Sinodalidad contra el Burnout pastoral

Desafíos y oportunidades en la vida sacerdotal: entre la fragilidad humana y la fortaleza espiritual

Foto de Karl Raymund Catabas en Unsplash

Nuestro obispo, Salvador Cristau, de la diócesis de Terrassa planteaba a sus sacerdotes el tema de la fragilidad. Nos comentó que llevó esta preocupación a la Conferencia Episcopal española. Los sacerdotes que vacilan en su vocación, los que abandonan o incluso los que viven en silencio dificultades psicológicas graves deben ser motivo de preocupación. Tanto el santo padre, como los obispos, insisten en el tema del cuidado personal. Decía tan solo hace una semana el papa Francisco en su visita a Córcega;

“Por mi parte, quisiera dejarles una doble invitación: cuidar de sí mismos y cuidar de los demás.

La Primera: Cuidar de sí mismos, porque la vida sacerdotal o religiosa no es un “sí” que hemos pronunciado una vez y para siempre. No se vive de rentas con el Señor. Por el contrario, la alegría del encuentro con Él debe renovarse cada día; a cada momento es necesario volver a escuchar su voz y decidirse a seguirlo, también en los momentos de las caídas. Levántate, mira al Señor y dile: «Discúlpame y ayúdame a seguir adelante». Esta cercanía fraterna y filial es muy importante en nuestra vida.

Recordemos esto: nuestra vida se expresa en la ofrenda de nosotros mismos; pero cuanto más un sacerdote, una religiosa, un religioso, un diácono… se entrega, se desgasta, trabaja por el Reino de Dios, más necesario es también que cuide de sí mismo. Si descuidan esta faceta también terminarán por descuidar a quienes le son encomendados.

Se necesitan espacios y momentos en los que cada sacerdote y cada persona consagrada cuiden de sí mismos. Y no con el objetivo de hacerse un lifting para verse más guapo. Por el contrario, estos espacios y estos momentos se necesitan para hablar con el Amigo, con el Señor y, sobre todo, con la Madre — por favor no dejen de acudir a la Virgen— para hablar de la propia vida y de cómo están yendo las cosas. También tengan el confesor y un amigo que los conozca y con quien puedan hablar y hacer un buen discernimiento. ¡Los “hongos presbiterales” no son buenos!

Y en este cuidado se incluye otra cosa: la fraternidad entre ustedes. Aprendamos a compartir no sólo el cansancio y los desafíos, sino también la alegría y la amistad entre nosotros.

En la reunión con nuestro obispo se habló de romper la soledad en la que muchas veces se hunde el sacerdote y en la necesidad de saber pedir ayuda. Algunos compañeros hablaban, ante casos acuciantes de la posibilidad de tener una especie de teléfono o persona disponible para casos extremos. Aunque la idea sea buena, el problema es que cuando uno está mal, lo está de tal manera que parte del problema es precisamente ese, reconocer la fragilidad y pedir auxilio.

Plantear el tema, puede ser ya de por sí terapéutico, aunque me permito aventurar que como suele ser, a veces los que más pueden necesitar la ayuda, no tienen por qué estar interesados en la reflexión. Viene a ser cómo cuando en misa, el celebrante se lamenta de los que no asisten, precisamente dirigiéndose a los que sí han venido.

Desde mi punto de vista, y con la experiencia de terapeuta de muchos años, creo más en la prevención que en la cura cuando ya se ha roto todo. Los casos de vocaciones rotas, son muchas veces la parte del iceberg que se ve, difíciles de reparar.

Cuando hablamos de fragilidad estamos haciendo referencia a la vez al elemento destructivo que causa la herida.

Obviamos en esta reflexión los casos de dificultades psiquiátricas graves, que en bastantes casos se han confundido con la vocación, y si bien pudieran haber evolucionado hacia la mejora, no lo hicieron.

¿Qué elementos forman parte de la “presión” que ataca la vocación y causa esos daños que se convierten en heridas?

Parte importante es, como nos comenta el papa y los obispos, el descuidar la vida espiritual.

Por lo que respecta al entorno y a los métodos pastorales se impone la necesidad de hacer una lectura desde la humildad y fragilidad para acabar asumiendo de forma más sana las limitaciones personales.


Comentaba nuestro obispo, que el fenómeno de la fragilidad se estaba dando en todas las diócesis vecinas y se cernía en sacerdotes jóvenes maduros. Es decir, en aquellos sobre los cuales se esperaba mayor producción pastoral, si se me permite la expresión.

Propongo algunos puntos de discusión, o reflexión.

Primero. La secularización negada. Pudiera ser deprimente partir de la pérdida de relevancia de la iglesia en la sociedad, e incluso de atribuir a intereses obscuros los intentos de hacer invisible el mensaje de Jesús.

El negar la pérdida de elementos culturales religiosos y actuar como si lo demás no existiera, es lo que llamamos un duelo histérico. Niego la realidad y por tanto la pérdida. En castellano decimos “ojos que no ven, corazón que no siente”.

El papa insiste en ser minoría significativa. Pero no acabamos de asumirlo. Por ejemplo, decimos “tengo una parroquia de quince mil habitantes” Si bien todos son sujeto de evangelización, la realidad es que son muy pocos los que están dispuestos a escuchar. Debiéramos decir “mi comunidad es de quinientos”.

El eludir la realidad lleva a la frustración permanente, puesto que la diferencia entre los feligreses que nos creemos tener – quince mil- y la realidad – quinientos- nos puede llevar al sentimiento de fracaso.

