“Si la palabra “universidad” deriva de “universo”, es decir, el “conjunto de todas las cosas”, el adjetivo “católica” la refuerza y la inspira. “Católico”, en efecto, significa “según el todo”, “a partir del todo”. Y aquí ya hay como una referencia a la armonía. Vuestra tarea es contribuir a formar mentes católicas… ser “católico” significa tener una visión panorámica sobre el misterio de Cristo y del mundo, sobre el misterio del hombre y de la mujer. Necesitamos mentes, corazones, manos a la altura del panorama de la realidad, no de la estrechez de las ideologías.” El Papa pronunció este discurso recientemente a la Organización de Universidades Católicas de América Latina y el Caribe. El presente texto busca comentar las palabras del Papa, para sacar sus consecuencias y hacer examen sobre el papel real que están desarrollando las universidades católicas en nuestro entorno.
“Vuestra tarea es contribuir a formar mentes católicas”. He ahí el primer punto claramente indicado por el Papa. ¿Qué significa una mente católica? Quizá nos ayuden las palabras de san Josemaría, escritas en un libro de aforismos espirituales llamado Surco (n. 428):
“Para ti, que deseas formarte una mentalidad católica, universal, transcribo algunas características: — amplitud de horizontes, y una profundización enérgica, en lo permanentemente vivo de la ortodoxia católica; — afán recto y sano –nunca frivolidad- de renovar las doctrinas típicas del pensamiento tradicional, en la filosofía y en la interpretación de la historia…; — una cuidadosa atención a las orientaciones de la ciencia y del pensamiento contemporáneos; — y una actitud positiva y abierta, ante la transformación actual de las estructuras sociales y de las formas de vida”
Es decir, lo primero, para formar una mentalidad católica, es profundizar en nuestra propia identidad. Es conocerla. Parece obvio, pero me recuerda un comentario de un teólogo, poco tiempo después de la publicación del Catecismo de la Iglesia Católica: “sería deseable que por lo menos los obispos lo conocieran” -ahora, con el Camino Sinodal Alemán, muchos nos cuestionamos si lo conocen, si lo han leído al menos-, pero esa es una aspiración minimalista. Lo ideal sería que lo conocieran y fuera punto de referencia constante, los alumnos y profesores de las Universidades Católicas. Como bien señala el punto de Surco, ese sería el primer paso, pero no es único ni excluyente. Incluye todo lo demás, una mentalidad universal, abierta a la ciencia y a la cultura contemporáneas.
“Tener una visión panorámica sobre el misterio de Cristo y del mundo, sobre el misterio del hombre y de la mujer”. Es decir, poseer una cultura católica. Una visión unitaria y armónica de la realidad hilvanada por el espíritu católico, que integra, armoniza y ordena nuestros conocimientos. Eso es la cultura, un pensamiento armónico, y no la mera acumulación de datos. ¿Pero no es esta una visión tendenciosa? No, es una perspectiva, desde la que estamos parados, que refleja nuestra identidad y puede proporcionar una valiosa aportación al mundo en su devenir histórico; una aportación que es hoy, más que nunca, necesaria. Eso supone que las Universidades Católicas no claudiquen a la tentación de camuflar su identidad o comprar acríticamente la oferta relativista hoy imperante.
Por último, el Papa señala: “Necesitamos mentes, corazones, manos a la altura del panorama de la realidad, no de la estrechez de las ideologías”. Es decir, nos invita a abrirnos a toda la realidad, no a resguardarnos en la estrechura de una ideología, que nos proporciona una seguridad -la de la moda- que es efímera por ser falsa; tiene poca durada en la historia. La Universidades Católicas han durado siglos, las ideologías van y vienen: en el siglo XX tuvimos el nazismo y el comunismo, hoy la Ideología de Género. Pero todas, en su apariencia de verdad, esconden una premisa falsa, inconfesada, que las hace caer con el tiempo, pues como dice el refrán: “la mentira tiene patas cortas”. Por eso, una mentalidad crítica, un pensamiento universitario, debe estar acostumbrado a no quedarse en la superficie de las tormentas, en el sucederse de las modas, sino que debe estar adiestrado para a ir más a fondo y examinar las doctrinas, con la piedra de toque del catolicismo. Con la “nariz católica”, en expresión de san Josemaría, para discernir -palabra muy querida por el Papa Francisco- qué es lo bueno y quedárselo, mientras por otra parte se desecha lo nocivo, lo superficial, lo engañoso. Es el gran servicio a la verdad, a la humanidad y al hombre que debería ofrecer la Universidad Católica.