Mons. Enrique Díaz Díaz comparte con los lectores de Exaudi su reflexión sobre el Evangelio con ocasión del VI Domingo de Pascua, titulado “Sólo lo importante”.
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Hechos de los Apóstoles 15, 1-2. 22-29: “El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido no imponerles más cargas que las necesarias”
Salmo 66: “Que te alaben, Señor, todos los pueblos. Aleluya”
Apocalipsis 21, 10-14. 22-23: “Un ángel me mostró la ciudad santa, que descendía del cielo”
San Juan 14, 23-29: “El Espíritu Santo les recordará todo cuanto yo les he dicho”
¿Tendremos que estar siempre en divisiones, pleitos y confrontaciones? Parece inevitable. Donde hay diversidad de personas hay diversidad de opiniones y puede nacer la controversia. En la Iglesia primitiva también surgió una fuerte discusión sobre la obligación de la ley judía para todos los convertidos. Los provenientes del pueblo hebreo entendían y exigían que se aplicara la ley completa, incluida la circuncisión. Pablo y Bernabé mantenían una actitud más abierta. Discusiones fuertes y amenaza de cisma. ¿Cómo se dirimió? Buscando lo más importante y los puntos donde se encontraban de acuerdo. Dejándose llevar por el Espíritu y no por las propias obsesiones. “El Espíritu Santo y nosotros hemos decidido…” Y así, con el Espíritu, deciden solamente buscar lo más importante y no desgastarse en cosas secundarias. “No imponer cargas que no son necesarias”… Buscar los puntos de acuerdo y estar dispuestos a dejarse llevar por el Espíritu. ¿Qué podríamos aprender de esta primera comunidad en nuestras constantes grescas tanto familiares como partidistas o de grupos? ¿Qué será lo más importante, en lo que podamos ponernos de acuerdo?
Lo central y lo más importante nos lo confía Cristo en la intimidad de la última cena y en un ambiente de confidencias y recomendaciones. En el pasaje de este día empieza Jesús a hablar de amor, pero un amor traducido en obras, un amor que cumple, un amor que es realidad. Quizás a alguno le pudiera sonar como que “habría que cumplir las leyes” y con eso bastaría. De hecho, muchas traducciones dicen “el que me ama cumplirá mis mandamientos”. Pero es todo lo contrario, no se trata meramente de cumplir leyes, sino de amar y de amar de verdad, como nos dice la primera lectura en el concilio de Jerusalén: no es imponiendo una carga pesada de leyes como se alcanza el Reino de los Cielos, sino cumpliendo lo estrictamente necesario: amar. A San Pablo le queda muy claro recuerda con gusto que, después de discutir sobre la obligación de la circuncisión, “solamente nos pidieron que tuviéramos muy en cuenta a los pobres, cosa que siempre he tratado de hacer”. Cristo quiere que actuemos igual que Él: la señal de la presencia de su reino no serán los grandes milagros o los grandes ritos, sino el evangelio vivido y predicado por y con los pobres como nos dice el Papa Francisco. Los pobres reciben la gran noticia de que Dios está de su lado. ¿Qué señas damos nosotros de que el Reino de Jesús está en medio de nosotros? ¿Cómo cumplimos la palabra de Jesús?
La segunda palabra en esta cena de confidencias viene a asegurarnos la presencia del Dios Trino en cada uno de nosotros. Ser cristiano no es cuestión de leyes y de ritos, sino fundamentalmente es vivir la presencia de Dios, experimentar su amor y ser expresión de su amor. A veces en la historia de la Iglesia y en la convivencia familiar o comunitaria, nos empeñamos en mantener o imponer ritos o signos que no son necesarios, o buscamos una uniformidad a ultranza en cosas no centrales. Y ahogamos esa presencia de Dios en cada uno de nosotros y en nuestra comunidad. Tendríamos que descubrir, a la luz de la voluntad de Dios, qué cosas son más importantes y qué cosas no lo son y están destinadas a cambiar sin que cambie el verdadero sentido de nuestro cristianismo. Ojalá no ahoguemos con nuestras reglas la presencia del Dios Trino en medio de nosotros.
Jesús también tiene una recomendación en esta noche: no pierdan la paz. En este nuestro mundo donde la violencia se ha adueñado de todos los ámbitos, donde se justifican las guerras más crueles y ya pasan desapercibidas las muertes de tantos hermanos nuestros, donde corremos el riesgo de perder la paz, de acobardarnos, Cristo nos invita a que fortalezcamos nuestro corazón. ¿Cómo no tener miedo a los horrores del narcotráfico cuando se han metido a todos nuestros pueblos y a todas las comunidades? ¿Nos quedaremos cruzados de brazos viendo cómo nuestros jóvenes se corrompen y se contagian de la ambición del poder y del dinero? Escuchemos la palabra de Jesús y miremos las verdaderas causas y ataquemos, no con las ametralladoras que no sirven de nada, sino yendo al fondo de los problemas. Si logramos dar valores y fortaleza de corazón a los niños y a los jóvenes, no caerán en las garras del vicio. Pero si descuidamos su educación y nosotros mismos no somos ejemplo de coherencia y de perseverancia ¡qué fácil caerán los ingenuos jóvenes!
En esta tarea no estamos solos. Nunca el cristiano debería sentirse huérfano. El vacío de la ausencia física de Jesús será llenado plenamente por la presencia viva del Espíritu, que está en nosotros y nos enseña el arte de vivir en la verdad. Lo que configura la vida del verdadero creyente no es el ansia del placer, ni la lucha por el éxito, ni la obediencia a una ley. El verdadero creyente no cae ni en el legalismo ni en la anarquía, sino que busca con el corazón limpio la verdad. Su vida no está programada por prohibiciones, sino que viene animada e impulsada positivamente por el Espíritu. Ser cristiano no debe ser un peso que oprime o atormenta, sino la emocionante aventura de dejarse guiar por el amor creador del Espíritu que vive en nosotros y con nos hace vivir con alegría y libertad el camino del amor.
Guardemos en el corazón estas palabras de Jesús, son su tesoro y su testamento. Dejémonos guiar por el Espíritu creador que suscitará nuevos caminos para hacer presente su fuerza en este mudo de cambios e inseguridades. Pidamos al Señor que cada uno de nosotros descubramos y vivamos con libertad pero con seriedad “lo esencial del evangelio”, lo esencial de la vida y entonces encontraremos acuerdos y construiremos la paz.
Concédenos, Padre de bondad, continuar celebrando con amor y alegría la victoria de Cristo resucitado, y que el misterio de su Pascua transforme nuestra vida y se manifieste en nuestras obras. Amén.