13 marzo, 2025

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Felipe Arizmendi

Voces

09 febrero, 2023

5 min

Cardenal Arizmendi: Solo el amor transforma

Aprendamos a amar a quienes son diferentes y piensan distinto a nosotros

Cardenal Arizmendi: Solo el amor transforma
Heredia (C) Cathopic

El cardenal Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas y responsable de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), ofrece a los lectores de Exaudi su artículo semanal titulado “Solo el amor transforma”.

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MIRAR

Conocí una comunidad indígena que tenía y tiene fama de ser muy cerrada, intransigente, cerrada en sus ancestrales costumbres, enemigos de cualquier cambio que se les propusiera. Cuando se pensaba cambiarles párroco, el presidente municipal me mandó una carta en que me pedía que no lo cambiáramos, porque, me decía: Este padre nos conoce, nos aprecia, nos valora, convive con nosotros y nos está enseñando cómo ser católicos modernos… ¿Qué significa ser católicos modernos? Nada del otro mundo, sino que leyeran la Biblia, que permitieran a las mujeres participar más en la liturgia, que la Misa se celebrara en su propio idioma, que aceptaran las pláticas presacramentales, etc. Ellos, que antes rechazaban estos cambios que ya ordenó el Concilio Vaticano II desde hace más de 50 años, ahora los aceptan gustosos, porque sienten que su párroco los quiere, los valora y los respeta. El amor abre las mentes y los corazones para cambiar lo que sea necesario.

Entre novios o esposos que se aman, es fácil que uno acepte las propuestas del otro. Por ejemplo, si a ella no le gusta un deporte que a él le fascina, ella lo acompaña y hasta va disfrutando lo que antes le repugnaba. Cuando los esposos se aman, él deja los excesos de beber y de andar con sus compadres en parrandas, porque sabe que eso molesta a su esposa. Pero si no se aman, con más gusto hace lo que molesta a su esposa y a diario habrá pleitos y discusiones entre ambos. El amor, como dije antes, abre mentes y corazones para transformar la realidad.

En las contiendas políticas y electorales, lo que menos aparece es el amor fraterno. Predominan las ofensas, los insultos, las descalificaciones, tanto en sesiones mañaneras, como en discursos propagandísticos, en espectaculares y letreros de bardas, en debates, culpando de todos los males a regímenes de otros tiempos o de otros partidos. Parece que lo que más importa es destruir a los que piensan en forma diferente y tienen otros datos. Aunque digamos que somos cristianos y que el amor inspira nuestro humanismo, con los hechos y las palabras demostramos todo lo contrario. Y aún así, ¿a qué se debe que tantos crean y apoyen a estas personas virulentas? Quizá por las dádivas que les regalan, no de su bolsillo sino de nuestros impuestos, o por el interés de subir a puestos más altos sólo por aparentar ser del mismo partido.

DISCERNIR

El Papa Francisco, en su reciente viaje a la República Democrática del Congo, dijo algo que vale también para nosotros:

 “Es precisamente a partir de los corazones que la paz y el desarrollo siguen siendo posibles porque, con la ayuda de Dios, los seres humanos son capaces de justicia y perdón, de concordia y reconciliación, de compromiso y perseverancia en el aprovechamiento de los talentos que han recibido. Que la violencia y el odio no tengan ya cabida en el corazón ni en los labios de nadie, porque son sentimientos antihumanos y anticristianos que paralizan el desarrollo y hacen retroceder hacia un pasado oscuro.

Gracias a Dios no faltan quienes contribuyen al bien de la población local y a un desarrollo real a través de proyectos eficaces; y no de intervenciones de mero asistencialismo, sino de planes orientados al crecimiento integral. Expreso mi gratitud a los que proporcionan una ayuda sustancial en este sentido, contribuyendo a combatir la pobreza y las enfermedades, defendiendo el estado de derecho y promoviendo el respeto de los derechos humanos. Manifiesto mi esperanza de que sigan desempeñando plenamente y con valentía este noble papel.

El problema no está en la naturaleza de las personas o de los grupos étnicos y sociales, sino en la forma en que deciden estar juntos. La voluntad o no de ayudarse mutuamente, de reconciliarse y empezar de nuevo, marca la diferencia entre la oscuridad del conflicto y un futuro brillante de paz y prosperidad.

La repetición continua de ataques violentos y las muchas situaciones difíciles podrían debilitar la resistencia, socavar su fortaleza, llevarlos al desánimo y a replegarse en la resignación. Pero en nombre de Cristo, que es el Dios de la esperanza, el Dios de todas las posibilidades que siempre da la fuerza para volver a empezar, quisiera invitarlos a todos a un reinicio social valiente e inclusivo. Lo exige la historia luminosa, aunque herida, del país; lo suplican, sobre todo, los jóvenes y los niños. Estoy con ustedes y acompaño con mi oración y cercanía todos los esfuerzos por un futuro pacífico, armonioso y próspero de este gran país(31-I-2023).

 ACTUAR

Aprendamos a amar a quienes son diferentes y piensan distinto a nosotros, aunque no estemos en todo de acuerdo. Con respeto, escuchemos lo que ellos proponen y entre todos procuremos llegar a acuerdos que beneficien a todos. Aprendamos a dialogar desde la familia, para que no se imponga el capricho de quien se siente con toda la autoridad, pero que puede degenerar en autoritarismo. Aprendamos a no ofender sistemáticamente a los diferentes, para no cultivar la violencia y el enfrentamiento permanente. Eduquémonos para la fraternidad y la paz.

Felipe Arizmendi

Nacido en Chiltepec el 1 de mayo de 1940. Estudió Humanidades y Filosofía en el Seminario de Toluca, de 1952 a 1959. Cursó la Teología en la Universidad Pontificia de Salamanca, España, de 1959 a 1963, obteniendo la licenciatura en Teología Dogmática. Por su cuenta, se especializó en Liturgia. Fue ordenado sacerdote el 25 de agosto de 1963 en Toluca. Sirvió como Vicario Parroquial en tres parroquias por tres años y medio y fue párroco de una comunidad indígena otomí, de 1967 a 1970. Fue Director Espiritual del Seminario de Toluca por diez años, y Rector del mismo de 1981 a 1991. El 7 de marzo de 1991, fue ordenado obispo de la diócesis de Tapachula, donde estuvo hasta el 30 de abril del año 2000. El 1 de mayo del 2000, inició su ministerio episcopal como XLVI obispo de la diócesis de San Cristóbal de las Casas, Chiapas, una de las diócesis más antiguas de México, erigida en 1539; allí sirvió por casi 18 años. Ha ocupado diversos cargos en la Conferencia del Episcopado Mexicano y en el CELAM. El 3 de noviembre de 2017, el Papa Francisco le aceptó, por edad, su renuncia al servicio episcopal en esta diócesis, que entregó a su sucesor el 3 de enero de 2018. Desde entonces, reside en la ciudad de Toluca. Desde 1979, escribe artículos de actualidad en varios medios religiosos y civiles. Es autor de varias publicaciones.