Este maravilloso universo creado cabalga sobre la materia para generar individualidad a partir de partículas subatómicas elementales que no tienen individualidad, por ser esencialmente intercambiables.
Todo, desde los átomos hasta las galaxias, pasando por las formas de vida más extravagantes, no son más que combinaciones progresivamente complejas de partículas elementales que no tienen individualidad (los quarks), con el fin de generar individualidad.
La vida es el más extraordinario invento termodinámico del universo para generar individualidad a partir de partículas que no tienen individualidad, con el fin de huir de la entropía, de la uniformidad, de la muerte.
Para funcionar la biosfera requiere diversidad. Sin diversidad, sin variación, cualquier ecosistema colapsa. La homogeneidad hace a las poblaciones mucho más vulnerables a la extinción. Ante cualquier cambio importante, no habrá individuos con características diferentes que les hagan capaces de sobrevivir. El objetivo primordial de la vida es generar diversidad, individualidad, como forma de escapar de la extinción, de la muerte, para perpetuarse. Parece como si quisiera perseguir la eternidad o reflejar a su creador, el Espíritu Santo, señor y dador de vida.
El sexo aparece en la biosfera no como forma de reproducción (hay muchas formas de reproducción asexual), sino específicamente como forma de obtener una mayor diversidad, una mayor individualidad. El sexo, además de una forma de unión y compenetración de los progenitores, es un medio para producir dotaciones genéticas diferentes, individuales, únicas. Es una forma de producir variación. La naturaleza profunda de la vida es la generación de variación, de individualidad, de dotaciones genéticas diferentes y únicas.
Un embrión tiene una dotación genética esencialmente única e irrepetible, individual. Aunque el embrión no tenga todavía forma humana, su esencia está ya presente desde el momento de la concepción. Un embrión es fundamentalmente un ser humano individual, único. La esencia de un ser humano (y de cualquier ser vivo) se basa en sus propiedades físicas, genéticas, pero no solo «es» sus propiedades físicas. La esencia no es tangible, pero existe. La cultura actual confunde la esencia con la forma. Así justifican el “derecho” a matar al nasciturus antes de cierto número de semanas de embarazo. Además de que la ley no reconoce al nasciturus como persona jurídica hasta 24 horas después de nacer, como todavía no tiene la forma completa, todavía no es un ser humano, dicen.
El significado de un símbolo o de una frase carece de propiedades físicas. No tiene incidencia el mundo material. Las ideas contenidas en este texto no tienen ni masa, ni momento, ni carga, ni solidez, ni ningún volumen en nuestro interior, ni en nuestro entorno, ni en ninguna otra parte del universo. Zero.
La idea de una forma, la información, el significado, la finalidad, el sentido, el valor, la belleza, no tienen masa, ni volumen, ni inercia, ni peso, ni densidad, ni carga eléctrica, ni spin, ni color.
El valor de una obra de arte, de una historia, de una foto, la información que contienen, son características cuya existencia también está determinada por la ausencia esencial de cualquier propiedad física. Su belleza y su significado son «nada». Zero. Pero existen.
La vida es un sistema físico que está formado por materia e información, por algo y nada, por masa y «missingness», por átomos e información intangible escrita en un libro, el ADN.
La vida es el único sistema del universo compuesto por sangre e ideas, por materia tangible y algo intrínseca y esencialmente intangible. La vida es el único sistema físico cuya característica tangible principal es que almacena, intercambia y transmite algo no físico: información e ideas.
Las ideas y los significados son algo en lo que la esencia de su existencia es su inexistencia material.
El yo mismo consciente está explícitamente ausente en la física teórica actual. Para la pseudociencia actual no existimos más que como una colección de átomos. Muchos científicos solo parecen dispuestos a admitir en ciencia aquello que está materialmente presente.
Nuestro propósito cuando escribimos no es apretar las teclas de un ordenador, ni depositar tinta en un papel, ni siquiera ganar dinero, sino transmitir algo que no tiene atributos físicos, ideas, un fenómeno cuya existencia viene determinada por la ausencia esencial de toda propiedad física.
