Teología para Millennials: Bendición de parejas homosexuales

Análisis tras el comunicado de la Santa Sede

Teología para Millennials homosexuales
Momento de la consagración © Cathopic

Hoy lunes 22 de marzo de 2021, en “Teología para Millennials”, el sacerdote mexicano Mario Arroyo Martínez, comparte con los lectores de Exaudi su artículo “Bendición de parejas homosexuales”.

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Bendición de parejas homosexuales

Gran incomodidad ha generado, en la comunidad LGTBIQ y en las personas sensibles a sus derechos y al respeto que merecen como personas, el comunicado de la Congregación para la Doctrina de la Fe, donde se responde negativamente a la pregunta sobre si pueden bendecirse las uniones homosexuales.

Es comprensible que eso suceda, y que algunos supongan una especie de esquizofrenia en Francisco respecto a este tema, por dar señales contradictorias con la doctrina oficial aprobada por él mismo. Obviamente, el documento reclama una explicación.

Por un lado, veíamos en el documental “Francesco”, cómo el Papa anima a una pareja homosexual católica a llevar a sus hijos al catecismo. Ahora vemos que el mismo Francisco niega la bendición a una pareja homosexual que tiene intenciones de convivir establemente. ¿Por qué ese cambio? En realidad, no se trata de ningún cambio, sino de problemas y realidades diversas, donde es preciso distinguir finamente a qué nos estamos refiriendo.

En el citado documental, uno de los homosexuales, padre de los tres niños, reconoce que el Papa le animó a meter a sus hijos al catecismo, pero no se pronunció nunca respecto a su situación, es decir, al hecho de estar casado civilmente con otro hombre, y observa qué él piensa que el Papa sostiene la doctrina de la Iglesia, es decir, considerar que está mal ese hecho sin juzgar a las personas concretas.

Esa consideración, hecha en el documental “Francesco” queda reconocida oficialmente en la pregunta a la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre si la Iglesia puede bendecir esas uniones. Junto a la respuesta negativa viene la explicación, que es a la par lógica y respetuosa, aunque dadas las sensibilidades actuales, es también imposible que no desagrade a algunas, muchas personas. La Iglesia aquí va contra corriente, pues parafraseando a San Pablo, no es a los hombres a los que debemos agradar, sino a Dios. 


Es un asunto de coherencia, y lo explica el documento, porque la unión entre dos personas del mismo sexo no es conforme al designio creador de Dios ni a las enseñanzas de Jesucristo. En efecto, la doctrina claramente expuesta en Génesis 2 y Mateo 19, no deja lugar a dudas o equívocos, Dios bendice la unión entre un hombre y una mujer abierta a la vida. Otro tipo de uniones no son conformes con el plan de Dios y por lo tanto no son susceptibles de ser bendecidas. 

En este terreno es importante hacer hincapié, en que no es una restricción exclusiva para las personas homosexuales, sino para todos los que no cumplan con el plan de Dios. No se puede bendecir, en esa línea, un matrimonio civil que no quiera acceder al religioso, la unión libre e incluso un matrimonio que excluya consciente y voluntariamente la prole –aunque en la práctica eso no lo sabe el sacerdote y puede bendecirlo, sin que sea correcto hacerlo.

El punto es que no se trata de una prescripción en contra de las personas homosexuales, y por lo tanto discriminatoria, sino a favor del designio de Dios sobre la sexualidad y la vida. 

Que no se trate de un rechazo de la persona homosexual queda claro en el mismo documento, donde insiste que, si bien la unión entre ellas no puede bendecirse, las personas homosexuales por separado, como hijas de Dios que son, ¡claro que se pueden bendecir!

El documento insiste de pasada, en recordar que las personas homosexuales tienen cabida en la Iglesia y pueden encontrar en ella su camino hacia Dios. Pueden meditar la Palabra de Dios, hacer obras de misericordia, participar de la santa misa, practicar el rezo del rosario o cualquier otra devoción. 

La Iglesia las llama, al igual que nos llama a todos, a vivir en plenitud la vocación bautismal, es decir, aspirar a la santidad. En ellas eso supone abrazar el celibato por el reino de los cielos, y la Iglesia se compromete a brindarles su apoyo. Pero si no aspiran a tanto, no se sienten capaces o simplemente no quieren, la Iglesia no las rechaza, como no rechaza a un divorciado vuelto a casar o a cualquier pecador, pues todos somos pecadores.

En ese caso las invita a hacer lo que puedan y participar en la forma en la que vean conveniente en la vida cristiana, confiando en la misericordia de Dios. En conclusión, no se trata de una discriminación, sino del significado de la bendición.