La semana pasada tuve la suerte de participar en un curso de retiro espiritual organizado en un centro del Opus Dei para personas casadas. Estuvimos unas 25 personas, profesionales de diversas empresas, profesores de colegios y de universidades y algunos jubilados. Le pedí a un profesor de psicología que diera una breve exposición sobre la educación de la afectividad personal y de los hijos; y fue un gran acierto, porque a todos los presentes nos permitió acercarnos con rigurosidad científica a una realidad que a veces conocemos poco: nuestra propia personalidad.
Alguno quizás se cuestione por la ortodoxia de una exposición de psicología en una actividad religiosa, por lo que paso a explicar un punto que para muchos puede ser novedoso. Hablar de la religión cristiana o católica es muy diferente que hablar de otra religión. La diferencia es abismal, porque mientras todas las religiones son un movimiento del hombre hacia el Ser Superior, lo característico del judeo-cristianismo es ser un movimiento del Ser Superior al hombre. Pero además, cuando el cristianismo se presentó en sociedad -allá por el siglo IV de nuestra era-, nunca lo hizo del lado de las religiones; sino más bien, del lado de la filosofía.
La gran preocupación del cristianismo siempre ha sido conocer la realidad, que la inteligencia alcance la verdad. De allí, que el catolicismo nunca ha temido a la ciencia. El auténtico conocimiento científico -el que no está sesgado por un interés particular- converge en el mismo lugar a donde la doctrina católica lleva: el conocimiento de la realidad -tangible e intangible- que nos rodea.
Volviendo a la exposición sobre la educación de la afectividad a la que asistí, hubo una idea que pienso puede ser también útil para muchas personas, sobre todo para aquellas que tienen responsabilidad sobre terceros.
Al tratar sobre la madurez de la persona humana, el expositor comentó: “la madurez es el proceso por el que el ‘yo’ personal disminuye y el ‘tú’ crece”. Y agregó lo siguiente: “ el niño entra en el mundo con un yo muy grande; y por tanto, el proceso de su madurez personal no será otro que conseguir que ese ‘yo’ este menos presente en sus decisiones, dando espacio al tú”.
En el ámbito laboral, nos topamos con muchos ‘tú’: desde el vigilante, la persona de la limpieza, los colegas, los proveedores y los clientes. Ante todos ellos, es fácil considerar qué podríamos hacer para priorizar la atención al ‘tú’. Y en el entorno familiar, el espectro es también muy grande. Allí, lo más probable es que la madurez nos lleve a adivinar lo que los otros miembros de la familia puedan necesitar, antes de que ellos nos lo pidan.
Finalmente, no olvidar que de niños, nuestro ‘yo’ ha sido muy grande; y que el auténtico crecimiento radica en alcanzar la capacidad de anteponerle el ‘tú’.