El pasado domingo descubrí la palabra Sawubona. Es un saludo en lengua zulú, que significa “yo te veo”. Qué bonito ¿verdad? Y es que cuánto anhelamos no ser invisibles para los demás.
Que alguien te diga: “te miro, te escucho, estoy aquí para ti” tiene un poder impresionante porque te hace visible, te deja un hueco en la realidad y en el otro, hace que te sientas importante y, sobre todo, que estás acompañado y no solo.
Llama mucho la atención el hecho de que en esta sociedad tan hiper conectada uno de los grandes males sea la soledad.
¿Cómo es posible que suframos tanto por estar y sentirnos solos? Si estamos permanentemente conectados y comunicándonos por un móvil ¿Por qué hay tanto dolor a causa de la soledad?
El domingo pensaba en esto después de que descubriera esta palabra zulú, Sawubona. Estuve rumiando ese “te veo” y, sabiendo que son muchas las razones por las que la sociedad adolece de soledad o de falta de compañía, me quiero centrar en una que está muy ligada a este saludo zulú y que es la mirada.
¿Qué es la mirada? Es una forma de estar en el mundo. Es un modo de relacionarnos con la realidad y los otros. Es una actitud y una respuesta personal.
Podemos ir por la vida solo viendo o podemos decidir mirar. Ir más allá de lo aparente. No quedándonos en el prejuicio o en la etiqueta que aparece con ese primer vistazo que nuestros ojos son capaces de captar solo por el hecho de tener el sentido de la vista.
Mirar es saber que la persona que tengo delante es más que sus acciones. Más que sus aciertos, errores o defectos. Mirar, es dedicarle tiempo, es tomar la decisión de silenciarme para darle un espacio en mí.
Mirar, es pararme para poner mi atención en otro que no soy yo.
Es decirle a alguien “yo te veo» y, por tanto, existes para mí. Yo te acojo y te escucho. Te permito ser tú, tal y como eres porque así eres bello y valioso para mí.
Porque como personas con una naturaleza – aunque nos quieran convencer de lo contrario- nacidas y hechas por amor y para el amor, necesitamos ser amados y queridos. Necesitamos ser mirados y reconocidos.
En la vorágine que vivimos es fácil poner el modo automático y dejarnos llevar por lo que solo vemos. Es sencillísimo vivir en ese vistazo rápido del “hola, qué tal” que ni siquiera espera una respuesta diferente del otro que no sea: “todo bien”.
Y lo digo por experiencia. Yo soy la primera que, si no me lo propongo y hago un ejercicio de reflexión e intención, me dejo llevar por esta dinámica de vida. Auriculares puestos que hacen imposible el silencio. Móvil que me impide levantar la mirada de una pantalla y caer en la cuenta de lo que tengo enfrente o a mi lado sea lo que sea y un sinfín de tareas superfluas bajo la exigencia personal del yo puedo con todo y, además, debo hacerlo con nota.
Y todo esto ¿para qué? ¿para qué lo que hago? ¿cuál es el sentido?
El domingo terminé mi día con un regalo inmenso: el poder asistir por la tarde a la misa de clausura de un retiro de Effetá, que son unos ejercicios espirituales para jóvenes de entre 18 y 30 años y cuyos frutos son increíbles.
Allí pude escuchar a un chico que lo había hecho. Sus palabras fueron que durante el fin de semana se había sentido mirado y amado.
¿Es mirar amar? La respuesta la dejo abierta a tu reflexión personal, teniendo en cuenta que para mirar tienes que esforzarte. Tienes que poner de ti. Tienes que regalarte al otro y regalarle tu tiempo.
Para mirar tienes que abrir los oídos, tu mente y tu corazón y vaciarte de tu yo. Tienes que levantar los ojos de tu ombligo y tu pantalla y descentrarte de ti para poner en el centro a otro.
Y sonó la canción de Hakuna de Un segundo que en su letra Jesús dice: “si por un segundo vieras cómo te miro…” Ahí está todo. La clave y lo que da sentido a nuestra vida.
En la misa pude ser testigo del poder de una mirada, bueno, de muchas miradas que, en realidad, engloban Una. Una mirada que te hace muy grande sabiendo que eres muy pequeño: la mirada de Dios.
Y una vez que te sabes mirado y amado por Él ya es difícil que vuelvas a sentirte solo.
Pasarás por mejores y peores épocas. Tendrás problemas y preocupaciones, desencuentros y flojeras, pero sabiendo que no estás solo. Consciente de que estás acompañado por Otro que te ama tal y como eres y antes de que cambies.
Qué necesario es parar de vez en cuando y pensar en nuestra forma de estar en el mundo. Reflexionar para caer en la cuenta de si miramos y escuchamos o solo vemos y oímos. Cuánto necesitamos que nos digan “yo te veo” y “estoy aquí para ti”.
Y como nosotros, los demás, cada persona, Cuánta sed hay en la sociedad de verdadera compañía, de caminar acompañados.
El domingo tuve el regalo inmenso de poder contemplar una vez más cómo Dios hace las cosas y los milagros que puedes ver si abres bien los ojos y te propones MIRAR Y NO SOLO VER.