En una zona marginada de Lima, un sacerdote tiene una maravillosa labor social de la que se benefician cientos de niños. Pero en ella no hay ninguna referencia religiosa, no hay imágenes de Jesús o de la Virgen, y al sacerdote no le dicen “padre”, sino le llaman por su nombre. ¿Por qué es esto así? En el panorama teológico cristiano aparecen diversas actitudes, las cuales conjugan un cierto valor de verdad con la caridad, como criterio supremo de autenticidad. Las enumero a continuación, para explicar después cada una en particular: Eclesiocentrismo, Cristocentrismo, Teocentrismo, Reinocentrismo. ¿Cuál es la correcta?
En el “eclesiocentrismo” se pone un acento exacerbado en la realidad de la Iglesia. La Iglesia se convierte en el centro de la predicación. Deja de tener, al tenor de la teología de los Padres de la Iglesia, el carácter de “Luna” en cuanto refleja la luz de Cristo, el Sol por antonomasia, para ocupar ella misma el lugar central. Claramente se trata de un exceso y un desorden. Es lo que vulgarmente se conoce como “ser más papistas que el Papa”. Es el exceso por el lado de la ortodoxia. Los católicos tradicionalistas entrarían en esta calificación.
En segundo lugar, estaría el Cristocentrismo. El poner en el centro del mensaje cristiano la figura de Jesús de Nazaret. Otra vez, siguiendo a Benedicto XVI, se puede afirmar que uno se hace cristiano no por la adhesión a una teoría sino por el encuentro con Cristo vivo: “No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva.” (Deus caritas est, n. 1). Esta sería la perspectiva correcta, la visión ortodoxa del catolicismo, que es imprescindible recuperar. Es la línea que ha seguido Francisco, por ejemplo, en el documento programático de su pontificado, la Exhortación Apostólica Evangelii gaudium.
El tercer lugar vendría a ocuparlo el Teocentrismo. Habría que entenderlo bien. Desde la perspectiva teológica relativista, se adopta el teocentrismo precisamente por fidelidad al espíritu de las enseñanzas de Jesucristo. ¿Qué quiere decir esto? Teocentrismo significa que pongo entre paréntesis la figura de Jesús, por fidelidad al mismo Jesús. Jesús quiere la salvación de todos y se da cuenta de que Él mismo es ocasión de división. Si se prescinde de predicar a Jesucristo, y nos quedamos solamente con predicar a Dios, podemos buscar puntos de contacto con los judíos y los musulmanes. Si Jesús nos separa de judíos especialmente, y en parte de los musulmanes, pongámoslo entre paréntesis, para que la predicación de Dios llegue a más personas. En la mentalidad de estos teólogos, es lo que Jesús habría hecho por humildad y por deseos de salvar a las demás personas.
Pero queda todavía otra alternativa más incluyente: El Reinocentrismo. Este viene de radicalizar la posición tomada por el Teocentrismo, al caer en la cuenta de que la categoría “Dios” también nos separa de nuestros hermanos ateos, agnósticos o budistas. Si prescindimos de Dios en nuestro discurso, y nos centramos en las obras, en la caridad, en instaurar el Reino de Dios, que es un reino de amor, podemos ir de la mano de agnósticos, ateos y budistas, ofreciéndoles así a ellos también una oferta de salvación. Nuevamente se actúa así considerando que Jesús lo haría de esa forma, en sus deseos de salvar a todos.
¿Qué es lo que queda finalmente? El abandono de la ortodoxia (recta opinión o verdad), por la práctica de la ortopráxis (recta acción o caridad). Se sacrifica a la verdad en el altar de la caridad, para que el mensaje sea más inclusivo y la salvación pueda llegar a todos. Se prescinde de los contenidos de la fe, mientras se da primacía a la práctica de la fe, por la caridad. Es el relativismo teológico en su máxima expresión y, en el pensamiento de Joseph Ratzinger, uno de los mayores peligros para la fe.
Para conjurar el peligro que tal actitud teológica representaba para el catolicismo, la Congregación para la Doctrina de la Fe publicó el documento: “Dominus Iesus”, en el año 2000, donde remarcaba el carácter imprescindible de Jesucristo en la predicación de la Iglesia, como elemento esencial de la propia identidad y de una auténtica oferta de salvación, que sintetiza sin oponer, verdad y caridad.