Segundo. Reconciliarnos con el fracaso. Evidentemente pareciera que eso supone un permanecer inactivo ante las dificultades. Esto sería refugiarse en el pesimismo para excusar cualquier esfuerzo. Pero el sentirnos vergonzosamente fracasados hace que escondamos las derrotas, los sentimientos de impotencia y entonces el resultado infructuoso de nuestras acciones va deteriorando nuestro ser. Nos podemos sentir malos pastores.

Tercero. Huir de triunfalismos. Es típico en las reuniones de pastores hablar de los logros en cifras, como si se tratara de un campeonato. Recuerdo que la anterior parroquia estaba situada en un barrio periférico, pequeña en extensión. Fuimos una comunidad invisible para el resto. A veces nos falta la mirada de otras realidades que no sean las numéricas, tanto referido a las personas, como a la economía. Descubrir esas otras realidades puede ser interesante.

Cuarto. Ser competentes, no competitivos. Compararse tanto para superar al “adversario” como para fundamentar nuestra propia valía en los logros puede herir y reducir la persona y la vocación a una calificación numérica. En las reuniones de sacerdotes se puede dar el caso de exponer logros sobredimensionados que nos sitúen por encima de los demás, cuando la realidad puede ser lo contrario.

Quinto. Mirar también las otras realidades familiares, sociales, políticas e incluso religiosas, como posibles, aunque no coincidentes con nuestro credo. No me refiero al relativismo, sino a la comprensión del otro, aunque diferente. Dentro de la misma iglesia, se puede dar esta separación maniquea entre buenos y malos, más propio de una actitud sectaria que eclesial. A veces la vestimenta se convierte en una clasificación, por ejemplo. Conocer al otro es el puente para que nos conozcan a nosotros.

Sexto. La pastoral es una carrera de fondo, más que un esprín. Una carrera de fondo ve la meta a lo lejos y requiere confiar en la marcha sin esperar el resultado inmediato.  Subir la montaña corriendo, tiene el peligro de resbalarse o agotarse. Y reemprender la subida después de la caída es más difícil.

Séptimo. La pobreza de recursos humanos y sociales no debiera traducirse en soledad no deseada. En España era frecuente que en la casa parroquial habitaran más personas, además del sacerdote. Eso significaba que abnegadas amas de llaves o familiares hacían de la casa rectoral un hogar. El mundo laboral, afortunadamente, ha cambiado. Las leyes laborales justas ya no admiten tener a alguien todo el día en casa con un sueldo bajo. Algún día se debiera revisar las condiciones en las que viven muchos sacerdotes. Casas necesitadas de acondicionamiento, horarios incompatibles con una vida relativamente sana, escasez de recursos para el cuidado personal etc. Estamos de acuerdo que hay muchas familias que viven en peores condiciones. Cosa que supone luchar para que no sea así. Tema que excede la pretensión de este artículo. Pero debiera de hacernos pensar que el mayor índice de enfermedades mentales se da en los ambientes más empobrecidos. El entorno, los recursos domésticos y el cuidado personal son fundamentales para una buena salud mental

Octavo. Sinodalidad intergeneracional. Desde la atalaya de la tercera edad, se observa que, si bien los métodos y las formas son novedosos, a menudo se nota que la experiencia pastoral de los mayores se toma como algo caduco, que no ha funcionado y que se tolera sin más. Entra aquí en toda su extensión lo comentado en el punto quinto, por lo que hace referencia al dialogo intergeneracional de los pastores. La sinodalidad se hace necesaria para dar más consistencia a la práctica pastoral. Años atrás, cuando había más vocaciones, se requería un periodo de convivencia con los sacerdotes mayores – párroco y vicario- donde se compartían experiencias, anhelos y formas. Esta sinodalidad intergeneracional, con la escasez de vocaciones se pierde.

Noveno. ser y trasmitir estando bien. Nuestro obispo, al plantear el tema de la fragilidad, recomendaba el auxilio del director espiritual y de la atención psicológica como dos ámbitos necesarios y complementarios. Evidentemente es así. Aunque no se debiera separar el trabajo pastoral, la vida personal y las necesidades psicológicas como algo que corresponde a aspectos diferentes del individuo. Más bien todo  interacciona. Parafraseando a McLuhan  “El medio es el mensaje” (en inglés “The medium is the message”) que significa que la forma de un medio se incrusta en cualquier mensaje que transmita o transporte, creando una relación simbiótica en la que el medio influye en cómo se percibe el mensaje. El mensaje del Evangelio se transmite por medio de la comunidad presidida por sus ministros. Estar bien para transmitir bien, haciendo que la fuente de la bondad sea el mismo Evangelio, implica que la dirección espiritual entienda de psicología y que lo que se difunde y trabaja sea lo más sano y saludable para los que transmiten y para los receptores. A veces he preguntado a los jóvenes cómo ven al sacerdote y realmente se nos ve con un poco de pena.

Décimo. La sinodalidad real. Eso requiere que la sinodalidad no solo alcance a las diferentes generaciones sino a las diferentes tendencias. Así como diferentes facetas de la vida personal, doméstica, médica, socia, psicológica y pastoral. Demasiada opacidad hace difícil que podamos ayudarnos y que nos puedan ayudar. Juntos es más difícil caer, o mejor con más apoyos es más fácil levantarnos. Caminar juntos.