Estos días en el máster que estoy haciendo hemos tenido el regalo de poder escuchar a dos personas que nos han hablado de la vejez y el envejecimiento. El máster, sobre acompañamiento educativo, abarca todas las etapas que la persona vive y por supuesto, incluye, la ancianidad.
En su compartirse, cada una de ellas habló con gran generosidad además de la teoría y de lo que “debe ser”, de su experiencia personal con sus mayores y es que no hay nada como ver encarnado aquello que te dicen.
Como dice Franco Nembrini “la esencia del arte de educar está toda aquí: en hacer experiencia del bien, de la belleza y de la felicidad en la propia vida”.
Testigos que testimonian con su vida lo que hablan. Educadores que comparten lo que de bueno han vivido en primera persona.
Nos quejamos de la sociedad que estamos “viviendo” y no nos damos cuenta de que nosotros estamos aquí, construyéndola. Nos echamos las manos a la cabeza por los telediarios y lo que cuentan, pero quizá, no nos volvemos hacia nosotros mismos para ver qué testimonio damos o, incluso más allá, si lo estamos dando.
Jesús, antes de marcharse al cielo, dejó unas palabras bien claritas que nos llaman a salir en misión. A contar eso que de bueno y verdadero hemos tenido la suerte de conocer.
La sociedad claramente intenta que no lo hagamos y se empeña en cancelar todo lo que se sale del pensamiento único reinante, en primer lugar, a Dios, pero con esto debemos contar desde el minuto uno. Fue así en tiempos de Jesucristo, es así y será.
¿Y? la pregunta aquí es, ¿y yo qué estoy haciendo y qué decido hacer? Ante lo que acontece; ante la realidad que me rodea ¿me meto en la trinchera y me escondo o salgo de ella?
Una vez escuché a Monseñor Reig Plá decir que los católicos nos habíamos retirado a las trincheras y que eso había hecho que el mal pudiera avanzar. Hoy esa imagen me ayuda a verme como una soldado, la más rasa de todos, pero que como todos los soldados tiene una misión: la defensa del castillo. En este caso, la defensa de un bien común y de unos valores que son cada día atacados pero fundamentales para una sociedad donde las personas son el centro y el motor.
Bien es cierto que el castillo está construido sobre roca y que hay algo mucho más sólido, fuerte y verdadero que mis fuerzas para defenderlo, pero como soldado debo defenderlo. Es necesario.
No con bombas ni con pistolas sino con las armas de la fe, la verdad, la justicia y por supuesto del amor. Esto se traduce en no dejarse llevar por esa confrontación que existe cada vez más. Por esa desidia de “mientras esté yo bien el resto me da igual” o por el miedo al qué dirán o pensarán de mí.
Significa abrir los oídos a la escucha del otro. Abrir la mirada para hacerla más profunda y amplia. Significa dialogar, mucho y con mucha apertura. Significa saberse pequeño pero muy grande a la vez. Tan grande como esa dignidad que todos y cada uno de nosotros tenemos como personas. Significa ser testigos a tiempo completo y no parcial, en determinados foros o momentos sino siempre.
¿Qué haces con lo que se te ha dado? ¿lo escondes bajo tierra o lo pones a dar fruto? ¿Lo compartes? ¿Te compartes? Son preguntas que resuenan en mí. Con paz, sin atribularme, pero sí que me ayudan a despertarme y a caer en la cuenta.
La clase del otro día fue un ejemplo maravilloso de cómo poner eso que tenemos al servicio de otros porque todos tenemos o tendremos un mayor en nuestras familias o entornos cercanos. Una persona que, por ley natural, camina hacia el final de su vida terrena y ve cómo va llegando al final. Una persona con un corazón que necesita ser acompañado como todos, pero a otro ritmo y de otra manera. Una persona que -sino me voy antes- también seré yo algún día.
Todos somos acompañantes y tenemos la decisión en nuestras manos de cómo responder. Y es que una sociedad que no cuida de sus mayores es una sociedad abocada al fracaso.
Claramente las condiciones de nuestra vida no son las mejores. El trabajo es muy exigente y vivimos en la sociedad de las prisas. A mí personalmente siempre me falta alguna hora para poder hacer lo que me hubiera gustado hacer en el día, pero la decisión de cuidar y acompañar a nuestros mayores y de cómo hacerlo, debe trascender estas circunstancias. Es una decisión personal, de cómo soy y quiero ser, donde las líneas rojas de lo que no queremos deben iluminar lo que sí queremos.
Eso es dar testimonio. Eso es hacer y dar fruto en nuestra realidad, donde Dios nos ha puesto. Eso es trabajar por una sociedad más humana donde se cuide a los mayores, a los más vulnerables. Eso es ser justo, Eso es poner amor. Y es que una sociedad que no cuida de sus mayores es una sociedad abocada al fracaso.
Acompañar a aquellos que nos acompañaron. Viajar a su lado, a su ritmo, haciendo el arte de lo posible por su bien. Dejar de lado la comodidad para dar paso a la entrega.
Cuántos mayores hay solos. En las residencias hay muchos que no reciben visitas y que viven una profunda soledad. Es una triste realidad del hoy a la que deberíamos prestar más atención y preguntarnos ¿y yo qué hago?
Nuestros mayores son un regalo. Son fuente de vida y conocimiento. Gracias a ellos existimos y tienen un corazón que necesita ser cuidado. Porque recordando a García Márquez, la muerte no llega con la vejez, llega con el olvido.
Trabajemos por una sociedad donde se cuide a nuestros mayores. Por una educación donde a las nuevas generaciones se les enseñe a mirarlos. Por un ordenamiento jurídico que nos ayude a poder acompañarlos y no, como ahora, que los aboca a estar solos y a la eutanasia.
Vivamos sabiéndonos granitos de arena. Vivámonos como testigos.