Esta dificultad para tratar de entender la importancia de lo “inexistente” tiene un paralelismo en el problema planteado en matemáticas por el concepto de cero. El cero representa la ausencia de cantidad, pero no por ello deja de tener una función fundamental en matemáticas. Se necesitaron siglos de para domar este no número. Solo cuando se establecieron las reglas para operar con el cero se pudo desarrollar la ciencia.
Para los matemáticos medievales el cero era el número del diablo. Se le consideraba peligroso porque no se comportaba como el resto de números. Se daba por sentado que la incorporación del cero al razonamiento matemático tendría una terrible influencia en el análisis cuantitativo. Incluso hoy en día se advierte a los estudiantes del peligro de dividir por cero, porque el resultado es algo imposible. Tuvieron que pasar milenios para que el valor nulo se convirtiera en un elemento regular y fundamental de las matemáticas.
Los sabios acabaron por convencerse de que los argumentos que llevaron durante siglos a denostar el cero no eran más que ridículos prejuicios. En ese momento todo cambió. Se hizo posible la descripción de procesos regulares mediante algoritmos para sumar, restar, multiplicar y dividir, para describir formas geométricas y la física molecular. Hasta que no se aceptaron en matemáticas las propiedades de la “ausencia”, el conocimiento de las propiedades de lo no ausente, del mundo físico, permaneció fuera del alcance de la humanidad. En muchos aspectos el cero ha sido la comadrona de la ciencia moderna.
Del mismo modo que ocurrió en matemáticas con el cero, en la mentalidad pseudocientífica actual la ausencia de características físicas de algo se considera como una suerte de superstición que hay que conjurar y despreciar. Se considera que aceptar la existencia de un propósito, de una propiedad intencional, de una idea, conducirá con toda seguridad a absurdos tan problemáticos como cuando los matemáticos medievales intentaban dividir por cero.
Esta falta de aceptación del concepto de cero en la naturaleza está provocando un grave distanciamiento entre el mundo del conocimiento científico y el mundo de la experiencia y de los valores humanos, y ha alimentado intensamente la absurda separación de las ciencias y de las humanidades (también en los actuales planes de estudio de los jóvenes, cuya formación hasta la universidad debería ser lo más universal posible, no especializada). Si la ciencia considera la experiencia consciente humana como ilusoria, supersticiosa e irrelevante para el devenir físico del mundo, entonces nosotros mismos, con nuestros valores, ideas, poesía, mística y aspiraciones intangibles, también somos irrelevantes.
En las ciencias naturales no parece haber sitio para conceptos como alma, correcto e incorrecto, belleza y fealdad, bien y mal, amor y odio. La ciencia parece haber destronado a los dioses. Los filósofos también han respaldado esa evaluación nihilista de la ciencia, proclamando que ningún análisis de la naturaleza de las cosas, de cómo son las cosas, puede servir para definir cómo deberían ser. La exclusión de las ideas y de los valores por parte de la ciencia se refleja en la errónea expresión cartesiana de la separación entre mente y cuerpo.
En el modelo del conocimiento pseudocientífico imperante no cabe el cero, todo aquello que está ausente físicamente, como es la esencia del hombre, la experiencia consciente, el valor o las ideas. El alma.
El universo es mucho mayor de lo que podemos tocar con nuestras manos o con nuestros aceleradores de partículas. Hay algo más que materia. Hay mucho más que materia y energía. Para empezar, el espacio-tiempo no es material. En realidad, nadie sabe qué es la materia en el extremo, en su expresión más indivisible de las partículas fundamentales.
Los físicos cuánticos deben aprender a sentirse cómodos con el cero material, con las consecuencias de la existencia de estados alternativos de materia o de estados de ser no físicos. Con la esencia. Del mismo modo que los matemáticos perdieron el miedo a combinar los números con el cero, los científicos deberían aprender a sentirse cómodos interconectando y combinando lo presente con lo ausente, lo físico con los significados, la química con la experiencia subjetiva consciente.
Mientras no consigamos explicar la relación entre lo físico y lo inmaterial, lo que tiene volumen e inercia, o energía, con lo que no está ahí, pero existe, seguiremos en la prehistoria del conocimiento. Lo físico y lo significante no pueden estar divididos. Tienen que ser parte de una sola cosa.
Porque como le dijo el zorro al Principito, lo esencial es invisible a los ojos.