La película El salto del cineasta español, Benito Zambrano, ilumina la ceguera moral y el cinismo europeo en las políticas migratorias que, por un lado, hablan de acogida y, por otro, no asumen ninguna responsabilidad sobre los flagrantes delitos contra la dignidad humana, al otro lado de vallas y muros que trazan una división entre vidas valiosas y otras prescindibles. Zambrano ofrece evidencias de una bioética de lo intolerable en su retrato de la fragilidad y el martirio de quienes, en territorio marroquí, aspiran a saltar la valla de Melilla que separa la esperanza y la desdicha.
El cine contribuye a significar realidades incómodas y dolientes, abriéndonos los ojos a injusticias y contradicciones que sólo pueden ser reflexionadas si, previamente, son señaladas y nombradas. Por el contrario, la bruma del anonimato, como advierte la filósofa, Adela Cortina, puede actuar con la fuerza de una ideología, cuanto más silenciosa, más efectiva para cerrar las puertas de la conciencia a verdades que, como humanos, no nos pueden resultar ajenas porque socavan la igual dignidad de las personas y los deberes de hospitalidad y justicia con el prójimo.[1]
En la película El salto, el cineasta español, Benito Zambrano, señala y nombra la fragilidad, el suplicio y el rechazo inmisericorde que Europa inflige a los inmigrantes pobres, personas desesperadas que huyen de la guerra, del hambre, la miseria y, en el caso de muchas mujeres, de la mutilación genital o el matrimonio forzoso. En su desesperación, se exponen al negocio de las mafias que los embarcan en pateras. Quienes no mueren en el mar, acaban en centros de internamiento en condiciones infrahumanas o son devueltos en caliente. La ficción de Zambrano remite a hechos contundentemente reales. El film narra la historia de Ibrahim (Moussa Sylla) que llega a España desde Guinea Conakry, vive en Madrid con Mariama (Nansi Nsue), trabaja como albañil y espera la llegada de su primera hija. La policía le detiene, de camino a su puesto de trabajo. Ibrahim, que carece de permiso de residencia, tras pasar unos días en un Centro de Internamiento de Extranjeros (CEI), es deportado a su país. Desde ese momento, su único objetivo es regresar a España para reunirse con Mariama y criar a su hija. Después de atravesar África, expuesto por segunda vez a la explotación y la violencia de las mafias, Ibrahim se instala con algunos compañeros de viaje, Aminata (Edith Martínez) y Ousman (Eric Nantchouang), en el monte Gurugú. Es un peculiar bosque marroquí, cerca de Nador, donde esperan a saltar la valla de Melilla, la puerta de entrada a España. Benito Zambrano retrata la vulnerabilidad y el martirio de los migrantes que, con la esperanza de una vida mejor, se exponen a una hazaña física al alcance de unos pocos que lleva a muchos a morir en el intento. La película muestra como detrás de la vida de cada una de estas personas de carne y hueso hay sueños y anhelos de planes de vida buena y, a la vez, el compromiso de no abandonar a su suerte a los familiares que permanecen en los países de origen por falta de medios para emprender el viaje.
Al otro lado de esa valla, se abre un mundo desconocido para los europeos que, sin paños calientes, ilumina el director español. Es un gran campamento de hombres y mujeres, divididos por sus países de origen, sin apenas alimentos, en condiciones insalubres y expuestos a la violencia de la policía que, por sorpresa, asalta el campo y, a golpes, rompe los codos y las piernas de los migrantes para que no puedan saltar la valla. Ésta es más que un muro de metal. En estos momentos, hay cuatro vallas en la frontera que separa Marruecos y Melilla. Entre ellas hay fosos de gran profundidad para dificultar el paso. Por ser una frontera militarizada, las escenas se rodaron en La laguna (Tenerife).
¿Por qué me hacen mal?
“¿Por qué nos hacen mal? Ibrahim es un buen hombre. Todos venimos a Europa para ayudar a nuestra familia y hacemos el trabajo que nadie quiere hacer (…) No somos terroristas ni asesinos, somos pobres”, clama Mariama, tras la detención de su esposo.
Simone Weil subraya que el grito humano ¿por qué me hacen mal? apela al espíritu de la verdad, la justicia y el amor. “En toda alma humana crece, continuamente, la demanda de que no se le haga mal (…) Igual que los hombres poseen el poder de transmitirse el bien los unos a los otros, poseen también el poder de transmitirse el mal (…) La parte del alma que pregunta ¿Por qué me hacen mal? es la parte profunda que en todo ser humano ha permanecido desde la primera infancia intacta y perfectamente inocente”. [2]
Infligir dolor a otros degrada y corrompe a quien lo perpetra porque no se ve al otro como persona, sino como cosa u objeto de dominación, señalan Bauman y Donskis.[3] En este sentido, el suplicio es inhumano antes de ser injusto. Y cualquier forma de tortura y privación de bien es un acto contrario a la dignidad de la persona porque atenta a su dignidad e integridad. La violencia es indisociable del orden social y constitutiva de la cultura que la organiza, la maneja y la contiene conforme a normas propias.[4] Al inscribirse en relaciones sociales, la moral es también una cuestión política que no puede desentenderse del infortunio del prójimo y de la indignación moral que exige acciones concretas para hacerlo cesar. Pero, como reza el poema “Los nadies”, de Eduardo Galeano, “los hijos de nadie/los dueños de la nada/ los ningunos, los ninguneados (…) Que no tienen nombre, sino número (…) cuestan menos que la bala que los mata”. En el film El salto, hay abundantes muestras que chocan frontalmente contra el reconocimiento de la vida como valor superior a todos los otros, como contradicen el corazón de una razón humanitaria fundada en un consenso universal al socorro del prójimo.
