Monseñor Enrique Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión titulada “Locuras y demonios”, sobre el Evangelio del próximo 6 de junio de 2021, X Domingo del Tiempo Ordinario, ya que, en países como México, el Corpus Christi se celebra el jueves de la misma semana.
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Génesis 3, 9-15: “El Señor puso enemistad entre la serpiente y la mujer”.
Salmo 129: “Perdónanos, Señor, y viviremos”.
2 Corintios 4, 13- 5,1: “Creemos y por eso hablamos”.
San Marcos 3, 20-35: “Satanás ha llegado a su fin”.
“De repente empezó con ‘sus locuras’. Antes parecía un hombre centrado, correcto, serio y muy dedicado a vivir su vocación. Aunque ya había tenido pequeñas muestras de demencia, cuando mataron al Padre Rutilio Grande se desquició por completo. Rompió con toda la gente de sociedad y se enfrentó a sus amigos políticos.
Se hizo acompañar por todas partes de gentes indeseables. Su discurso se tornó incoherente”. Son recuerdos de Monseñor Romero que aún se tornan actuales y suscitan comentarios de parte de quien lo apoya o de quien, todavía el día de hoy, se le sigue oponiendo.
Es cierto Mons. Romero se volvió loco cuando su pueblo moría de hambre y él se sintió con la obligación de acompañarlo; se volvió loco cuando le asesinaron a sus sacerdotes y catequistas y no comprendió las razones políticas para justificarlo; se volvió loco cuando se “embarró” de pueblo y se hizo solidario de su dolor… Locura de amor, locura de seguimiento de Jesús.
¿Cómo situarse frente a Jesús? San Marcos con sus breves palabras y comentarios nos hace cuestionarnos sobre el seguimiento y las actitudes que pueden asumirse frente a Jesús. Sus más cercanos, sus familiares, en un primer momento se sienten orgullosos de la fama de uno de los suyos, pero pronto empiezan a descubrir sus locuras.
Jesús está loco porque se entrega a plenitud y ama apasionadamente a aquellas multitudes. Jesús está loco porque en vez de servirse y aprovechar las oportunidades que la suerte le ha concedido, se pone a distribuir gratuita y generosamente todos sus dones. Está loco de remate porque se hace acompañar de pobres, pecadores, prostitutas, menesterosos e indeseables.
Sus familiares más cercanos no comprenden esta entrega incondicional a la multitud, la responsabilidad con que asume la lucha contra el mal y el sufrimiento. Es fatal su forma de vivir pendiente de los demás hasta el punto de no tener tiempo ni siquiera para comer. Y esa locura puede poner en predicamento el buen nombre de la familia y crispa las relaciones al interior de aquella comunidad.
Sí, Jesús está loco desde el día que se encarnó y asumió la condición de siervo cuando podría vivir de acuerdo a la gloria debida a su divinidad. Jesús está loco de amor.
Para los escribas, sabios y entendidos, Jesús se convierte en un grave problema: cuestiona sus enseñanzas, socava su autoridad y da un nuevo espíritu a la ley. El mejor camino para desprestigiarlo es la difamación y la duda. Igual que los modernos candidatos, asumen la máxima: “difama, difama, que al final la duda queda”.
Actúan de la misma manera que la serpiente que ha hecho caer a Adán y a Eva a base de mentiras. Pero con Jesús la ocurrencia no resulta tan feliz pues lo acusan de estar endemoniado cuando precisamente expulsa a los demonios de sus pobres víctimas. La acusación, aunque inconsistente, es grave pues debía ser castigada con la lapidación.
Pero contra los hechos no valen los argumentos pues los demonios son sometidos a “Aquel que es más fuerte”. Velada e implícita queda la respuesta: son ellos los que se ven sometidos al poder del demonio: el demonio del poder, el demonio de la envidia, el del orgullo y la ambición. Al estar sometidos no son capaces de descubrir al verdadero Mesías y no aceptan ser liberados quedando atados a sus propios demonios. ¿Cuáles demonios atan nuestro corazón y nos impiden descubrir a Jesús como el verdadero libertador?
San Marcos cierra esta escena con una imagen paradigmática: mientras los que se creían con derechos de familia, con lazos de carne y sangre, van quedando de lado; los sentados en torno al Maestro, sencillos y ávidos de su Palabra, son reconocidos como su verdadera familia.
“El que cumple la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana y mi madre”, será la sentencia que abre los horizontes de la nueva familia. Esos que han abierto el corazón a su Palabra y, quizás dando tumbos y trastabillando por sus debilidades, siguen con entusiasmo y alegría sus pasos.
Aquellos que olvidando las seguridades y la cordura de las riquezas y posesiones, se dejan contagiar de la locura de fraternidad y servicio de los que ha dado ejemplo. Los que rompen las rejas y las fronteras para estrechar las manos de todos los pueblos y de todas las razas que ha hermanado con su Sangre el Cordero.
Sí, la nueva familia de Jesús está sustentada en el amor y la entrega, en el reconocimiento de un único Padre que a todos ama, y en la libertad del corazón para entregarse en plenitud. Y no es ningún desconocimiento a María, su madre, pues ella ha sido ejemplo atrevido y revolucionario de ese amor.
Nos deja San Marcos todavía una espinita clavada muy dentro: “El que blasfeme contra el Espíritu Santo nunca tendrá perdón”. ¿Cómo entender esta condena sobre todo ahora que el Papa Francisco nos ha develado constantemente el amor misericordioso del Padre? No es ninguna limitación de este amor Paterno y tampoco de la eficacia de la fuerza del Espíritu.
Blasfemar contra el Espíritu es renegar de la gran liberación que Jesús anuncia en nombre de su Padre; es rechazar la verdad con los ojos abiertos; es llamar luz a las tinieblas y tinieblas a la luz; es difamar al portador del Espíritu acusándolo de endemoniado. Es no dejarse amar por Dios aunque estemos viviendo sumergidos en su bondad.
Acerquémonos a Jesús. Escuchemos sus palabras. Definamos nuestra postura. Es cierto que parece locura su obsesión de amar sin medida; es verdad que su esperanza y sus sueños parecen contradictorios frente a un mundo ahogado en el placer y en el tener; pero su locura es locura de amor que abre inmensos horizontes a una nueva humanidad abrazada en el amor infinito e incondicional del Padre. Dejémonos amar, contagiar de esa locura. Vivamos con Jesús su locura de amor.
Padre Dios, Padre Bueno, que has encomendado a tu Hijo la manifestación de tu infinito amor, contágianos y sostennos en esta locura de amor que construye la nueva familia, sin límites, sin fronteras, sin condiciones. Amén.