Cuando visitamos un Estado del interior del país en Estados Unidos, encontramos un orden y un cuidado cívico que nos llama la atención. Las pistas no tienen agujeros, las veredas están preparadas para soportar lluvias fuertes, los jardines están cuidados, los automóviles paran a la distancia cuando ve que un peatón desea cruzar la pista por el paso de cebra, ningún conductor toca el claxon por ningún motivo, las calles están limpias y no hay pintas en las paredes de las casas o edificios. Y al ver esa realidad, uno se pregunta qué ha sucedido en estos lugares para que el comportamiento de las personas que viven allí sea de esta naturaleza. Y, sobre todo, ¿qué deberíamos hacer nosotros para tener también ese tipo de ciudades y ese cuidado de los bienes comunes?
Leyendo un libro –Free Markets with solidarity and sustinability-, me pareció encontrar la respuesta. El Prof. Martin Schlag comenta en la Introducción que el concepto de libertad que tiene la cultura Americana es distinto del que tiene la cultura de Europa. Para el ciudadano americano, la libertad no solo es política; es, sobre todo, libertad social. Es decir, que la experiencia de libertad social Americana requiere de una combinación de instituciones y virtudes. De este modo, y citando a Michael Novak, Schlag recoge en la Introducción del libro: “América no es una geografía; es una forma de gobierno, un modo de vida… Y el corazón de esta idea que es América es transformar el interés propio en un interés personal por el bien público”. Y luego, Schlag añade: “esta libertad ordenada es el distintivo de la definición Anglo-Americana de libertad: una libertad bajo la ley, libertad para hacer lo que los ciudadanos deben hacer, y por tanto, la ley como habilitante de la libertad”.
En cambio, como el mismo autor recoge, la tradición continental de Europa entiende la libertad como libertad a partir de la ley; y por tanto, ve la ley como límite de la libertad: todo aquello que no está prohibido, está permitido. Y esta es la concepción que también tenemos en nuestro país. Por eso, en nuestro ideal, la libertad personal consiste en el despliegue de las acciones que solo tienen como límite lo que la ley impone. Para nosotros, donde nadie controla la velocidad, uno va a la velocidad que quiere; si no existe una ley que impida tener mascotas que molesten a los vecinos, no tengo ningún inconveniente en tenerlos, aunque les ocasionen graves molestias a los vecinos; mientras nadie impida que tire una basura en la vía pública, lo haré; y así una serie de actitudes y modos de actuar.
De allí que las normativas se multipliquen en nuestro país. Cada vez que aparece un comportamiento disfuncional en una institución o en un grupo de personas, la autoridad legislativa actúa con prohibiciones y sanciones. Pero siempre serán prohibiciones poco eficaces, porque ninguna ley puede contemplar todas las circunstancias; y como “hecha la ley, hecha la trampa”, nunca faltará un creativo que encuentre una salida para un comportamiento disfuncional, incluso con la nueva ley. Como comenta el Prof. Schlag, en nuestro enfoque, “todo aquello que no está prohibido, está permitido”.
Bajo estas circunstancias, ¿Qué podríamos plantearnos para conseguir un cambio de actitud en nuestra sociedad, y adquirir ese sentido de la libertad propio de la concepción Americana? Pienso, que el camino más corto sería reforzar cada vez más nuestros valores cristianos. Es decir, devolverle a nuestra actuación social el sentido moral personal. Debemos recordar que no son las personas las que nos van a juzgar, sino que es Dios mismo el que nos pedirá cuenta del uso que le dimos a los talentos recibidos; y que El mismo nos preguntará al final de nuestra vida qué hicimos por las personas que estuvieron a nuestro lado, especialmente, por aquellos que tuvieron menos oportunidades que nosotros.
Al respecto, es muy sugestiva una exposición del Prof. Clayton Christensen. En ella, este profesor de Harvard comentaba que en una ocasión tuvo la oportunidad de conocer y tratar con mucha cercanía a un profesor de la China continental que pasó una temporada en Boston estudiando el comportamiento de la sociedad americana. Este profesor, que todo su vida había vivido en el régimen totalitario y marxista de China, le comentó que observando el comportamiento de los ciudadanos americanos, él consideraba que el fundamento del buen funcionamiento de la democracia en Estados Unidos se debía a la presencia del cristianismo en el país. Para este profesor chino, la única razón para que los ciudadanos siguieran un comportamiento ético, enfocado en el bien común y no en el interés propio radicaba en la autoregulación que cada uno de ellos se imponía por el hecho de tener que dar cuentas a un Dios trascendente al mundo.
Por lo tanto, ¿qué podríamos concluir de estas reflexiones para mejorar el comportamiento en nuestra sociedad?
Pienso en dos ideas sencillas. En primer lugar, que en lugar de sacar a Dios del ámbito público, conviene promover mucho más su presencia en dicho ámbito. Pascal, un genio de la matemática y la lógica comentaba: es mejor vivir pensando como que Dios existe a vivir pensando como que Dios no existe. Porque si vives pensando como que no existe, pero existe, luego te encontrarás en un gran apuro; en cambio, si vives como que si existe, aún en el caso de que no existiese, habrías vivido aportando mucho a los demás.
Y en segundo lugar, y casi como un corolario de lo anterior. Que conviene recordarnos -y también recordarlo a las personas que tenemos cerca- de que al final de nuestra vida seremos juzgados por lo que hayamos hecho y lo que hayamos dejado de hacer a las personas que estuvieron cerca de nosotros. Esta idea nos puede ayudar a sacarle mucho provecho a los bienes materiales y espirituales que tenemos. Pero lo más maravilloso de actuar así, será que veremos asombrados en poco tiempo cómo dichos bienes se multiplican al compartirlos.