“Encuentros callejeros” es uno de los testimonios extraídos del libro Desde la Calle. Relatos que no olvidaré, escrito por el sacerdote D. Antonio Ducay.
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Iba caminando por Miraflores, cuando escucho que un carro de la policía municipal, se dirigió hacia mí haciendo sonar su estridente bocina.
Pensé: “¿qué habré hecho?” Llegó junto a mí. Se paró, se bajó el policía y, ante mi sorpresa, me preguntó si podíamos conversar unos minutos. Era una calle poco transitada. Le dije que sí. Hizo unas consultas personales. Tenía tiempo, así que pudimos conversar tranquilos, unos diez minutos. Antes de subir al automóvil, me pidió si podía darle la bendición. Se la di y nos despedimos. Avancé unos pasos, cuando una señora que venía por la otra vereda, con dos niños pequeños de la mano, me pidió que también le diese la bendición. Lo hice cordialmente. Iba a continuar cuando la señora me pidió que le diese la bendición a los niños, uno por uno. Lo hice y seguí dando gracias a Dios.
Poco después, pasé por la puerta de un buen edificio que mira hacia el mar, cuando salía un señor ya mayor, acompañado por una enfermera. Me vio y recitó medio cantando, una frase en latín de la antigua misa, en tono de burla. Probablemente fue monaguillo de chico, porque la recordaba en latín. Yo debí callarme, pero le dije, casi sin darme cuenta:
-Con sus años, lo que debería hacer, en vez de burlarse, es confesarse.
La enfermera miró asustada. Enseguida le pedí disculpas a los dos, luego les di la bendición y me disponía a irme cuando el señor me dijo:
-Muchas gracias, voy a hacer eso que me ha dicho.
Pensé que el Espíritu Santo se sirve hasta de lo que a uno se le escapa sin pensarlo, hasta de los errores o de las respuestas poco afortunadas. Así somos. Y así nos quiere Dios, si sabemos rectificar.