“Viaje de 20 años”, sobre la confesión, es uno de los testimonios incluidos en el libro Desde la Calle. Relatos que no olvidaré, escrito por el sacerdote D. Antonio Ducay.
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Subo a un taxi, saludo como siempre, la respuesta es más o menos parca. Cada uno es distinto. Pero hay sorpresas. Aquí saltó una. Nos miramos y él me hizo una pregunta:
-¿Usted es sacerdote?
-Pues sí.
-Le cuento que hace tres meses me confesé y llevaba 20 años sin hacerlo.
Me da alegría y lo miro como felicitándolo. Noto que quiere seguir hablando y no digo nada:
-Estuve en Polonia, en la casa que vivió Juan Pablo II.
-¿En Polonia?
– Es que mi hermano se casó con una polaca y vive allí. Nos invitó a mi madre y a mí por los diez años de su matrimonio. La ciudad se llama Wladowice, donde vivió san Juan Pablo II. Visitamos su casa, nos hablaron de él y me llegó bien adentro. Yo ya quería volver a Dios, pero lo iba dilatando. Al día siguiente, asistimos a la Misa por su aniversario. Vi que había un sacerdote confesando y me dije, “este es el momento, ahora o nunca, pero el problema es que no sé polaco y el sacerdote no sabrá castellano.” Le dije a mi hermano que quería confesar, pero que estaba el problema del idioma. Me dijo: “voy a explicarle y le pregunto.” Fue y me hizo seña de que me acercase. Me acerqué y me confesé.
-Y eso, ¿fue hace tres meses?
-Sí. Cuando volví a Lima, me volví a confesar y repetí lo que había dicho en Polonia, porque quería que el sacerdote me entendiese. Me escuchó y me dijo varias cosas, entre ellas que es Jesucristo quien perdona los pecados, a través del sacerdote y, además, da gracia y fuerza para todo lo que necesitamos. A partir de ese momento, me confieso cada dos o tres semanas. No quiero perderme la misa ningún domingo.
-¿Cómo se siente ahora?
-Noto que mi carácter ha cambiado. Tengo una tranquilidad que no tenía antes, era gruñón, regañaba por cualquier cosa. Mi esposa dice que ahora se puede hablar conmigo, que así era yo de enamorados y que por eso se enamoró de mí. Ella habla más, es alegre. Con los chicos ahora nos hacemos bromas y me cuentan sus cosas.
Lo felicité. La carrera era corta. Como vi que estábamos llegando, le dije lo que quería decir. Que Dios entra con naturalidad en la vida de las personas, pero cuenta con nuestra libertad. Entra si nosotros le dejamos. Que él le dejó entrar y se ha encontrado un tesoro, que lo cuide, que aunque vengan momentos de dificultad, que recomience enseguida.
Al bajarme, volví a decirle que ese es su tesoro y que nadie quiere tirar un tesoro por la ventana. Vi que cortó un papel de su periódico y escribió su correo. Le prometí que le escribiría, para que tuviese el mío. Ha pasado buen tiempo, y de vez en cuando él me escribe y yo le escribo. Somos buenos amigos.