San Juan de la Cruz nos advierte que el demonio es un enemigo peligroso porque rara vez se presenta con formas evidentes de mal. Su estrategia es mucho más sutil: engaña al alma disfrazando el mal con apariencia de bien. Por ello, el santo nos ofrece tres cautelas clave para protegernos de sus artimañas y crecer en la vida espiritual.

1. Obedecer siempre a Dios y a la autoridad legítima. La desobediencia es una de las trampas más usadas por el demonio, pues nos hace creer que podemos decidir por nosotros mismos lo que es correcto sin someternos a la voluntad de Dios. San Juan de la Cruz insiste en que nunca tomemos decisiones importantes sin la guía de la obediencia, pues Dios prefiere la obediencia antes que los sacrificios.

2. Purificar nuestra mirada y no juzgar a los superiores. El demonio siembra dudas y desconfianza en el corazón, especialmente respecto a quienes nos guían espiritualmente. Por eso, San Juan de la Cruz nos exhorta a no fijarnos en los defectos humanos de los superiores o guías espirituales, sino a ver en ellos la voluntad de Dios, evitando así que la soberbia nos haga caer en el error.

3. Practicar la humildad en todo momento. El orgullo es la vía de entrada del demonio al alma. La tercera cautela nos llama a buscar siempre el bien de los demás por encima del nuestro, alegrándonos de los logros ajenos y evitando la vanagloria. El demonio huye de un alma humilde, pues esta está totalmente abandonada a la gracia de Dios.

La lucha espiritual es real, pero Dios nos da las armas necesarias para vencerla. Si vivimos con obediencia, pureza de intención y humildad, podremos resistir los ataques del enemigo y avanzar con firmeza en nuestro camino hacia la santidad.

San Juan de la Cruz habla de nueve cautelas, divididas en tres grupos según los enemigos del alma:

1. Tres cautelas contra el mundo
2. Tres cautelas contra el demonio
3. Tres cautelas contra la carne