“Mi vuelo en ala delta” es un testimonio incluido en el libro Desde la Calle. Relatos que no olvidaré, escrito por el sacerdote D. Antonio Ducay.
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-Tengo 18 años, soy sueco y estoy a punto de volar en ala delta. Esta vez, con una novedad: en vez de tirarme desde una montaña, como en otras ocasiones, voy a enganchar mi ala delta a un automóvil, que al arrancar y correr por la pista me elevará en el aire gracias a su potencia. Pronto va a arrancar y despegaré. He soñado miles de veces con este momento. Estoy ansioso por llegar a la misma altura que las grandes aves, aprovechando las corrientes de aire, como hacen ellas, sé que ahora me remontaré, como mucho, a unos 50 metros. Cuando me quedo solo en el aire empiezo a gozar de una sensación grandiosa de libertad.
El automóvil arrancó y aceleró fuerte. El ala delta despegó. Pero pasó algo: a los pocos segundos el ala delta comenzó a perder sustentación. Me encaramé hacia delante, conteniendo los nervios, hasta que logré coger uno de los cables para bajar el morro. Casi estabilicé el aparato, cuando hizo un viraje imprevisto y, a pesar de mis esfuerzos y maniobras, se fue hacia abajo. Conseguí planear, hasta que acabó estrellándome contra el suelo. Pensé: voy a morir, este es el último instante de mi vida. Pero un segundo después me invadió esta íntima certeza: No; no es mi último instante. Me dijeron los médicos que tuve mucha suerte, porque salvé la vida. Que me quedó muy dañada la columna vertebral y estaría varios meses en la clínica. Me acompañaron mucho mis padres y mis hermanos; también venían algunos de mis amigos.
Un día, mi hermana Gabriela me aconsejó que le agradezca a Dios el hecho de seguir vivo. Le dije que, como ella sabe, no soy creyente y mis padres y mis amigos tampoco lo son. Ella se quedó callada. Seguí diciendo que en mis dieciocho años de vida nunca nadie me ha hablado de Dios ni he pensado en él para nada. Pensé en divertirme con mi moto, luego, tuve un carro deportivo y más tarde mi pasión fue el ala delta. Ahí me dijo: -Pero nunca más vas a poder volar y estás vivo porque Dios ha querido, ¿no le vas a dar gracias?
Me sirvió lo que me dijo Gabriela. Dios, darle gracias. No sabía si existía o no. ¡Qué largas se hacen las noches en un hospital! Por primera vez pensé en Dios, en mi vida, en la muerte que me pasó rozando. Una de esas noches, grité, casi sin darme cuenta: “¡Dios, si existes, házmelo saber! Nadie me ha hablado nunca de ti.” No sé qué pasó. En ese momento noté que Dios estaba ahí, a mi lado. Fue como un descubrimiento. Al día siguiente, se lo conté a uno de los amigos del grupo. Medio se sonrió y me dijo: -En una situación tan fuerte como ésta, hay alucinaciones, que luego en la normalidad de la vida se esfuman.
Pero no era una alucinación. En los meses de la clínica yo seguía con una paz muy grande y leí libros de todo tipo, algunos eran de cosas de vida espiritual. Gabriela me vio un día con uno de ellos y se reía de mí porque nunca me había visto leyendo eso. Le conté lo que me pasó. Me dijo que era normal, primero porque ella rezó por mí y segundo porque Dios te quiere, nos quiere a cada uno. Mi cambio le parecía normal.
El problema sería cuando saliese de la clínica. ¿Todo se esfumaría? Se lo dije alguna vez a mi hermana y ella me dijo sencillamente que no. Que tuviese confianza. Pero que mi vida sería muy distinta.
Pasaron unos meses y me llegó el momento de salir. En la clínica había pensado mucho mi futuro. Me asombraba que estaba más contento que antes, aunque con muchas incógnitas. Seguí con mi grupo de amigos. Tomé más en serio mi carrera universitaria. Mis movimientos eran limitados, sabía que iría mejorando poco a poco, pero nunca podría hacer ningún tipo de deporte. Temía que mi descubrimiento de Dios se iba a esfumar de un momento a otro, pero les cuento que hace cuatro años que salí de la clínica y se ha ido haciendo cada vez fue más sólido.
(Ahí termino yo su relato. Si lo desean, pueden encontrarlo más desarrollado en un libro de entrevistas, escrito por José Miguel Cejas, cuyo título es Cálido viento del norte. Esta ha sido mi fuente. Es un buen libro que les recomiendo.)
En mis años de sacerdote, he escuchado cosas parecidas cientos de veces, a personas corrientes, que han vivido su descubrimiento, su conversión personal.
Otros, desde niños han vivido en un clima próximo a Dios y no han tenido que convertirse de un ateísmo práctico, pero quizás necesiten descubrir a Dios en su vida y meterlo en ella de una manera distinta a como lo ven ahora. Hay muchos descubrimientos en la vida, en muchos temas, también en el tema de Dios. pero en algún momento han tenido que hacer propio lo que de niño era recibido de otros.
Y hay otros que siguen sin descubrirlo.
¿Por qué ese chico lo descubrió? Porque lo pidió y lo pidió a gritos. Algo importante. Pedirlo y pedirlo con fuerza. ¿Pedir, qué? Cada uno sabe lo que tiene que pedir. Y si no lo supiese, lo único que tiene que hacer es pensarlo un poco y dirigirse a Dios, pidiéndole ayuda, como hizo ese chico. Dios nos escucha siempre. A partir de ese momento, puede estar seguro de que todo va a ir mucho mejor. Es cuestión de vivir personalmente la experiencia.