El cardenal Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas y responsable de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), ofrece a los lectores de Exaudi su artículo semanal titulado “Todos somos artesanos de la paz”.
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MIRAR
Frecuentemente culpamos a otros de los males que pasan. Por ejemplo, en cuanto al creciente clima de violencia e inseguridad que vivimos en el país, nos podemos quedar tranquilos culpando sólo a los gobernantes actuales, que no han sabido, no han podido, o no han querido, con sistemas más sofisticados de inteligencia, enfrentar a los grupos de delincuentes. Pero todos hemos de preguntarnos en qué medida hemos colaborado a este deterioro social, y qué podemos hacer para revertirlo.
Este fin de semana, me enteré de que el jefe del grupo extorsionador de mi rumbo está cobrando a quienes se han ido como migrantes a los Estados Unidos, con papeles o sin ellos, la cantidad de dos mil dólares; y si no los pagan, amenaza con matar a sus familiares que viven entre nosotros. Es cierto que el gobierno ha enviado rondines frecuentes del Ejército, de la Guardia Nacional y Policías. Este domingo pasado, llegaron muy temprano al pueblo y registraron a ciudadanos que encontraron, sin mayores consecuencias. El domingo anterior, antes de medio día, llegaron y estuvieron allá como media hora; en ese momento, todo era paz y tranquilidad. Pero apenas se fueron, a las dos o tres horas, hizo presencia el grupo armado que extorsiona a todo mundo, paseándose libremente en las calles, con sus acostumbradas armas largas y con su clásica prepotencia, como pregonando que no tienen miedo y que nadie logrará que dejen de explotar a los pobres ciudadanos. Me dicen que ellos están también detrás de la creciente deforestación que están sufriendo nuestros bosques.
La solución a esta injusticia e inestabilidad ¿es competencia sólo del gobierno estatal y federal? Ciertamente éste tiene el mandato constitucional de proteger al pueblo, lo cual no depende de opciones del gobierno en turno; sin embargo, todos hemos de preguntarnos por qué llegamos a estos extremos y qué podemos hacer. Felicitamos a la Secretaría de Marina por la reciente detención de un importante capo narcotraficante, gracias a sistemas avanzados de inteligencia; pero también nosotros podemos colaborar para que no haya delincuentes y así se preserve la paz social. La base, insisto, es una familia bien constituida y estable, que educa en el trabajo, en la fraternidad y en la solidaridad comunitaria. Como Iglesia, estamos aportando cuanto podemos para que nuestra evangelización aterrice en compromisos concretos por la educación para la paz; estamos dispuestos a un diálogo con cualquier instancia, a pesar de los insultos y descalificaciones que algunos nos hacen.
DISCERNIR
El Papa Francisco, en su encíclica Fratelli tutti, nos dice:
“La paz social es trabajosa, artesanal. Sería más fácil contener las libertades y las diferencias con un poco de astucia y de recursos. Pero esa paz sería superficial y frágil, no el fruto de una cultura del encuentro que la sostenga. Integrar a los diferentes es mucho más difícil y lento, aunque es la garantía de una paz real y sólida. Esto no se consigue agrupando sólo a los puros, porque aun las personas que puedan ser cuestionadas por sus errores, tienen algo que aportar que no debe perderse. Tampoco consiste en una paz que surge acallando las reivindicaciones sociales o evitando que hagan lío, ya que no es un consenso de escritorio o una efímera paz para una minoría feliz. Lo que vale es generar procesos de encuentro, procesos que construyan un pueblo que sabe recoger las diferencias. ¡Armemos a nuestros hijos con las armas del diálogo! ¡Enseñémosles la buena batalla del encuentro!” (217).
“En muchos lugares del mundo hacen falta caminos de paz que lleven a cicatrizar las heridas, se necesitan artesanos de paz dispuestos a generar procesos de sanación y de reencuentro con ingenio y audacia” (225).
“Los líderes religiosos estamos llamados a ser auténticos dialogantes, a trabajar en la construcción de la paz no como intermediarios, sino como auténticos mediadores. Los intermediarios buscan agradar a todas las partes, con el fin de obtener una ganancia para ellos mismos. El mediador, en cambio, es quien no se guarda nada para sí mismo, sino que se entrega generosamente, hasta consumirse, sabiendo que la única ganancia es la de la paz. Cada uno de nosotros está llamado a ser un artesano de la paz, uniendo y no dividiendo, extinguiendo el odio y no conservándolo, abriendo las sendas del diálogo y no levantando nuevos muros” (284).
ACTUAR
Además de orar por la paz, como nos ha invitado nuestro episcopado, eduquemos y eduquémonos para la fraternidad, desde la familia, la escuela, la parroquia, los medios informativos y las redes sociales. A Dios rogando, y haciendo cuanto más podamos por la paz.