Monseñor Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio del próximo 4 de julio de 2021, XIV Domingo del Tiempo Ordinario, titulada “El Evangelio en ropas sencillas”.
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Ezequiel 2, 2-5: “Esta raza rebelde sabrá que hay un profeta en medio de ellos”
Salmo 122: “Ten piedad de nosotros, ten piedad”
II Corintios 12, 7-10: “Me glorío de mis debilidades, para que se manifieste en mí el poder de Dios”
San Marcos 6, 1-6: “Todos honran a un profeta, menos los de su tierra”
Decepcionado salió el profeta de su pueblo, nadie quería escuchar su mensaje ¿Qué sentido tenía hablar? Quiso morir en la lejanía y caminó, caminó… encontró el riachuelo escondido en la montaña. “Me quiero morir porque nadie escucha mi mensaje”, le confesó al río. “¿Eso te preocupa? ¡Yo hago brotar cada día nuevas fuentes y ni siquiera sé a dónde irán a terminar perdidas entre los cerros!” El profeta siguió su camino, escondida entre las sombras de añosos árboles miró una bella flor y le platicó sus quejas.
Ella respondió: “¿Ves cuántos colores tengo? ¿Percibes mi perfume? No me preocupa si alguien los mira o los recibe. Yo soy feliz elaborándolos”. Fue más lejos, un pajarillo que desgranaba sus trinos en lo alto de una rama, llamó su atención. “No sirvo para nada. Nadie me hace caso”, le soltó de improviso el profeta. “Yo lanzo mis melodías. El viento las lleva o las deja perdidas en el espacio, pero yo soy feliz produciéndolas”, contestó el ave.
Entonces pensó en su corazón: “Si el río, la flor y el pájaro son felices con sólo cumplir su misión ¿por qué no ser feliz también yo proclamando la Palabra, sin esperar reconocimiento?” Desde entonces, sin importar los demás, proclama con alegría y fidelidad su palabra y ¡es feliz!
Con mucha frecuencia el evangelio nos presenta a Jesús rodeado de multitudes, aclamado y reconocido. Las “multitudes”, en su mayoría gentes sencillas, ignorantes, pobres y necesitados, perciben esa fuerza y sabiduría que brotan de los labios de Jesús. Reconocen los milagros como presencia del Reino de Dios . Así, Jesús reconocido y aceptado, va sembrando su palabra. Pero no todo es miel, su palabra también es contradicción, cuestiona, descubre y desnuda las ambiciones de los corazones.
Entonces es rechazada y provoca persecución. Cuando Jesús hace el milagro y se manifiesta poderoso es fácil aceptarlo. Cuando sus palabras cuestionan y desestabilizan, cuando van en contra de posiciones y privilegios, cuando desenmascaran y exigen verdad, entonces son rechazadas. También hoy se nos presenta ese rostro de Jesús, el rostro humilde, sencillo, conocido, el rostro del carpintero, del hombre de todos los días y entonces… puede pasar desapercibido.
En Nazaret conocen todo de Jesús: su particular historia familiar, su apariencia corporal, sus cabellos, sus ojos, su modo de caminar, sus costumbres y aficiones, muchos de sus episodios infantiles. Nada habían descubierto de particular en este joven que ahora se presenta en la sinagoga y que todos le reconocen autoridad y sabiduría.
¿Cómo aceptarlo si siempre lo habían visto como uno más de la pequeña población? ¿Cómo reconocer un profeta en quien está catalogado como un simple artesano, perteneciente a una familia como todas? ¿Cómo es posible reconocer a Dios en un individuo tan familiar, tan vecino, tan ordinario? Un Dios tan cercano, tan próximo y tan a la mano, es difícil de reconocer.
Tan encarnado, tan “humano”, se ha vuelto el Mesías que la carne lo oculta y dificulta aceptarlo. Solamente la fe puede ayudar a descubrirlo, pero la fe es lo que falta en Nazaret y así Jesús permanece bloqueado en su actividad milagrosa a favor de los necesitados.
Indudablemente a Jesús le duelen estas desconfianzas y el recibimiento hostil y agresivo de los suyos. Se nota en el reproche adolorido al citar el proverbio respecto a la aceptación del profeta. Se enfrenta a una mentalidad estrecha, la mezquindad y los prejuicios. Le duele la incredulidad de los más cercanos, sin embargo no se llena de amargura, sino que rompe aquel estrecho círculo y lanza su mensaje mucho más allá: “Luego se fue a enseñar en los pueblos vecinos”.
La palabra con frecuencia es rechazada cuando no se acomoda a los caprichos y costumbres de ciertos esquemas. Da temor cuando abre nuevas perspectivas y parece insolente anunciar una nueva forma de vivir y de ser. Pero el profeta no busca la aceptación y el aplauso de un público al que tiene que agradarle.
Él es fiel a una inspiración originaria, busca abrir caminos nuevos, donde el Reino de Dios pueda instaurarse, donde la voluntad del Padre sea la norma, donde el amor y el servicio suplan todos los mandatos, donde lo más importante sea el hombre y no las apariencias.
Cuando escucho que el evangelio ha quedado en el pasado, como algo anquilosado, me vienen a la mente muchas preguntas. Puede ser que sea rechazado porque nos está cuestionando en profundidad y no somos capaces de una verdadera conversión. Quisiéramos un evangelio que solamente nos consuele y nos apapache, pero no un evangelio que nos exija cambio, coherencia y fidelidad.
No un evangelio que desestabilice las estructuras de injusticia y privilegios en los que se ha asentado nuestra sociedad. Se torna un evangelio revolucionario y peligroso que es rechazado e ignorado. Entonces serían para nosotros las palabras de Ezequiel: “Un pueblo rebelde… testarudos y obstinados…” Y habrá que seguir proclamando valientemente el evangelio. Habrá que ser fieles a nuestra misión de profetas.
Pero también me pregunto si el rechazo que sufre el Evangelio no brota de la incoherencia y falta de honestidad de quienes deberíamos predicarlo. Cuando nuestra proclamación se hace con reglones demasiado torcidos para ser leídos, cuando no va respaldada por una vida y una opción radical, sino que se diluye en palabras que no van sostenidas por las acciones, entonces el evangelio no es creíble.
Hay una tercera posibilidad. A veces queremos una predicación que vaya adornada y sostenida por milagros y fuegos artificiales, por ruido y aspavientos. En cambio Cristo se presentó encarnado, humilde, con un trabajo sencillo, como parte de una familia sencilla… y desde ahí, desde su pobreza y apariencia ordinaria, predica, acompaña, sostiene, en silencio, en la oscuridad.
Aparece el Evangelio en ropas sencillas, y entonces es difícil reconocerlo aun para los de casa. Muchas preguntas me deja la palabra de Dios en este domingo, como discípulo y seguidor de Jesús: ¿Cómo es mi fidelidad al evangelio, cómo mi fidelidad al estilo de Jesús y cómo mi fe y perseverancia para seguirlo predicando?
Dios nuestro, que por medio de la vida escondida de tu Hijo, nos has manifestado la riqueza de tu Reino, concédenos ser fieles a sus enseñanzas y ejemplos y mantenernos constantes en la escucha y predicación de su Palabra. Amén.