Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio de este Domingo de 11 junio, de 2023, titulado: “Yo quiero amor y no sacrificios”
***
“Yo quiero amor y no sacrificios”
Oseas 6, 3-6: “Yo quiero amor y no sacrificios”
Salmo 49: “Dios salva al que cumple su voluntad”
Romanos 4, 18-25: “Su fe se robusteció y dio con ello gloria a Dios”
San Mateo 9, 9-13: “No he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”
El Papa Francisco recoge esta escena y la plasma en su lema episcopal: “miserando atque eligendo vidit” en una aplicación que del texto hace San Beda el Venerable, que podríamos traducir: “Viéndolo con misericordia lo eligió”. Y en muchas ocasiones hace alusión a su propia vida como un elegido por la misericordia de Dios que contempla toda su realidad de pequeñez y pecado. Y así nos invita también el Papa a vivir esta experiencia de misericordia y de llamado y esta participación en “la mesa de los pecadores”.
En casa de Mateo, “muchos publicanos y pecadores se sentaron también a comer con Jesús y sus discípulos”. Se ha creado una sola mesa donde no hay distinciones, donde no hay divisiones, sino una mesa que es signo del Reino anunciado por Jesús, fundado en la misericordia y en la fraternidad. Para los fariseos es motivo de escándalo. Ellos evitan todo contacto con quien pueda contaminarlos, con los impuros, con los pecadores y los publicanos. Quien se siente perfecto y santificado, rechaza y se aísla de sus hermanos, despreciándolos e ignorándolos. Por desgracia entre nosotros encontramos con frecuencia estas actitudes. Es muy fácil creer que se tiene la razón, cerrarse al encuentro con los demás y despreciar sus posturas. Estas actitudes farisaicas de condena y absurda cerrazón, no digamos ya hacia el pecador, sino hacia el que piensa distinto de nosotros, dividen y destruyen. ¡Cuántas condenas simplemente porque son diferentes! En abierta oposición a nuestras concepciones religiosas, Jesús va más allá de todos los tabúes de separación, tengan el fundamento que tengan.
La narración del llamado de Mateo podría parecernos igual que la del llamado de los otros discípulos, pero ésta tiene unos rasgos especiales: es el mismo Mateo quien nos la proporciona y es él mismo quien se califica como un pecador y publicano. Un cobrador de impuestos era mal visto por el pueblo judío, como un traidor a la patria. Los impuestos iban a parar a las arcas del imperio romano; los frutos de la tierra prometida lejos de alimentar al pueblo escogido, sostenían a un imperio pagano y opresor. Mateo estaba al servicio de este imperio y daba la espalda al sufrido pueblo judío. No es difícil imaginar entonces, el desprecio y repudio que manifiestan los fariseos cuando Jesús lo llama y propicia una comida con Mateo y sus amigos. Jesús rechaza esta discriminación y marginación de los pecadores. Él, que es verdaderamente el Santo, se sienta a la mesa con ellos, convive con ellos, ciertamente no para participar de sus injusticias o sus pecados, sino para invitarlos a seguirlo y construir su Reino. Esto no lo entienden los fariseos quienes se daban baños de santidad y pretendían cuidar la pureza de la ley y las costumbres. No entienden la misión de Jesús que va más allá de legalismos, de fronteras y divisiones. Tiene la tarea de proclamar la Buena Nueva de un evangelio universal y de construir un Reino donde caben todos los hermanos. A esto invita a Mateo, no porque sea muy bueno o muy sabio, sino porque Jesús, que sí es todo bondad y santidad, ha venido a llamar a todos, empezando por los pecadores.
“No son los sanos los que necesitan de médico, sino los enfermos” ¡Qué lejos estaban los fariseos de imaginar la misión de Jesús! Esperaban un mesías triunfador, poderoso, santo a su estilo, juez, y aparece Jesús compartiendo, invitando y departiendo con los pecadores. La práctica de Jesús tiene mucho de provocación para los de conciencia tranquila de todos los tiempos: llama a aquellos que por su condición deberían permanecer desplazados. Y no lo hace de manera oculta, sino que come con ellos y con sus amigos. La acogida a pecadores, enfermos y descreídos manifiesta la real universalidad del ofrecimiento de salvación, de la que es portador, y del amor de Dios al expresar su preferencia por los humanamente indignos y despreciados. Quizás hoy muchos tomamos el papel de Dios para juzgar y separar, pero nos olvidamos del corazón del Padre amoroso que busca, ama y comprende. Tenemos la tentación de pensar que el pecado aleja a Dios de nuestros caminos, pero el amor de Dios va mucho más allá de nuestras mezquindades. Es un amor sin condiciones, es un amor pleno y total, es un amor de Padre con corazón de madre.
¿Una religión fácil donde el amor de Dios perdona todo? Debemos tener bien seguro y firme el amor de Dios, pero no caigamos en el error de creer que Dios no conoce nuestras injusticias y debilidades. El profeta Oseas es clarísimo en este sentido. Comienza con una invitación a tener confianza en el Señor, pero termina con una fuerte recriminación a quienes pretenden con solo prácticas exteriores “cumplir” con el Señor. “Yo quiero amor y no sacrificios, conocimiento de Dios, más que holocaustos” (Os 6,6) El término hebreo, “Hesed”, traducido por amor, indica el amor misericordioso, fiel y gratuito que Dios tiene por su pueblo, y que el pueblo debe vivir como respuesta a la alianza. Completamente opuesto a sacrificios vacíos contra los cuales habla el profeta. La religión basada sólo en el rito, sólo en la ley y no en la experiencia de Dios, es considerada infecunda, como una nube que no trae lluvia, pasajera como el rocío de la mañana. Las mismas palabras retoma Jesús para expresar lo profundo de su misión. No, no es una religión facilona y sin compromisos, pero tampoco el seguimiento de Jesús es el pretexto para el desprecio de los demás. “Yo no he venido a llamar a los justos, sino a los pecadores”, afirma Jesús. La primera condición para acercarse a Él; es reconocerse pecador y necesitado.
¿Cómo estamos viviendo en nuestra persona este rasgo misericordioso de Jesús? ¿Cómo abrimos nuestra mesa y nuestro corazón a los que son diferentes? ¿Qué estamos haciendo para atraer a la mesa del Reino a quienes se sienten alejados? ¿Es nuestra actitud parecida a la de Jesús, o a la de los fariseos?
Dios nuestro, de quien todo bien procede, inspíranos propósitos de justicia y santidad; abre nuestro corazón y nuestra mesa a la necesidad de nuestros hermanos y concédenos tu ayuda para poder recibirlos y amarlos. Amén.