Venezuela: “No sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa”

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Si hace tres décadas, alguien hubiese escrito sobre la hecatombe político-social que, en el futuro próximo sufrirían Venezuela y los venezolanos, hubiese pasado por loco o por novelista de ficción. Nadie hubiese podido pronosticar, ni siquiera sospechar, que aquel país soñado para tantos – venezolanos y extranjeros – pronto sería el protagonista del mayor movimiento migratorio humano y en más corto tiempo, con la consecuente enorme y grave crisis humanitaria que ello supone, del que tenga noticia la historia de la humanidad, debido a la debacle que ha significado para el país, para el continente y para el mundo, los sucesivos gobiernos chavistas y maduristas, desde hace ya cinco lustros.

Ya suman 7.7 millones de venezolanos los que han tenido que emigrar y dejar atrás su tierra y sus querencias en los últimos años, y no para hacer turismo – como cínicamente lo han sugerido Nicolás Maduro y sus áulicos – sino para buscar mejores condiciones de vida y esperanza en un futuro mejor. Mismas condiciones de vida de las que se ufanó por décadas Venezuela y los extranjeros – de todas las latitudes – que allí llegaban, buscando mejor porvenir y que encontraron en Venezuela una tierra de promisión, amparada en la abundancia de riquezas y de recursos naturales.

Condiciones de vida que “políticos” ignorantes e ineptos, pertenecientes al régimen corrupto chavista-madurista que allí se instaló, arrebataron a la inmensa mayoría de los venezolanos, en beneficio de una minoría de “enchufados” al gobierno, como coloquialmente se les llama.

Un régimen que, mediante la fuerza de las armas y la brutal y criminal violencia represora de cuerpos militares y paramilitares, secuestró las instituciones del Estado venezolano, cerró los medios de comunicación y de libre expresión y empobreció a millones de ciudadanos.

Un país que antes del chavismo era pujante y estable económicamente con presente y futuro para sus ciudadanos, orgullosos de ser venezolanos, fue destruido en sus fundamentos sociales y políticos tanto como en su tejido social y en su infraestructura productiva hasta convertirlo en un país paria, en una nación aislada del concierto internacional, en la finca de un puñado de abusadores del poder y de los derechos humanos, más parecidos a un cartel mafioso que a líderes políticos de una nación grande, otrora gloriosa y soberana.

Venezuela entonces pasó de tener una economía consolidada y basada en la renta petrolera y en la alta inversión extranjera a la economía intervencionista del control y del desgobierno chavista con hiperinflación, escasez de bienes y servicios, fuga de capitales, limitación de la inversión privada y crisis económica insospechada y sin precedentes. Pasó de ser un sistema político democrático representativo, con libre participación de partidos políticos a un régimen totalitario, autócrata y corrupto, con el control absoluto de los poderes del Estado (incluido el electoral), la limitación de los derechos y libertades civiles y la persecución y represión, con encarcelamiento y tortura, mediante un andamiaje judicial inventado, mentiroso, conveniente y justificador de la brutalidad y los atropellos, cada vez más atroces y crueles, contra los opositores.

Un régimen dictatorial que – para recibir oxígeno y perpetuarse inmisericorde en el poder – ha hecho alianzas y ha permitido injerencia de otros regímenes similares tan indeseables e impresentables como el venezolano. Venezuela pasó de ser una sociedad plural y heterogénea, con oportunidades para la movilidad y el progreso social y con relevancia de la clase media a ser una sociedad fragmentada, polarizada, con una brecha inmensa entre los adeptos al régimen y el resto de la población, además de la inseguridad y del imparable y descomunal fenómeno migratorio.

La destrucción rápida y violenta infligida a la nación venezolana por el atroz régimen que preside Maduro no es y no puede llamarse “democracia”. La democracia – por definición” es el “gobierno del pueblo”. Es la forma de gobierno que permite que la soberanía resida en el pueblo y nunca en un puñado de politiqueros de pacotilla, de feroces criminales que se vuelven contra sus propios conciudadanos.

La revolución (o robolución) bolivariana y el socialismo del siglo XXI resultaron ser una trampa, una farsa, titulares de un rotundo fracaso.

