprovechar al máximo el tiempo que Dios quiera que estemos en la tierra. Sería más cómodo desear morir por pereza, de no hacer más obras de amor a Dios, y a los demás. Los años no cuentan para los que aman a Dios, que se ven siempre jóvenes, porque tienen la ilusión de vivir cada vez mejor, como buenos hijos.
El día de todos los difuntos es una buena costumbre también ir a rezar al cementerio. Es una palabra cristiana, que significa dormitorio. Allí podemos pedirle a Dios que los que están allí enterrados se purifiquen rápido, y pasen cuanto antes del Purgatorio al Cielo. Nuestra oración, especialmente nuestra petición en la Santa Misa, les ayuda mucho.
Cuando Jesús resucita a tres personas, en sus tres años de predicación, nos demuestra que tiene poder sobre la muerte. Así va a hacer con cada uno de nosotros. Después vendrá el premio del Cielo, cuando estemos preparados, o la separación definitiva de Dios, si lo hemos rechazado siempre en nuestra vida. Jesús, al resucitarse a sí mismo nos muestra una vez más que no es sólo un hombre, sino Dios. Y nos hace inmortales después de esta corta vida en la tierra.