Todos los que hacemos orientación familiar sabemos que “a las escuelas de padres vienen los padres que no necesitan escuela”.
Si preguntamos a cualquiera de los que asisten “¿qué tal es usted como padre?” la inmensa mayoría considera que “me queda mucho por mejorar”. Me atrevo asegurar que ninguno de ellos se calificaría como “magnífico”.
Los buenos padres no estamos nunca satisfechos con nuestra labor. Ser padre implica cometer errores diarios y éstos nos resultan mucho más evidentes que nuestros aciertos, también diarios y probablemente mucho más frecuentes.
Sin embargo, ¿nos preguntamos o nos planteamos con la misma frecuencia – “qué tal soy como marido (o como esposa)”?. Desgraciadamente creo que no.
Creo que la mayor parte de los matrimonios vivimos nuestra labor de cónyuges como inevitable. “Hago lo mejor que puedo”. “Hago todo lo que debo”, “¿Qué espera qué haga?”.
No se ofenda. Quizás hablo por mi.
Hay una frase que no por manida resulta menos desagradable: “Te mereces algo mejor”.
La frase es buena. Y sin duda es cierta. El problema es cuándo se utiliza.
“Te mereces algo mejor” pretende ser un analgésico emocional al “yo me largo”.
(Me pregunto qué le cuentan a la otra (o el otro): “Le dije que se merece algo mejor, ¡y no se quedó tranquilo/a!. Y aquí estoy, contigo, que sí te debes conformar con algo tan mediocre como yo, y encima se ofende”.)
Es sencillamente vomitiva y es una lástima, porque utilizada a tiempo sería, quizás, el bálsamo de Fierabrás.
“Cariño, te mereces algo mejor y te prometo luchar cada día por llegar a serlo”.
¡Claro que mi mujer se merece algo mejor!. Pero no “otro” mejor. Ella se merece lo mejor de mi. Se merece la mejor versión de Nacho Calderón que pueda existir.
El problema está en que me siento amado. Y ella sabe que yo sé que el amor es incondicional. Mi mujer me ama, sea cual sea la versión que le muestre. Lo sé y lo siento. Y eso me permite acomodarme, relajarme y no estar a la altura – no de las circunstancias – sino a la suya.
Así es como poco a poco nos vamos convirtiendo en ese que nos permite decir “te mereces algo mejor”.
¿Y a qué esperas?. ¿A que te toque la lotería?, ¿a tener una menor carga de trabajo?, ¿a qué?. Reconócelo, físicamente es difícil que estés mejor, confórmate, como mucho, con mantenerte. El tiempo es inexorable. Como me decía una amiga mía: “A partir de cierta edad el cuerpo va por libre. No hay quien lo dome”.
¿Y qué? ¿Eso es lo mejor que puedo ofrecer? ¿Eso es lo que me preocupa? ¿Mi cuerpo? – me encantaría ofrecerle otro, más joven, más fuerte, y más atractivo, pero si por eso nos vamos a plantear mantener nuestro matrimonio, prefiero darlo por zanjado. Si se plantea nuestro matrimonio por mi cuerpo, me merezco algo mejor. Y si me lo planteo yo, sería un imbécil de tal calibre que ella jamás se hubiera fijado en mi.
No, no se trata del cuerpo. Se trata de quién eres y qué das afectivamente. Se trata de conseguir ser la persona que más le divierte. La persona que más deseo que esté a mi lado, porque tu ausencia, por corta y obligada que sea, se me hace incómoda.
Lo contrario es la indiferencia. Me da igual que estés o no. ¡Qué horror!. Me atormenta solo pensarlo.
Probablemente se trate de conseguir que siempre que estemos a su lado, se sienta la persona más importante y más querida del mundo. Será cuestión de hacerle notar que su cercanía nos basta para sentirnos bien y que no hay nada en la vida que deseemos más que ella esté bien.
Se trata de luchar por ser quien ella (o él) se merece. Y sí, no hay forma de hacer eso que poniendo nuestro YO a un lado. Olvidarnos de lo que me gustaría hacer en este momento para hacerlo que ella le apetece – o lo que ella cree que hay que hacer –.
Quizás haya que ponerse el reto más fácil. Quizás baste con luchar un día, hoy, por ser la mejor versión posible de nosotros mismos. Y mañana, otra vez.
Por que si no hago lo posible por ser el mejor posible para ella, ¿para quién?.
Si no lucho cada día por ser el mejor marido posible, nunca llegaré a ser la persona que podía haber sido.