Un proyecto educativo atrayente: hacer que la vida de nuestros alumnos sea diferente

Transformando Vidas a través de la Educación

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Existe un estrecho vínculo entre lo que un profesor es y el nivel de educación que alcanzarán sus alumnos o discípulos. Por eso, una tarea imprescindible para un profesor de postgrado es el conocimiento personal y la capacidad de auto-dirigirse que haya conseguido.

Para auto-dirigirse adecuadamente es necesario profundizar en la realidad antropológica. Necesitamos tener un concepto claro de lo que la persona humana es y las realidades y capacidades que posee. Por ejemplo, es difícil saber lo que uno es capaz de hacer, porque no se tiene experiencia previa de lo que no se ha hecho antes.

Ahora me limitaré, siguiendo a Juan Fernando Sellés, a hacer una reflexión breve sobre la vida humana: la vida es un movimiento desde dentro, unitario y regulado.

En primer lugar, la vida se caracteriza por ser un movimiento interno, es decir, desde dentro. Todo aquello que tiene vida, define su movimiento desde dentro de él, no desde fuera. Es una acción, no una reacción. A diferencia del cohete que va hacia la luna, el movimiento del ser con vida es siempre suyo. Ahora bien, si la característica de la vida es el desde dentro; el fin de la vida no puede estar fuera de ella, sino que debe ser interior. El fin de los seres vivientes es vivir, más aún, alcanzar más vida. De allí que notemos que el anhelo de la vida no es solo vivir, sino vivir mejor, lograr una vida más perfecta: mejores condiciones, más comodidades, etc. Hay por tanto grados de vida. Y en estos grados, la  vida es más perfecta en la medida que hay más reflexión personal: cómo quiero ser en unos años, qué objetivos quiero alcanzar, qué aportaré, por qué hago esto. Sin esta autodeterminación el nivel de vida es mínimo.

En segundo lugar, la vida es un movimiento unitario. La unidad del ser vivo indica que en él hay un principio unificador que es precisamente la vida. La vida es auto-movimiento unitario. Por eso los grados de vida son más altos cuanto más integrados están. En el hombre esta unidad puede contemplar aspectos de su actuación personal. El hombre que aúna sus apetitos es un hombre más vivo que el que no lo logra. Quien unifica sus decisiones en torno a un ideal, a un objetivo común, a un modelo es un hombre con más vida. Por eso la forma de vida más elevada en el hombre es la vida que hace referencia a la relación personal -íntima- con Dios.

Por eso podemos afirmar que el hombre más sociable es vitalmente más pujante que el que se aparta o disgrega de la convivencia. Ha desarrollado virtudes para esa sociabilización; y las virtudes son formas muy altas de vida; son cualidades que permiten la unidad en un estadio más alto: la organización, la empresa, la sociedad. Sin asociatividad no se pueden afrontar algunos retos, pero interactuando con otros es posible vencer dificultades imposibles para el individuo. La unidad del conjunto, por tanto, habilita para la producción de bienes. Pero estas estructuras sociales requieren que los individuos engranen con facilidad, y esta capacidad la adquiere un hombre cuando desarrolla virtudes. Por eso es necesario trabajar en el nivel personal para conformar organizaciones eficientes y eficaces.

En tercer lugar, la vida es un movimiento regulado, ordenado. La vida implica orden interno, compatibilidad de todas las partes entre sí. En las formas sensibles de vida hay una subordinación de las partes inferiores a las superiores, y todas respecto del principio vivificador: el individuo tiene que adaptar sus funciones al entorno, y el individuo es para la especie. Por tanto, en este ámbito quien regula es el principio vivificador de la especie.

Esta observación nos permite mostrar la inmaterialidad del principio vivificador que ordena lo inferior a lo superior. Pero además, también permite comprobar que a más vida, más exigencia de orden, de subordinación de las partes. Este orden es mucho más patente en el cuerpo humano que en los animales y vegetales. Sin embargo, como la vida humana no se reduce a lo corpóreo, en el hombre se dan también otros niveles de orden. Una persona puede ser más ordenada que otra en sus pertenencias, en sus planes, en su trabajo, en sus intereses. El orden se constituye así en una señal de mayor vitalidad, y el orden más importante se dará a nivel de los fines. Una vida ordenada en sus fines es una vida con mayor nivel vital, con mayor perfección.

Como profesores de carreras empresariales nos toca enseñar un conocimiento que genera más conocimiento técnico; y nos toca enseñar unas técnicas. Pero aunque no seamos conscientes, también transmitiremos nuestra visión de la realidad, del mundo, de la vida. Siempre habrá un mensaje de este índole en nuestras enseñanzas, en nuestra opinión y en nuestra conversación. Y como la educación es por imitación, si por algún motivo hemos conquistado la admiración o la atención de nuestros alumnos, ellos, sin ser del todo conscientes,  van a imitarnos o van a asumir nuestra visión particular.