Al pueblo venezolano, el pasado 28 de julio, le fue robada y arrebatada su soberanía en las elecciones en las que – a todas luces y por más de un 70% – resultó electo el candidato de la oposición, Señor Edmundo González Urrutia, hoy presidente electo y legítimo asilado en España, junto al poderoso y heroico liderazgo de la Señora María Corina Machado.


El despiadado régimen madurista permitió, con todas las inequidades y ventajismos, elecciones en Venezuela para disfrazarse de democracia, se robó las elecciones, ocultó pruebas inexistentes del triunfo del dictador, dio un golpe de estado continuado y – no conforme con semejante abuso de poder – ha incrementado y radicalizado la persecución y represión a la oposición a niveles nunca imaginables por lo injustos y crueles.

El régimen que preside Maduro se atornilla en el poder burlándose y violando toda ética, traspasando todos los límites de la decencia y de la justicia e ignorando todo tipo de tratado, convenio o acuerdo nacional o internacional. Un régimen asesino y perseguidor de niños, jóvenes, discapacitados y adultos mayores. Un régimen que genera hambre, violencia y muerte contra millones de venezolanos.

La democracia, entonces, como el mejor sistema de gobierno inventado por el hombre está en crisis, bajo amenaza en el mundo y en América Latina, como en Nicaragua. Como recientemente – en entrevista con Infobae – lo dijera el analista venezolano Moisés Naim: hoy “la democracia es una forma de gobierno en peligro de extinción”, y este peligro nos incumbe a todos. Todos estamos llamados a preservar, defender y construir democracia. El caso venezolano nos incumbe a todos. Urge encontrar la solución y salida del poder de los criminales que secuestraron el estado y la soberanía de los venezolanos. Urge una conjugación de negociaciones y de factores – internos y externos – que produzcan – contundentemente – el fin y la salida – mejor y más pronta – del aterrador régimen chavista-madurista, enquistado en Venezuela. Urge, la reinstauración y reconstrucción de la democracia en Venezuela.

Que no se repita en nuestra realidad americana y latinoamericana la terrible máxima de José Ortega y Gasset: “No sabemos lo que nos pasa y eso es precisamente lo que nos pasa”. El mal ejemplo de lo que sucede en Venezuela, amenaza la estabilidad del continente. La comunidad internacional – encabezada por los Estados Unidos, como el mayor exponente del sistema democrático en América – no puede desentenderse de Venezuela y ha de innovar e imponer sanciones personalizadas y soluciones definitivas a la crisis venezolana.

El pueblo venezolano indefenso ha hecho lo suyo y ha pagado ya un alto precio en padecimientos y muertes. Los comunicados ya no son suficientes. La dictadura venezolana se burla, hace caso omiso a sanciones y declaraciones, hostiga, asedia, censura, secuestra, tortura y mata en sus mazmorras.

Urge el reconocimiento de los resultados de las pasadas elecciones y de la soberanía del pueblo venezolano. Urge el establecimiento de un gobierno de unidad nacional en Venezuela que produzca urgentes reformas económicas, el respeto de los derechos humanos y la reconstrucción del tejido social.

Hoy, el déspota y populista venezolano y su camarilla de secuaces son rehenes de su propio invento. El miedo lo exorcizan con represión y violencia. Pero cada minuto de la permanencia del tirano en Venezuela es un minuto de más violencia, de más hambre, de más muerte, de más emigración y de más sufrimiento y desesperanza para cada venezolano, dentro y fuera de las fronteras de Venezuela.

En un mundo civilizado, de globalización, participación y colaboración, los seres humanos, la comunidad de naciones y los organismos internacionales no estamos para aguantarnos ni atropellos contra el ser humano y su dignidad como los que suceden, a diario, en Venezuela, ni a un régimen criminal y de terror, de mercachifles de la politiquería que interpretan a su antojo y acomodo lo que es la “democracia”. La comunidad internacional tiene que ser más fuerte que el personalismo y el autoritarismo brutal e ilegitimo de un tirano, marioneta de una kakistocracia.

Recordando el himno nacional de Venezuela, todos hemos de solidarizarnos con esta gran nación y con sus ciudadanos, haciendo posible que “el bravo pueblo lance pronto el yugo, por el respeto a la ley, la virtud y el honor”, para reconstruir los sueños de soberanía y libertad del Libertador venezolano Simón Bolívar y para que otros pueblos y naciones puedan “seguir el ejemplo que Caracas dio”.