El cinismo europeo
El estreno de la película de Benito Zambrano ha coincidido con la votación del Parlamento Europeo de un paquete de nuevas leyes y medidas sobre migración y asilo. Numerosas organizaciones humanitarias han denunciado que se ha perdido la oportunidad de desarrollar políticas migratorias que pongan en el centro los derechos humanos, ya que el acuerdo alcanzado provocará más sufrimiento humano, desprotección, violaciones de derechos, detenciones arbitrarias y devoluciones sumarias ilegales y violentas.
La respuesta a la crisis migratoria es una evidencia de la ceguera moral y del cinismo europeo en las políticas migratorias que combinan un lenguaje engañoso sobre la acogida y, a la vez, no asumen ninguna responsabilidad sobre los ataques contra la dignidad humana, al trazar una división entre vidas valiosas y otras prescindibles.
El film también ha coincidido con la “Declaración Dignitas Infinita sobre la dignidad humana” [5] del Dicasterio para la doctrina de la Fe, a instancias del papa Francisco, publicada dos días antes de la votación en la UE. El documento defiende que la dignidad es fundamento de los derechos y de los deberes humanos. La pertenencia a una comunidad humana implica, por tanto, asumir obligaciones hacia los otros. La Declaración proclama que todo ser humano tiene derecho a vivir con dignidad y a desarrollarse integralmente, al tiempo que advierte de uno de los fenómenos que más contribuye a negar la dignidad: la pobreza extrema. Los migrantes son víctimas de múltiples formas de pobreza porque se pone su vida en riesgo y porque no tienen los medios para crear una familia, trabajar o alimentarse. “Con las decisiones y el modo de tratarlos se expresa que se los considera menos valiosos, menos importantes, menos humanos (…) Cuidar la fragilidad quiere decir fuerza y ternura en medio de un modelo que conduce a la cultura del descarte”.
Los buenos samaritanos
Si bien, la película ofrece múltiples evidencias de una bioética de lo intolerable en las políticas migratorias, también rescata el coraje y la compasión de los buenos samaritanos en los territorios de la fragilidad y el martirio, al otro lado de la valla de Melilla. Benito Zambrano alude al trabajo de organizaciones humanitarias, especialmente, un centro de acogida de monjas católicas que auxilia a los migrantes en condiciones de extrema dificultad. Las hermanas ofrecen comida, ropa y atención médica. Incluso se realizan curas ginecológicas a mujeres, víctimas de ablaciones de clítoris en sus países de origen y que han sido violadas en el trayecto. El personaje de Aminata encarna el sufrimiento de estas mujeres migrantes expuestas al maltrato, la violencia y la explotación sexual.
Desde la inercia individualista y alienada de nuestras sociedades, impera la pregunta ¿por qué habría de preocuparme por el otro? que remite al equivalente bíblico: ¿Acaso soy yo el guardián de mi hermano? Para Spaemann, desentenderse del lugar del otro implica la confesión del asesinato porque la voz divina no inquiere a Caín, tras el fratricidio, sobre si ha desatendido una norma ética. La voz exige a Caín que sepa donde está su hermano, un saber y un hacerse cargo que, en el relato, a quien rechaza esta exigencia, le convierte en cómplice de la suerte que corra el hermano.[6]
Amparo Aygües – Master Universitario en Bioética por la Universidad Católica de Valencia – Miembro del Observatorio de Bioética
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[1] Cortina, A. (2017). Aporofobia, el rechazo al pobre. Un desafío para la democracia. Paidós. Cap. 1. Una lacra sin nombre, pp. 17-27; cap. 6. Biomejora moral, pp. 104-123 y cap. 7. Erradicar la pobreza, reducir la desigualdad, pp.125-148.
[2] Weil, S. (2019). La persona y lo sagrado. Hermida, pp, 88-91.
[3] Bauman, Z. & Donskis, L. (2022). Ceguera moral. Paidós, p. 55.
[4] Fassin, D. (2018). Por una repolitización del mundo. Las vidas descartables como desafío del siglo XXI. Siglo veintiuno editores, p.127.
[5] Declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe “Dignitas infinita sobre la dignidad humana”. Sala Stampa Della Santa Sede. Artículos del 26 al 54.
[6] Spaemann, R. (2010). Personas. Acerca de la distinción entre “algo” y “alguien”. Eunsa, pp. 179-180.