Llevo años pensando que soy un héroe. A veces incluso un súper héroe.
Llego a casa, los niños cada uno en su cuarto, se supone que estudiando pero vete tú a saber.
Voy a ponerme un vaso de algo … saco el friegaplatos y me cuelgo una medalla.
Mi esposa todavía no llega.
Voy al tendedero. La ropa tendida ya está seca, hay una lavadora puesta que ya ha terminado y el cesto sigue lleno.
Destiendo la ropa tendida, incluso enrollo los calcetines (mira que lo odio), saco la ropa limpia de la lavadora (pierdo el tiempo en buscar siempre las pinzas del mismo color para cada prenda, sé que es una tontería, pero alguna manía hay que tener) y meto toda la ropa blanca dentro de la lavadora para ponerla al día siguiente (si la pongo ahora se nos va a olvidar sacarla antes de acostarnos y la ropa húmeda, toda la noche ahí dentro, huele fatal).
Termino y doy una vuelta al ruedo. Dos orejas. El público se viene arriba.
A veces incluso llevo a algún niño al médico, ¡y en horas de trabajo! Superman será más guapo, pero no es más héroe que yo.
Mientras yo hago todo eso ella ha ido a la tintorería, ha pasado por la papelería a comprar lo último que han pedido del colegio de la pequeña, ha pasado por la carnicería, y no sé qué más. Todo después de sus siete horas y media de trabajo remunerado (1/3 de lo que le corresponde de acuerdo a la responsabilidad que asume. Cobra exactamente 1/3 de lo que le corresponde. Es maestra) Antes de ir al trabajo (remunerado) había dejado toda la casa recogida.
Ella no se considera ninguna heroína. Al contrario. Piensa que nunca llega a todo y le agobia.
Ella hace lo que toca. Y yo pienso, “no aprecia todo lo que hago”.
Por fin llega. ¿Qué cenamos? A mí solo se me ocurre preguntarlo. La respuesta o salta a la vista al abrir la nevera o yo no soy adivino.
Los fines de semana no perdono la siesta. Mientras ella “recoge” la cocina. Eso significa que le da un “fregao” de arriba abajo. Logra limpiar azulejos que en mi vida se me hubiera ocurrido que existían. Eso sí, desde antes de comer ya me está diciendo “tienes ojitos de siesta”. Y yo me dejo querer. Soy un super héroe.
Hace años, bueno meses, que aprendí a no darle cuenta de cada tarea doméstica que hago. Su mirada lejos de reflejar la admiración que yo esperaba, alternaba entre la incredulidad (por contárselo, no porque lo hubiera hecho) y la paciencia al borde del agotamiento.
Si cada vez que hago lo que me corresponde me creo que le estoy haciendo un favor y de cada diez tareas que ella realiza yo me entero de una, ¿soy un héroe o un imbécil?. Pregunta retórica: evidentemente lo segundo.
No soy mala persona. Sencillamente no veo el mundo ni la vida como la ve mi mujer. Podría culpar a mi educación, pero creo que ya tengo añitos como para asumir mi propia conducta sin mirar al cementerio.
No, no basta con hacer lo que me corresponde. ¡Me queda tanto por mejorar / madurar!:
- Entender que lo que ME corresponde no LE correspondía. No es ningún favor.
- Entender que ella hace mucho más de lo que me doy cuenta, y por tanto abrir más los ojos, a ver si consigo enterarme de algo.
- Hacer todo lo que pueda, porque por mucho que haga, nunca voy a alcanzar todo lo que ella ya ha hecho.
- Reconocer, de manera explícita, todos los días, muchas veces, con cada cosa que haga y que ¡por fin! me de cuenta, que lo ha hecho y agradecérselo y
- Por último dejarme de tonterías, hacer todo y hacerlo por un único motivo: por amor. A ella, a los niños y a mi mismo. Sé que ese es el motivo por el que ella lo hace todo. No se lo cuestiona. No se trata de ser más o menos responsable, es cuestión de cómo y cuánto amo. Mientras siga haciéndolo por ganar puntos frente a alguien (incluido yo mismo) significará que todavía estoy en un grado de madurez propia de seguir llevando pañales.
¡Qué vergüenza haber pensado alguna vez que soy un héroe!