Monseñor Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio del próximo 2 de mayo de 2021, V Domingo de Pascua, titulada “La Vid”.
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Hechos 9, 26-31: “Les contó cómo había visto al Señor en el camino”
Salmo 21: “Bendito sea el Señor. Aleluya”
I San Juan 3, 18-24: “Éste es su mandamiento: que creamos y que nos amemos”
San Juan 15, 1-8: “El que permanece en mí y yo en él, ése da fruto abundante”.
Una vid
Mi infancia está unida a los recuerdos de una enorme parra que se extendía por todo el patio de una casa rural. Aunque mi pueblo no tiene la cultura de cultivar las uvas, ni creo que el clima sea el más propicio, la frescura de sus hojas, las serpentinas de sus ramas y lo sabroso de sus frutos, siempre están en mis recuerdos.
Llegado el tiempo, mi abuelo o mi padre hacían la poda y yo no acababa de entenderlo: “Es para que crezca mejor, para que se renueven sus ramas y pueda dar nuevos frutos. Si la dejamos así, las ramas se hacen viejas, invaden mucho terreno y solamente tendremos hojas y nada de uvas”.
Intentaban explicarme y yo no entendía; y sólo miraba asustado cómo iban cayendo poco a poco cada uno de sus brazos hasta quedar el tronco adusto, pequeño y en soledad. Me daba tristeza verla así, después de que había gozado de su sombra y de sus frutos, reducida a unos miserables palos aparentemente secos. Pero qué explosión de vida cuando llegaba la primavera, poco a poco se llenaba nuevamente el patio y después vendrían más sabrosos sus frutos.
“Yo soy”
A San Juan le gusta mucho usar estos términos que para los judíos implican una verdadera revelación. “Yo soy” es el nombre de Dios que ellos no osaban pronunciar y reverenciaban mucho, “Yo soy”, dicho así con solemnidad y en tono declarativo parecería, para los judíos, una blasfemia en labios de Jesús, porque está adjudicándose, fuertemente, una prerrogativa divina.
Está diciendo que Él es Dios, y además, sin quitar este sentido, al continuar la frase añade un nuevo significado y se presenta como la vid verdadera. Otro de los conceptos más queridos para el pueblo de Israel, pues en sus canciones, en sus salmos y en su oración, siempre aparecía la viña como representación del pueblo amado por el Señor.
Cánticos y profecías, ayes y alabanzas, todo el simbolismo campestre para presentar al enamorado, ora buscando a la amada, ora reclamando sus infidelidades y desdenes, pero siempre en una relación amorosa de Dios con su viña, con su pueblo. Y viene Jesús, y desplaza ese orgullo de Israel para decir que Él es la verdadera viña. Es el verdadero amor del Padre, cabeza de un nuevo pueblo universal. El nuevo pueblo que ofrece los dulces frutos que el Amado espera.
Los frutos
El camino pascual nos debe llevar a dar frutos y no solamente a una alegría prolongada y a una festividad esplendorosa. Ya en la antigüedad el reproche durísimo del profeta Isaías a la viña del Señor era su esterilidad, dar agraces en lugar de verdaderos frutos. Muchas hojas y nada de frutos.
El reclamo del dueño de la vid es que no ha encontrado “la justicia y el derecho” a pesar de los cuidados prodigados. Por eso ahora se presenta Jesús como la nueva y verdadera vid que desde dentro, por su Pascua, encamina a sus discípulos a dar nuevos y mejores frutos. Cada miembro está llamado a producir frutos. El compromiso por la justicia y la fraternidad, aunque a algunos les suene a ideología pasada, es el verdadero compromiso de quien celebra la Pascua.
La poda
Podar no es destruir y arrasar. Me duele el sistema de quema que se usa entre muchos campesinos porque acaba arrasando con montañas para producir unas cuantas mazorcas. Podar es cortar pero con cariño y con un objetivo. Se poda para dar energía y vida, para orientar y hacer crecer, para encauzar.
Y todos necesitamos una poda, aunque nos duela; hay que quitar lo superfluo o lo que está estorbando; enderezar lo que va chueco; limitar lo que se ha excedido; renovar lo que se ha hecho viejo y obsoleto. Hay tantas cosas adheridas a nuestro corazón que nos cuesta dejar a un lado: el resentimiento, la comodidad, el aburguesamiento, la costumbre, la tibieza. Se necesita renovar para dar fruto y el tiempo de Pascua es el tiempo propicio porque nos llena de una nueva esperanza y de una nueva ilusión.
Permanecer
Es curioso contemplar un sarmiento y mirar su aparente inmovilidad. ¡Tiene la vida por dentro! Fluye la savia que recibe impetuosa y la transmite con dinamismo a las hojas y a los frutos. Permanecer no es quedar inmóvil, indiferente o anquilosado. Permanecer no es solamente ocupar un lugar y morirse de aburrimiento.
Lo que Jesús pide a sus discípulos es que sean fieles y se mantengan firmes y constantes en la vida que Él les ha comunicado. Sólo así se podrán producir los frutos que de ellos se esperan. Permanecer es respirar el espíritu de Jesús, continuar su dinamismo y que su savia fluya por todo nuestro ser.
Permanecer es recibir toda la experiencia de Jesús y no dejarla ahogar en nuestro egoísmo sino transmitirla con entusiasmo. Permanecer en Jesús es ir asimilando sus criterios y transformarlos en energía que mueva nuestro mundo. Permanecer es todo menos quedarse inmóvil e impasible.
El verdadero sarmiento lleva la vida por dentro porque la recibe de Jesús y la transmite a pesar de los problemas y dificultades. Permanecer es cada día experimentar el amor de Jesús y continuar el proceso de transformación conforme a sus criterios.
¿Permanecemos en Jesús con esta vitalidad o solamente ocupamos un lugar? ¿Nos dejamos podar, recortar conforme a los designios del Padre, encauzar hacia sus planes o nos aferramos a nuestros propios proyectos? ¿Qué frutos estamos dando: compromiso, justicia, alegría; o apariencias, privilegios y egoísmos?
Padre Bueno, viñador amoroso, que haces fluir tu Espíritu en nuestro interior para que formemos, unidos a Cristo, la única y verdadera vid, concédenos la disponibilidad para cortar lo que estorbe a la fraternidad, el dinamismo que haga crecer y la vitalidad para producir frutos de justicia y de paz. Amén.