Monseñor Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio del próximo 9 de mayo de 2021, VI Domingo de Pascua, titulada “Dejarse amar”.
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Hechos de los Apóstoles 10, 25-26. 34-35, 44-48: “El don del Espíritu también se ha derramado sobre los paganos”.
Salmo 97: “El Señor nos ha mostrado su amor y su lealtad. Aleluya”.
I San Juan 4, 7-10: “Dios es amor”.
San Juan 15, 9-17: “Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos”.
Permanecer
En continuación con el pasaje de la vid que reflexionábamos el domingo pasado, hoy Jesús nos ayuda a profundizar y ampliar todo el significado de la parábola. Cada elemento de esta comparación nos ayuda para la vida diaria y para mostrar nuestro crecimiento espiritual, pero traigo como clavada en mi mente la expresión de Jesús: “Permanezcan en mí”, que se repite como un estribillo.
Mentalmente contemplo las ramas de una vid y me imagino toda la vida y dinamismo que llevan por dentro. Exteriormente parecen impasibles e inmóviles, poco se puede detectar su crecimiento; pero en su interior ¡cuánta vida tienen! Cómo reciben la savia que brota de la raíz, se alimentan de ella y la hacen circular para generar nueva vida.
Pero a su vez también reciben energía desde sus ramas y de sus hojas. Un incesante movimiento desde el tronco hasta la última ramita y viceversa. Y sin embargo parece que no pasa nada, no hay escándalo, no hay ruido, pero sí una actividad que da mucha vida.
Es el ejemplo más bello para el verdadero discípulo de Jesús: recibir su vida, fortalecerse, llenarse de ella y siempre continuar transmitiéndola. Frente a los hermanos se adopta una bella actitud: dar y recibir al igual que se hace de Jesús. ¿Cómo es mi permanecer con Jesús? ¿Un estático y cómodo situarme en la Iglesia, en la sociedad y en la comunidad? ¿Recibo y doy vida?
Un amor
Pero si ya esta idea bastaría para un fuerte compromiso, Jesús amplía mucho más nuestro horizonte y nos lanza en una nueva perspectiva: el amor. Pero, ¿qué es el amor? En días de devaluación de muchas cosas, hay una que sobresale por su gran caída y confusión: el amor.
Está tan devaluado que a cualquier cosa se le llama amor, aunque no tenga nada que ver con un verdadero amor: al sexo, al compañerismo, a la atracción, al placer, a la necesidad, etc. Jesús nos enseña lo que es el verdadero amor: “dar la vida por sus amigos”. No es solamente el sentirse a gusto, que en un momento pasa; no es la atracción, que puede convertirse en hastío; no es la necesidad de alguien o el miedo a la soledad. Es buscar la felicidad del otro.
Y Jesús se pone como modelo de amor: “ámense como yo los he amado” y nos ha amado cuando aún no lo conocíamos, y nos ha amado cuando vivíamos en pecado y nos ha amado a pesar de nuestras traiciones e infidelidades. No es el amor condicionado de padres y novios: “Si de veras me quieres, tienes que hacer mi capricho…” o “Si no haces lo que yo digo, ya no te quiero…” No, es amar a la otra persona y buscar su felicidad.
Si de verdad amáramos, no se terminarían tantas amistades por un simple enojo; no se dividirían las familias porque los hijos se sienten solos o sus padres no saben cómo acercarse a ellos; no se divorciarían tan fácil las parejas tan sólo porque no es el otro como ellos esperaban. El verdadero amor va mucho más allá y Jesús nos enseña todo el valor que tiene. Como que es el primer, principal y único mandamiento. ¿Cómo lo estamos cumpliendo? ¿Nos distinguimos los cristianos por saber amar?
Yo los amo
Las palabras que hoy escuchamos de Jesús son de fuerte inspiración y presentan no sólo su programa de vida y una motivación para cada uno de nosotros, sino nos explican toda su actividad, sus palabras, su abajamiento, su cruz y su resurrección: “Como el Padre me ama, así los amo yo”.
Este texto nos devela el secreto y motivo último que ha impulsado y guiado toda su vida. Es como un gran circuito que comienza con el amor del Padre, que continúa con el mismo Jesús, nos abraza a nosotros con su amor, nos impulsa a amarnos los unos a los otros y nuevamente al ámbito amoroso del Padre.
Es mandamiento, es cierto, pero mucho más que mandamiento es la experiencia de sentirse amado y no poder ahogar dentro de nosotros mismos esa fuerza que inspira y da el mismo Jesús. Muy lejos de los amores egoístas e interesados en que nos movemos ordinariamente los humanos. Pero debemos experimentar este gran amor, que no crea servidores, que no esclaviza, que libera y da vida.
Dejarse amar
Dos últimas características de este amor de Jesús: nos lleva a una alegría plena y nos ha elegido gratuitamente. Quizás los cristianos hemos pensado muy poco en la alegría de Jesús, pero es una de las señales de su presencia en nosotros. La alegría es la sonrisa de Dios en nuestras vidas.
Es muy triste que a veces se identifique a cristianos con rostros marchitos, personas aburridas y aguafiestas. El cristiano debe tener la mayor alegría en su corazón al reconocerse amado por Jesús. Pero este amor, no es en base a sus propios méritos, Jesús nos lo regala gratuitamente y Él nos ha elegido a nosotros. Somos sus preferidos.
Por eso la extensión de ese amor debería nacer espontánea: el amor a los hermanos. Y no el amor color de rosa, sino el amor del compromiso y de la entrega, el amor fiel. Es bellísimo este pasaje y ojalá, más que estudiarlo, en este día lo viviéramos en presencia de Jesús. Lo dialogáramos en íntimo coloquio con Él. Abriéramos nuestro corazón y nos dejáramos amar.
Dios, Padre nuestro, que en Jesús de Nazaret, nuestro hermano, nos has manifestado tu amor, gratuito y universal, concédenos experimentar este gran amor y hacerlo vida a favor de nuestros hermanos. Amén.