Monseñor Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio del próximo 26 de diciembre de 2021, titulado “¿Y la familia? Fiesta de la Sagrada Familia”.
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I Samuel 1, 20-22. 24-28: “Samuel quedará consagrado de por vida al Señor”
Salmo 83: “Señor, dichosos los que viven en tu casa”
I San Juan 3, 1-2. 21-24: “Nos llamaremos hijos de Dios y lo somos”
San Lucas 2,41-52: “Los padres de Jesús lo encontraron en medio de los doctores”
La crueldad de la pandemia y la soledad a que en momentos difíciles nos ha obligado, nos han hecho añorar la verdadera familia, la cercanía, la preocupación por el otro y la integración de las personas. Nunca como ahora hemos reconocido el valor de la familia, pero también nunca como ahora la hemos destruido, socavado sus valores y despreciado su significado. Sin embargo, tenemos que decir que decir que la base más segura y fuerte de toda persona es la familia. También así lo ha vivido Jesús, en otros tiempos y otras circunstancias, pero que nos da un bello ejemplo a cada uno de nosotros.
Apenas hemos vivido la Navidad y ya San Lucas nos presenta a Jesús de doce años, iniciando su vida religiosa responsablemente como le tocaría a todo niño judío. Pero detrás de la narración de esta peregrinación al Templo de Jerusalén, podemos descubrir la vida íntima de la familia de Nazaret y encontrar valiosas reflexiones para nuestra familia actual. Alguien podría decir que no tiene ninguna referencia, ya que una familia judía de aquel tiempo y una familia moderna del siglo XXI no tendrán punto de comparación. Y sin embargo, no es así. Hay elementos que no cambian y que sostienen la célula familiar y que cuando fallan, ponen en grave riesgo la propia familia. Quizás esto es lo primero que tendríamos que rescatar: reconocer y revalorar la centralidad que tiene la familia. Muchas de las propuestas educativas, políticas y sociales, se olvidan descaradamente de este principio y buscan al individuo solo, como si estuviera aislado. Así quebrantan la célula familiar y con ella a toda la sociedad. Lo primero que tenemos que rescatar es pues esta importancia primordial de la familia ¿Qué lugar le estamos dando?
Jesús adolescente va a reconocer y a encontrar la casa y las cosas de su Padre. La familia es la promotora y educadora de la fe. Sólo se puede aprender y asimilar el verdadero amor de Dios, viviéndolo en comunidad, y la primera y mejor comunidad es la familia. La familia da la sustancia de la relación personal con Dios y con el prójimo; no es sólo el inicio de las relaciones interpersonales más cercanas como con los parientes, las amistades y el pequeño grupo; sino que también da el verdadero sentido de la comunidad humana y de las relaciones interpersonales. Jesús encuentra en José y María el pequeño círculo que lo va haciendo madurar y entender la protección de su Padre Dios. Con ellos aprende las oraciones de todo judío, las tradiciones y las costumbres, que le descubren a un Dios que es fiel a su pueblo. Pero al mismo tiempo queda abierto para la nueva experiencia del amor con los demás, de la universalidad del amor de su Padre Dios y del verdadero culto y adoración al Señor. ¿Qué sentido de Dios vivimos en la familia? ¿Hay una verdadera educación y enseñanza del amor de Dios, de la búsqueda de la hermandad y del sentido de nuestras prácticas religiosas? ¿Es nuestra familia, de cualquier forma que la estemos viviendo, una oportunidad de encuentro con Dios?
A Jesús se le conoce como “el hijo de José el carpintero”. Como en nuestros antiguos pueblos, aprendería desde pequeño el mismo oficio de su padre José, y sabría la forma de irse ganando la vida, confiando en la providencia pero “sudando para llevar el pan a la mesa”. Sin embargo la migración, la especialización de los trabajos, los horarios de fábricas y oficinas, y el cambio de sistema, no favorecen ni la convivencia ni la educación para el trabajo. Los niños y los jóvenes pasan demasiado tiempo ociosos, solos y sin beneficio. O bien, desde muy pequeños son obligados a sostener y aportar a las familias, no en compañía de los padres, sino con riesgos y peligros del trabajo en la calle o en economías informales. El estar sin trabajo durante mucho tiempo, o la dependencia prolongada de la asistencia pública o privada, mina la libertad y la creatividad de la persona y sus relaciones familiares y sociales, con graves daños en el plano psicológico y espiritual. Los salarios, raquíticos frente a la constante inflación, no permiten una sana educación, una buena alimentación y un tiempo de eficaz convivencia. Por eso, se convierte en una necesidad social, e incluso económica, seguir proponiendo a las nuevas generaciones la hermosura de la familia y del matrimonio, su sintonía con las exigencias más profundas del corazón y de la dignidad de la persona ¿Cómo vivir más y mejores momentos de relación entre padres e hijos, inclusive con la misma pareja? Son fuertes retos que tiene que afrontar toda familia.
La educación, el ir creciendo de la mano de los padres, se ha ido perdiendo y va quedando bajo la responsabilidad de la escuela, de la calle y de los medios de comunicación. Y aunque hay quienes aportan y ofrecen medios para hacer madurar la persona, son tan pocos y están tan opacados, que es difícil que lleguen a la mayoría de los niños y los jóvenes, que frecuentemente se ven sometidos a un bombardeo y agresiva oferta de pornografía y permisividad que los ahoga y los induce al alcohol, a la droga y a la vida fácil. No se educa para el amor ni para la responsabilidad. No se enseña a tener iniciativas propositivas y planes formativos. No se propicia un ambiente de servicio y de compartir, sino de competencia, individualismo y gozo personal. ¿Qué tendríamos que cambiar para educar mejor a los jóvenes y a los niños?
Nos vemos amenazados, además, por graves problemas de secuestros, de trata de menores, de pornografía, de drogadicción y pandillerismo, y optamos por encerrarnos y proteger cuanto podemos a los pequeños, pero apenas se les ofrece libertad, la confunden con libertinaje, con corrupción y ambición. Hoy más que nunca tenemos que buscar caminos que fortalezcan la familia, la pareja, la relación entre los hermanos y la convivencia con los demás. El modelo de la Sagrada Familia aparece como un ideal al que debemos tender: crecer en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres. ¿En qué tendremos que poner más atención para mejorar nuestras familias? ¿Buscamos a los hijos como lo hacían María y José?
Señor y Dios nuestro, tú que nos has dado en la Sagrada Familia de tu Hijo, el modelo perfecto para nuestras familias, concédenos practicar sus virtudes domésticas y estar unidos por los lazos de tu amor, para que podamos ir a gozar con ella eternamente de la alegría de tu casa. Amén.