Por lo tanto, en nuestros alumnos influye mucho nuestro modo de ser. No solo la profundidad de un concepto comercial, estratégico o financiero, sino también el modo como lo decimos, como lo formulamos. Por eso interesa mucho que estemos atentos a cómo respondemos una pregunta en clase: con serenidad, con claridad, con aplomo, sin apuro y valorando la intervención. También conviene que reflexionemos nuestras opiniones sobre la realidad nacional, y sobre aquello que valoramos o damos importancia: el comentario que hacemos sobre un excelente beneficio después de impuestos, el análisis que presentamos ante una venta a un precio desorbitante, o el modelo de auto que más nos impresiona, etc.

Todos estos aspectos reflejan de algún modo el nivel de vida que cada uno posee: si está  determinada desde dentro, si es unitaria y si es ordenada. Nuestra reflexión debe hacerse en estas coordenadas;  y en la medida que estas características estén presentes en nuestra propia vida, nuestro nivel de vida será más alto, y transmitiremos un mensaje de mayor calidad antropológica.


Hasta aquí hemos visto que como profesores necesitamos un conocimiento más profundo de las realidades antropológicas.

Hablemos ahora del objetivo de nuestro proyecto educativo. Lo que hemos revisado sobre la vida apunta a considerar que en la realidad humana se pueden superponer distintos niveles de vida. En este sentido, uno  de los más altos es el que se abre a la atención de las necesidades de quienes tiene cerca. En consecuencia, yo quiero proponer para nuestro proyecto educativo el mismo objetivo que Joseph Schumpeter se propuso en su madurez: hacer que la vida de nuestros alumnos sea diferente.

Como profesores de carreras empresariales pienso que tenemos el peligro de quedarnos en el plano del hacer. Una gran preocupación por conseguir que nuestros alumnos dominen unos conceptos, unas materias y unas técnicas: la enseñanza de la herramienta y del análisis. Incluso, nuestra preocupación puede ir algo más allá; y entonces resulta que nos preocupa también que ellos redacten mejor, que se comuniquen oralmente con soltura. Pero aún así, seguiremos estando en el plano del hacer.

Conviene recordar aquí una verdad a veces olvidada: lo más importante de un proyecto o de un negocio no son los resultados. Lo más importante siempre será el aprendizaje que queda en cada uno de los que participó de dicho proyecto o negocio. Por eso, pienso que nuestra actividad docente tiene que centrarse más en este aprendizaje, y en concreto en: ¿qué actitud tienen nuestros alumnos frente a la verdad? y ¿cómo responden ante una posibilidad de servicio?

Somos una Escuela de Negocios, y por tanto, un colectivo que busca la verdad. La Escuela no es un mecanismo para la certificación profesional. No se pasa por la Escuela para cumplir los requisitos necesarios para el ejercicio profesional: esta visión es limitada. Se pasa por la Escuela para aprender a explicar la realidad, para tener una metodología que permita profundizar en el conocimiento,  adquirir la capacidad de diseñar e implementar unos procesos, para seleccionar y motivar a otras personas.

Por eso, para el alumno el gran motivador de su aprendizaje no puede ser una nota, ni tampoco un comentario externo. Tiene que ser la misma fuerza del querer saber más lo que le lleve a profundizar en su materia de concocimiento. Por eso, parte de nuestra tarea debe centrarse en conseguir que nuestros alumnos prueben la fuerza motivacional del saber.

Y como el saber debe abrirse necesariamente hacia los demás, si se quiere profundizar en él: la alegría se incrementa cuando se comparte; el conocimiento, también como lo propone Ricardo Yepes; en el mundo intelectual será imprescindible fomentar la actitud de servicio. Para que el propio conocimiento crezca, hace falta enseñarlo.

Entre nuestros alumnos hay que promover esta actitud de servicio: que no teman perder tiempo enseñando a otros lo que ellos ya saben. Es la mejor forma de aprender, pero también, la manera más sencilla de abrirse a las necesidades de los demás. Y esta apertura les permitirá acceder a un conocimiento de la realidad más preciso; diferente -muchas veces- al de la burbuja en la que han vivido inmersos durante mucho tiempo.

Tenemos muchas oportunidades para trabajar en el cambio de actitud de nuestros alumnos: iniciativas de investigación, proyectos, grupos de desarrollo o de interés, clubes de lectura o de análisis. Estas iniciativas nos permitirán conocer mejor las circunstancias, los dominios, las carencias y las necesidades de cada uno de ellos; y por tanto, tendremos más elementos para ayudarlos.

Después de estas reflexiones, pienso que podríamos concluir con dos ideas y un propósito. Si deseamos dar una educación de otro nivel; nosotros -profesores- debemos, en primer lugar,  buscar ser más persona: una decidida apertura al crecimiento personal. Esta apertura nos llevará a hacer que la vida de nuestros alumnos también sea distinta. Nos corresponde enseñarles la belleza de la verdad, la fuerza del saber y la realización personal que supone el servicio a los demás. Por eso, el principal aporte que podemos darles es actuar para cambiar su actitud personal.