Treintena a San José

Museo del Prado

Una de las devociones más significativas del pueblo cristiano hacia San José es la «Treintena», que honra los treinta años que vivió en la tierra junto a Jesús y la Virgen María. Esta práctica refleja la profunda veneración y confianza en el poder y bondad de San José.

Los milagros atribuidos a la intercesión de San José son innumerables. Muchos santos han sido testigos de los grandes favores y milagros realizados por el Santo Patriarca. Un ejemplo notable es el relato de San Juan Bosco sobre un hombre que, al comprar un jabón, encontró en el papel que lo envolvía información sobre la ayuda que San José brinda a quienes le piden una buena y santa muerte. A partir de ese momento, el hombre comenzó a rezar fervorosamente al Santo Patriarca. Cuando enfermó gravemente, llamó a San Juan Bosco para confesarse con gran devoción, recibiendo la Comunión y la unción de los enfermos con profunda fe. En su lecho de muerte, expresó con gratitud: «Qué bueno es San José, vino a consolarme y ayudarme en esta hora final. Bendito sea. Amén». Falleció en paz.

Santa Teresa de Ávila, otra devota notable, afirmaba: «A otros santos parece les dio el Señor gracia para socorrer en una [sola] necesidad, a este glorioso Santo tengo experiencia que socorre en todas y que quiere el Señor darnos a entender que así como le fue sujeto en la tierra, así en el cielo hace cuanto se le pide…». Su testimonio resalta la universalidad de la intercesión de San José, mostrando que su ayuda es efectiva en todas las circunstancias.

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Oración a San José


¡Amado San José! Desde mi pequeñez y dolor y ansiedad, te contemplo con emoción y alegría en el cielo, donde resides con los Bienaventurados, pero también como padre de los huérfanos en la tierra, alegría de los tristes, amparo de los desvalidos, gozo y amor de tus devotos ante el trono de Dios.

Por eso yo, pobre, desvalido, frágil y necesitado, te dirijo hoy y siempre mis tristezas y alegrías, mis ruegos y súplicas, mis arrepentimientos y mis esperanzas; y hoy especialmente traigo ante tu imagen un sufrimiento que consolar, un mal que remediar, una desgracia que impedir, una necesidad que resolver, una gracia que obtener para mí y para mis seres queridos.

Y para animarte aún más a oírme y obtenérmelo, te lo pediré durante estos treinta días, urgente y confiadamente, recordando los hitos que en tu vida marcaron tu fidelidad a toda prueba, y que son los motivos que tengo para esperar que no demores en responder a nuestra necesidad.

  1. Te lo pido por la bondad divina que movió al Verbo Eterno a encarnarse y nacer en la pobre naturaleza humana, Dios Hombre, el Señor Jesús.
  2. Te lo pido por la prontitud con la que respondiste al llamado de ser Padre adoptivo del Señor Jesús y Casto esposo y custodio de nuestra Santa Madre.
  3. Te lo pido por tu fortaleza discreta y silenciosa con la que buscaste un establo para cuna de Dios, nacido entre los hombres, que le obligan a nacer entre animales.
  4. Te lo imploro por la pronta obediencia con la que impusiste al Reconciliador el Santo Nombre de Jesús, por disposición del Eterno para consuelo, amor y esperanza nuestra.
  5. Te lo suplico por el dolor heroicamente aceptado al oír del Ángel la muerte decretada contra tu Hijo Dios, y por tu valerosa huida a Egipto, por los sufrimientos del camino, por la pobreza del destierro, y por las inseguridades del retorno a Nazaret.
  6. Te lo pido por tu aflicción dolorosa de tres días al perder a tu Hijo, y por tu alegría intensa y discreta al encontrarle en el templo; por el gozo inefable de los treinta años que viviste en Nazaret con Jesús y María sujetos a tu autoridad y providencia.
  7. Te lo ruego por el heroico sacrificio con que aceptaste la misión del Señor Jesús: la cruz y la muerte por nuestra reconciliación.
  8. Te lo imploro por el heroico desprendimiento con el que todos los días contemplabas aquellas manos infantiles que serían taladradas un día en la Cruz; aquella cabeza que se reclinaba sobre tu pecho que sería coronada de espinas; aquel cuerpo divino que estrechabas contra tu corazón, que sería extendido en la Cruz.
  9. Te lo pido por tu tránsito de esta vida y tu entrada al Cielo, donde tienes tu trono de poder.
  10. Te lo suplico por tu gozo cuando contemplaste la Resurrección del Señor Jesús, su ascenso a los Cielos y su trono de Rey inmortal por los siglos.
  11. Te lo pido por la dicha con la que contemplaste ser ascendida a los Cielos por los ángeles a tu santísima Esposa y coronada por el Eterno como Reina y Señora de todo lo creado.
  12. Te lo ruego y espero confiadamente por tus trabajos, dolores y sacrificios en la tierra, y por tus triunfos y tu bienaventuranza en el Cielo con tu Hijo Jesús y con Santa María.

¡Oh mi buen San José! Yo, inspirado en la fe de la Santa Iglesia y en comunión con el sentir universal del pueblo cristiano, siento en mí la confiada fuerza, que me alienta a pedirte, suplicarte y esperar me obtengas de Dios la gracia que voy a poner ante esta imagen en la tierra y ante tu trono en el Cielo: la espero, Santo Patriarca.

Aquí, levantado el corazón a lo alto, se pide al Santo la gracia que se desea.