Zabulón, el pastorcillo tonto, se acercó al Portal de Belén con su perrito Peque. Aunque se sentía inferior y despreciado por los demás, los ángeles le aseguraron que tenía un corazón puro y lleno de amor. «Tú lo eres, porque siempre has tenido tu corazón con Yavé, y has soñado con conocerle y amarle. No te importe que tu ingenio sea pequeño, con tal de que alcance la Verdad. Además, Dios ha elegido a los necios para confundir a los sabios. Las aves que vuelan más alto no son las que más aletean, sino las que se dejan llevar por el viento desplegando sus alas sin tener miedo,» dijo Rafael. Zabulón, con una sonrisa, preguntó: «¿Y yo puedo ir a ver al Mesías, aunque sólo sea de lejos?» Miguel respondió: «Por supuesto, ven con nosotros, te llevaremos junto a Él. Además, estoy seguro de que te está esperando y le encantará escucharte.»
Zabulón se sentó a los pies del Niño Jesús y le contó sus historias y pensamientos. «Jesús, me llamo Zabulón, tengo doce años y soy pastor como mi padre. El ángel que me ha acompañado hasta aquí me ha dicho que lo sabes todo porque eres el Mesías y el Hijo de Dios; pero si me dejas prefiero contarte cosas aunque ya las sepas, porque se está tan bien a tu lado… Mi madre, Juana, murió cuando me tuvo a mí, y por eso dice mi padre (que se llama Matías, no sé si te lo he dicho ya) que tengo que quererle más que a nadie en el mundo; pero yo le quiero más a él porque está todo el día a mi lado y me enseña muchas cosas. He aprendido a distinguir algunos pájaros, estrellas… (Mirando a Oriente) Me he dado cuenta de que ha aparecido una nueva muy grande justo encima de donde tú estás,» dijo Zabulón con inocencia.
Zabulón, con su pureza de corazón, compartió sus sentimientos y experiencias con el Niño Jesús. «Como ves, Jesús, yo soy un poco tonto… No digas que no, se nota enseguida. Todo el mundo lo sabe. Hay gente que me mira raro y me desprecia, como si yo tuviera la culpa. Yo querría decirles que no soy tonto adrede, que nací así por voluntad de Yavé, y tampoco es tan malo. Sirve, por ejemplo, para hacer reír a los niños. ¡Si supieras lo bien que lo pasamos cuando yo finjo que soy todavía más tonto para que se rían más! ¿Ves? Ya he dicho otra tontería: ‘Si supieras’, el Ángel me ha explicado hace un rato que Tú lo sabes todo, y ya se me había olvidado…» dijo Zabulón con una sonrisa.
Zabulón también compartió su amor por su perrito Peque y su deseo de estar cerca del Niño Jesús. «¿Te gusta este perro? Pues es mío (bueno, de mi padre). Se llama Peque y es mi mejor amigo, porque no se ríe de mí. ¿Te digo una cosa? Nunca había sido capaz de pensar tanto rato seguido sin cansarme, pero no me hago ilusiones: Sé que esto me pasa sólo porque estoy contigo. Es curioso, con el Ángel me ha pasado lo mismo: Cuando se nos apareció mientras dormíamos con las ovejas, yo no me enteré de nada. Dijo palabras tan difíciles que ni siquiera mi padre y los demás comprendieron gran cosa. Imagínate yo, que soy medio bobo… Pero, como el Ángel lo sabía, después de hablar con los demás pastores se me acercó y se puso a charlar conmigo a solas, igual que nosotros ahora, sin que nadie nos viera…» dijo Zabulón con emoción.
Los ángeles, observando la escena, cantaron con alegría: «Gloria a Dios en el Cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor.» Zabulón, con su perrito Peque, se sentó al lado del Niño y le cogió la mano con cariño. Los ángeles, con sus voces melodiosas, continuaron cantando villancicos, llenando el aire de alegría y esperanza. Zabulón, con su inocencia y pureza de corazón, encontró su lugar en el Belén, demostrando que el amor de Dios no tiene límites y que todos, sin importar su condición, tienen un lugar especial en Su corazón.
Artículo basado en el libro, El Belén que puso Dios