Su vocación: La libertad: Reflexión de Mons. Enrique Díaz

XIII Domingo ordinario

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Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio del XIII Domingo Ordinario titulado “Su vocación la libertad”.

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I Reyes 19, 16. 19-21: “Eliseo se levantó y siguió a Elías”

Salmo 15: “Enséñanos, Señor, el camino de la vida”

Gálatas 5, 1. 13-18: “La vocación de ustedes es la libertad”

San Lucas 9, 51-56: “Tomó la firme determinación de ir a Jerusalén. Te seguiré a dondequiera que vayas”

 El caballo retozaba alegremente por los campos. Sus reparos y relinchos, sus cabriolas y sus juegos, manifestaban la absoluta libertad que tenía. Se acercaron lentamente papá e hijo al animal. El niño, un pequeñito de unos ocho años, llevaba un pequeño lazo en sus manos. Con tiento y puntería el pequeñito lanzó su lazo que cayó en el cuello de la bestia. Como por arte de magia, el caballo se tornó pacífico, dócil y empezó a seguir al chiquillo. ¿Cómo es posible que un lazo tan delgado y las débiles fuerzas de un pequeño sometan la fuerza bruta del animal? El papá explica al pequeño: “Cuando era todavía un potrillo joven lo amarrábamos con una reata fuerte, que no podía romper. Se acostumbró y ahora, ya no lucha y se hace esclavo de esta cuerda tan delgada y de tus pobres fuerzas. Es como muchas personas, esclavas y sometidas a cosas sin valor, sin importancia”.


Uno de los temas que este domingo nos han sugerido las lecturas es la libertad. Quizás no haya nada tan apreciado por la humanidad como este precioso don, pero también quizás no haya nada que se haya utilizado perversamente para esclavizar como su nombre. En su nombre se han forjado los más grandes ideales de las naciones y en su nombre también se han cometido las más perversas atrocidades. Si en siglos pasados se decía que la mayor parte de la humanidad no tenía nada más que perder sino sólo sus cadenas, ahora podríamos decir que muchas personas creen poseer todo gracias a las cadenas que los atan y de las cuales no se dan cuenta. San Pablo nos pone en este camino de reflexión cuando afirma que “Cristo nos ha liberado para que seamos libres. Conserven, pues, la libertad y no se sometan de nuevo al yugo de la esclavitud”. ¿Libertinaje o libertad? ¡Qué difícil encontrar el justo equilibrio entre los dos puntos! ¡Qué fácil pasar desapercibidas las suaves cadenas y finos hilos que nos atan! Muchas veces quien más libre se dice, demuestra que es esclavo de sus pertenencias, de sus vicios, de sus ideologías o de sus propias miserias.

Cuando Jesús nos habla de nuestro Padre Dios, nos habla siempre de un padre amoroso, de un padre que nos ha dado todo, incluso la posibilidad de que nosotros lo neguemos. Nuestro Dios es el Dios de la libertad. Él posee todos los poderes para obligarnos y sin embargo, no nos obliga a nada. Él nos ha hecho participes de su libertad y nosotros lo traicionamos cuando nos dejamos esclavizar. El pasaje del San Lucas que hoy escuchamos, nos muestra a Jesús subiendo a Jerusalén, libremente, conscientemente, a pesar de que conoce las dificultades que allá encontrará y sospecha todo lo que puede suceder. No es esclavo ni de sus miedos, ni de sus conveniencias, ni de su ambición. “Jesús tomó la firme determinación de emprender el viaje a Jerusalén”. En su decisión no encontramos obligación sino un adhesión libre, a pesar de los obstáculos, a la búsqueda de la construcción del Reino y al cumplimiento de la voluntad del Padre. La auténtica libertad es costosa, requiere empeño y honestidad. A veces nos seducen las bondades de la esclavitud como al pueblo de Israel cuando caminaba penosamente por el desierto y añoraba las cebollas que comía en Egipto regadas con lágrimas y azotes. Nadie hay más libre que Jesús, nadie más feliz, nadie más generoso.

Por eso cuando alguien pretende seguirlo, o Él mismo invita a alguien, lo primero que le pide es libertad. Los tres ejemplos que hoy nos narra San Lucas iluminan con claridad meridiana lo que acontece en nuestras decisiones. Parecerían ejemplos de otro tiempo, pero también ahora las sutiles cadenas de la técnica, del conformismo, de la publicidad, de la comodinería, nos atrapan e inmovilizan, y muchas veces ni siquiera nos damos cuenta de ello. Gritamos desaforados cuando nos limitan o cuando desaparecen ciertas prestaciones obtenidas, pero callamos torpemente, cuando se nos manipula con ilusiones, con pan y circo… Nos han sobornado para que callemos ante muchas esclavitudes. Jesús es tan libre que pide a quien lo siga que no se detenga porque no hay casa o lugar donde reclinar la cabeza. No pretende que se viva en condiciones inhumanas, sino que el corazón no se deje atar por las cosas materiales. Cuando pide que los muertos entierren a sus muertos, nos pide quitar las ataduras de tradiciones que esclavizan, de la cultura de muerte y del inmovilismo y la indiferencia.

Y si alguien siente que es mucho pedir cuando dice que quien pone la mano en el arado y vuelve la vista atrás no sirve para el Reino de Dios, basta que examine con detención la facilidad con que se olvidan los ideales, la forma en que se manipulan los valores, la inconstancia y el relativismo que hace que “todo valga lo mismo”.  Los valores del Reino exigen un seguimiento en verdadera libertad y para construirlo se requieren hombres y mujeres libres. Se necesita educar y educarse en el verdadero juicio, saber escoger con coherencia, vencer los condicionamientos, sobre todo aquellos sutiles e imperceptibles, pero que atan e impiden la marcha. ¿Estará mal que los discípulos quieran con entusiasmo y con todo su fervor que se reciba al Maestro y hacer crecer el Reino? Seguramente no. Pero cuando ese extender el Reino implica hacer caer fuego contra aquellos que no siguen sus caminos, han caído en sus propias ideologías y egocentrismos. Con su reprobación, Jesús nos enseña un radicalismo en el seguimiento pero una libertad grande en el corazón.

¿Cuáles son las ataduras que nos impiden seguir a Jesús y amar a nuestro prójimo? ¿Nos hemos hecho intolerantes y agresivos con quienes no piensan como nosotros? ¿Cómo estamos educando en la libertad a los niños y a los jóvenes? ¿Hay verdadera libertad o sólo libertinaje? Recordemos las palabras de San Pablo y guardémoslas en nuestro corazón: “La vocación de ustedes es la libertad”

Padre amoroso y lleno de misericordia, que has otorgado al hombre el precioso don de la libertad, concédenos a seguir libremente, pero con fidelidad, a tu Hijo Jesús y libéranos de nuestras cadenas de egoísmo y mediocridad que transforman la libertad en libertinaje. Amén