El cardenal Felipe Arizmendi, obispo emérito de San Cristóbal de Las Casas y responsable de la Doctrina de la Fe en la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM), ofrece a los lectores de Exaudi su artículo semanal titulado “Benedicto XVI: “En esperanza fuimos salvados”.
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MIRAR
Estamos iniciando un nuevo año y nos deseamos felicidad, salud, paz, trabajo, amor y tantos otros buenos deseos, que esperamos se cumplan para todos; sin embargo, pareciera que, con sólo desearlo, eso se logrará. O pensamos que son los demás quienes deben cambiar, para que nuestra vida sea mejor. O le dejamos todo a Dios, para que El haga lo que nos corresponde a nosotros. Hay quienes no tienen esperanza, porque han sufrido tanto que pareciera que esa es su suerte fatal, sin ninguna luz que dé otro color a su existencia. Por ello, se multiplican los suicidios, o se legitima la eutanasia.
Hay partidos políticos que se presentan como la esperanza para la sociedad, como si fueran la única solución para los graves problemas que padecemos. Es de reconocer su esfuerzo por mejorar varias cosas, pero todo suena más a propaganda electoral que a resultados constatables. Nosotros tenemos otros datos.
El difunto Papa Emérito Benedicto XVI escribió una extraordinaria encíclica, titulada Spe salvi (SS), sobre la esperanza cristiana, el 30 de noviembre de 2007. Es poco conocida, pero tiene tanta profundidad y actualidad que, por ello, comparto algunos de sus párrafos. La esperanza que propone no es una evasión hacia el más allá, sino una fuerza para construir juntos el más acá, a partir de nuestra fe en Cristo, como nos dijo en varias ocasiones: “Para los discípulos que quieren seguir e imitar a Cristo, el servir a los hermanos ya no es una mera opción, sino parte esencial de su ser. La lógica del amor y del servicio, contenido esencial del Evangelio, os indica la vía para que, renunciando a un modo de pensar egoísta, de cortos alcances, y asumiendo el de Jesús, podáis realizaros plenamente y ser semilla de esperanza” (6-X-2010).
DISCERNIR
“En esperanza fuimos salvados, dice san Pablo a los Romanos y también a nosotros (Rm 8,24). Se nos ofrece la salvación en el sentido de que se nos ha dado la esperanza, una esperanza fiable, gracias a la cual podemos afrontar nuestro presente: el presente, aunque sea un presente fatigoso, se puede vivir y aceptar si lleva hacia una meta, si podemos estar seguros de esta meta y si esta meta es tan grande que justifique el esfuerzo del camino” (SS 1). “Llegar a conocer a Dios, al Dios verdadero, eso es lo que significa recibir esperanza” (SS 3).
“El creyente necesita saber esperar soportando pacientemente las pruebas para poder «alcanzar la promesa» (cf. Hebr 10,36). Dios se ha manifestado en Cristo. Nos ha comunicado ya la «sustancia» de las realidades futuras y, de este modo, la espera de Dios adquiere una nueva certeza. Se esperan las realidades futuras a partir de un presente ya entregado. La Segunda Carta a Timoteo (1,7) caracteriza la actitud de fondo del cristiano con una bella expresión: «Dios no nos ha dado un espíritu cobarde, sino un espíritu de energía, amor y buen juicio»” (SS 9).
“No cabe duda de que un «reino de Dios» instaurado sin Dios –un reino, pues, sólo del hombre– desemboca inevitablemente en ‘el final perverso’: lo hemos visto y lo seguimos viendo siempre una y otra vez” (SS 23). “Quien no conoce a Dios, aunque tenga múltiples esperanzas, en el fondo está sin esperanza, sin la gran esperanza que sostiene toda la vida (cf. Ef 2,12). La verdadera, la gran esperanza del hombre que resiste a pesar de todas las desilusiones, sólo puede ser Dios, el Dios que nos ha amado y que nos sigue amando «hasta el extremo», «hasta el total cumplimiento» (cf. Jn 13,1; 19,30). Quien ha sido tocado por el amor empieza a intuir lo que sería propiamente «vida»” (SS 27).
