El Protagonismo De San José
“Las ventas poco alentadoras. En casa, los niños esperan la magia navideña. La austeridad será la invitada estrella un año más. ¿Qué le diré a mi familia?” No caminaba, deambulaba, sumido en sus pensamientos por las bulliciosas avenidas de la gran ciudad. Casi Sin advertirlo, ingresó a una Iglesia, mantenía la fe aprendida en la escuela. A la izquierda de la nave principal, un joven rodeado de niños llamó su atención. Se aproximó discretamente y consiguió ubicarse a una distancia que armonizaba la escucha con la no interferencia.
“El embarazo de María avanzaba sin tropiezos. La proximidad del gran día la tenía ilusionada y ocupada en la preparación material para el recibimiento de su hijo. José, que tampoco disimulaba su emoción y alegría, con el arte de sus manos, la madera mudaría en una acogedora cuna y un mueble – pensado para mamás – para guardar ropa y los utensilios para el aseo del bebe. De seguro, adelantaría con una silla-mecedora para que María lo atendiera con comodidad. Ellos – como todo matrimonio que espera un hijo- después de la cena, bajo el calor y la luz centelleante de una vela, ponían en común sus deseos, proyectos y sueños con respecto a su hijo y a ellos mismos. Con el consumo de la vela y con la esperanza de un futuro familiarmente sólido, terminaba su día”.
“La repetición de los días tiene su encanto. Ellos no presagiaban ningún contratiempo, más bien esperaban con entusiasmo sereno el gran acontecimiento. Pero un edicto del emperador trastocó sus planes. José que era de la Casa de David, para cumplir con el mandato del censo tuvo que viajar sin que medie tiempo de preparación alguno, desde Nazaret (Galilea) hasta Belén (Judea). La distancia entre ambas ciudades es de casi 150 kilómetros que solía recorrerse en no menos de cuatro días. Acopiaron lo necesario. Eligieron como medio de transporte a un burro. De inmediato, José se hizo cargo de la situación. De noche tenía que proteger a María y al Niño del gélido frío alimentando y avivando la fogata; de los salteadores quienes incordiaban el viaje de los caminantes. Durante el día, cuidaba que el asno se desplace por senderos planos para que no hicieran más duro el viaje a María. Los dolores de parto por momentos evidenciaban la impotencia de José. ¡No encontraba modo material y práctico para hacer más llevaderos sus dolores e incomodidades! Le cuidaba el descanso, preparaba los alimentos y le buscaba cobijo bajo la sombra de un árbol. María lo miraba con ternura y agradecimiento; y José le sonría complacido.”
“Arribaron a Belén. Una puerta tras otra se cerraba ante la solicitud de José: no había lugar en las posadas. Su corazón se estrujaba de pena. Gruesas lágrimas mojaban su tupida barba. El gran motivo para que con brío y fuerza acomodara el establo fue su amor a los suyos. El llanto de Jesús fue su corona. La maternidad de María, su dicha”.
El descubrimiento de la paternidad de José le devolvió el sentido de la Navidad.
¿Hacer Lo Mismo?
Con el ánimo de conseguir que un grupo de personas dejen de ser extraños entre sí, los especialistas suelen recurrir a la formulación de preguntas que, por su sencillez y frescura, facilitan que las respuestas inviten a la distensión y al diálogo. En cierta ocasión, un experto expuso la siguiente pregunta: ¿qué es lo que llevarían siempre consigo? Las intervenciones fueron espontaneas, nutridas y diversas. La diversidad de respuestas no es sino reflejo natural de la singularidad de las personas. De todas las declaraciones reportadas, me gustaría comentar puntualmente unas pocas. El celular es una herramienta básica para sus actividades sociales y laborales, por eso siempre lo llevan consigo. Otra respuesta tenía que ver con tener siempre a mano una muda de ropa deportiva en la maletera del automóvil. La salud, el bienestar corporal y el sentirse bien, justificaban dicha práctica. Finalmente, una participación personal señaló que “yo siempre llevo este anillo a donde vaya”.
En efecto, lo que uno lleva siempre consigo no son las cosas, ni lo que, en cierto modo, nos adorna, sino el modo de ser y la personalidad. Lo que uno es, la propia identidad, se asienta en los principios, las creencias rectoras de la propia vida, criterios que rigen la conducta, las acciones y los motivos que animan las relaciones interpersonales. Las felicitaciones y los buenos deseos que se expresan sentidamente para el año nuevo que comienza, alientan para mirarlo con ilusión y esperanza. Pero lo que viene: el año y lo que abriga, impacta, es acogido y procesado por una persona que, si sabe lo que quiere y busca, podrá sacar un gran partido a todos los años nuevos.
La visión, los principios y la propia filosofía son como anclas: mantienen firmes y seguros a los barcos. Sin éstas, un barco es llevado por la corriente de aire a un destino que ni siquiera se ha propuesto. De modo similar, sin una filosofía de vida, el hombre pierde peso, arraigo; por tanto, es movido por las circunstancias, por sus vaivenes anímicos, por sus caprichos, por lo que piensan y dicen otros, etc. Si uno no depende de sí para configurar y abrazar su proyecto, sino de otros, ¡qué vacío puede resultar escuchar ¡feliz año nuevo! ¡Si no se sabe a dónde ir, poco interesa el camino que tome y el medio de locomoción que se elija! En cambio, si se sabe por dónde aparece el sol, uno sabrá ubicarse de tal manera que estará disponible para usufructuar su luz y su calor.
Me he guardado para el final un comentario recogido como en nota de pie de página. ¿Qué harías si te dicen que te quedan pocos días de vida? Haría lo mismo, haría lo de siempre. Por analogía se puede aplicar al inicio del año nuevo. Usualmente, el primer día no ocurren cambios radicales ni revoluciones en los escenarios. Nos enfrentamos a lo mismo que el año que termina. ¿Qué hace atractivo el nuevo año? La ilusión y esperanza de hacer mejor las cosas que siempre hacemos.