“Nosotros necesitamos tener esperanzas –más grandes o más pequeñas–, que día a día nos mantengan en camino. Pero sin la gran esperanza, que ha de superar todo lo demás, aquellas no bastan. Esta gran esperanza sólo puede ser Dios, que abraza el universo y que nos puede proponer y dar lo que nosotros por sí solos no podemos alcanzar. De hecho, el ser agraciado por un don forma parte de la esperanza. Dios es el fundamento de la esperanza; pero no cualquier dios, sino el Dios que tiene un rostro humano y que nos ha amado hasta el extremo, a cada uno en particular y a la humanidad en su conjunto. Su reino no es un más allá imaginario, situado en un futuro que nunca llega; su reino está presente allí donde Él es amado y donde su amor nos alcanza. Sólo su amor nos da la posibilidad de perseverar día a día con toda sobriedad, sin perder el impulso de la esperanza, en un mundo que por su naturaleza es imperfecto. Y, al mismo tiempo, su amor es para nosotros la garantía de que existe aquello que sólo llegamos a intuir vagamente y que, sin embargo, esperamos en lo más íntimo de nuestro ser: la vida que es «realmente» vida” (SS 31).
“Un lugar primero y esencial de aprendizaje de la esperanza es la oración. Cuando ya nadie me escucha, Dios todavía me escucha. Cuando ya no puedo hablar con ninguno, ni invocar a nadie, siempre puedo hablar con Dios. Si ya no hay nadie que pueda ayudarme –cuando se trata de una necesidad o de una expectativa que supera la capacidad humana de esperar–, Él puede ayudarme” (SS 32). “En la oración nos hacemos capaces de la gran esperanza y nos convertimos en ministros de la esperanza para los demás: la esperanza en sentido cristiano es siempre esperanza para los demás. Y es esperanza activa, con la cual luchamos para que las cosas no acaben en un «final perverso»” (SS 34).
“Si no podemos esperar más de lo que es efectivamente posible en cada momento y de lo que podemos esperar que las autoridades políticas y económicas nos ofrezcan, nuestra vida se ve abocada muy pronto a quedar sin esperanza. Es importante sin embargo saber que yo todavía puedo esperar, aunque aparentemente ya no tenga nada más que esperar para mi vida o para el momento histórico que estoy viviendo. Sólo la gran esperanza-certeza de que, a pesar de todas las frustraciones, mi vida personal y la historia en su conjunto están custodiadas por el poder indestructible del Amor y que, gracias al cual, tienen para él sentido e importancia, sólo una esperanza así puede en ese caso dar todavía ánimo para actuar y continuar. Eso sigue teniendo sentido aunque en apariencia no tengamos éxito o nos veamos impotentes ante la superioridad de fuerzas hostiles. Así, por un lado, de nuestro obrar brota esperanza para nosotros y para los demás; pero al mismo tiempo, lo que nos da ánimos y orienta nuestra actividad, tanto en los momentos buenos como en los malos, es la gran esperanza fundada en las promesas de Dios” (SS 35).
“Nuestra esperanza es siempre y esencialmente también esperanza para los otros; sólo así es realmente esperanza también para mí. Como cristianos, nunca deberíamos preguntarnos solamente: ¿Cómo puedo salvarme yo mismo? Deberíamos preguntarnos también: ¿Qué puedo hacer para que otros se salven y para que surja también para ellos la estrella de la esperanza? Entonces habré hecho el máximo también por mi salvación personal” (SS 48).
ACTUAR
Pidamos al Espíritu Santo y a la Virgen María que nos ayuden a vivir en esperanza, a pesar de todo, y a ser constructores de esperanza para la familia, para la comunidad y para la patria. De nosotros, con la ayuda de Dios, depende que muchas cosas sean mejores.